/ lunes 22 de enero de 2018

584 Versos

Celebrar un poema es celebrar al idioma mismo. Y siempre es oportuno acercarse a un poema inmenso e intenso como Piedra de sol, de Octavio Paz, que el año pasado cumplió sesenta años de aquel 28 septiembre de 1957 cuando se tiró en 300 ejemplares bajo la colección Tezontle del Fondo de Cultura Económica.

En su poema Árbol adentro (“Creció en mi frente un árbol./(…) Allá adentro, en mi frente el árbol habla./ Acércate, ¿lo oyes?”), Octavio Paz marca la ruta de su pensamiento poético: el instante genésico está en la naturaleza. Parafraseando a Pascal: “El hombre no es sino un bambú, el más débil de la naturaleza; pero es bambú que piensa”.

La poesía nos defiende de lo más humano que poseemos: la temporalidad. La poesía perpetúa el instante (“el presente es perpetuo”), lo vuelve prolongación y no origen de partida sino de reiteración. “Lo que pasa en un poema está pasando siempre.”

“Todo se comunica y transfigura/ arco de sangre, cuerpo de latidos/ llévame al otro lado de la noche”, dice Paz en estos versos intensos de Piedra de Sol, y nos abre la mirada a lo plural en donde, a la manera cubista, todo parece entreverado simultáneamente. Poema bañado con sangre de Cronos, Piedra de sol es una frontera sucesiva del tiempo: “Piso días, (…) piso los pensamientos de mi sombra/ piso mi sombra en busca de un instante”, escribe Paz.

El tiempo se mide en años, horas, segundos, y es el pulso del movimiento de los cuerpos. ¿Cuál es, entonces, el tiempo del poema? El tiempo interior, el del misterio, de la resignación.

Piedra de sol es un extenso poema escrito en endecasílabos, consistente en 584 versos y que lleva un epígrafe de uno de los sonetos de Las Quimeras, de Gerard de Nerval.

Piedra de sol es un poema con fuerte carga surrealista tanto en sus poderosas imágenes, inquietantes como la idea del grupo de Breton de incorporar lo antiguo a lo presente; de allí que Octavio Paz, con singular hálito verbal, trueque en contemporáneas las culturas prehispánicas y occidentales, transfigurándolas en presencias vivas.

Pero también Piedra de sol es un poema de amor. Ya Paz había apuntado, en su libro La Llama Doble, que “el amor no vence a la muerte: es una apuesta contra el tiempo y sus accidentes”.

En una época dura, absurda y, a pesar de ello, con atisbos de esperanzas, ¿para qué sirve leer poesía?

Ciertamente, la poesía no detiene –ni ha detenido- la violencia ni la miseria en el mundo. Pero si la literatura no existiera, nos condenaríamos, seguramente, al fin de la premisa humana: la palabra, porque por ella entendemos al mundo, a pesar de sus muchas contradicciones y sombras.

El poema Piedra de sol no resuelve nada del mundo exterior; su ámbito de acción está en el espacio interior, en la subjetividad poniéndonos, así, ante la evidencia per se inobjetable: somos seres hechos de tiempo, de palabras, de sombras, de polvo…

Celebrar un poema es celebrar al idioma mismo. Y siempre es oportuno acercarse a un poema inmenso e intenso como Piedra de sol, de Octavio Paz, que el año pasado cumplió sesenta años de aquel 28 septiembre de 1957 cuando se tiró en 300 ejemplares bajo la colección Tezontle del Fondo de Cultura Económica.

En su poema Árbol adentro (“Creció en mi frente un árbol./(…) Allá adentro, en mi frente el árbol habla./ Acércate, ¿lo oyes?”), Octavio Paz marca la ruta de su pensamiento poético: el instante genésico está en la naturaleza. Parafraseando a Pascal: “El hombre no es sino un bambú, el más débil de la naturaleza; pero es bambú que piensa”.

La poesía nos defiende de lo más humano que poseemos: la temporalidad. La poesía perpetúa el instante (“el presente es perpetuo”), lo vuelve prolongación y no origen de partida sino de reiteración. “Lo que pasa en un poema está pasando siempre.”

“Todo se comunica y transfigura/ arco de sangre, cuerpo de latidos/ llévame al otro lado de la noche”, dice Paz en estos versos intensos de Piedra de Sol, y nos abre la mirada a lo plural en donde, a la manera cubista, todo parece entreverado simultáneamente. Poema bañado con sangre de Cronos, Piedra de sol es una frontera sucesiva del tiempo: “Piso días, (…) piso los pensamientos de mi sombra/ piso mi sombra en busca de un instante”, escribe Paz.

El tiempo se mide en años, horas, segundos, y es el pulso del movimiento de los cuerpos. ¿Cuál es, entonces, el tiempo del poema? El tiempo interior, el del misterio, de la resignación.

Piedra de sol es un extenso poema escrito en endecasílabos, consistente en 584 versos y que lleva un epígrafe de uno de los sonetos de Las Quimeras, de Gerard de Nerval.

Piedra de sol es un poema con fuerte carga surrealista tanto en sus poderosas imágenes, inquietantes como la idea del grupo de Breton de incorporar lo antiguo a lo presente; de allí que Octavio Paz, con singular hálito verbal, trueque en contemporáneas las culturas prehispánicas y occidentales, transfigurándolas en presencias vivas.

Pero también Piedra de sol es un poema de amor. Ya Paz había apuntado, en su libro La Llama Doble, que “el amor no vence a la muerte: es una apuesta contra el tiempo y sus accidentes”.

En una época dura, absurda y, a pesar de ello, con atisbos de esperanzas, ¿para qué sirve leer poesía?

Ciertamente, la poesía no detiene –ni ha detenido- la violencia ni la miseria en el mundo. Pero si la literatura no existiera, nos condenaríamos, seguramente, al fin de la premisa humana: la palabra, porque por ella entendemos al mundo, a pesar de sus muchas contradicciones y sombras.

El poema Piedra de sol no resuelve nada del mundo exterior; su ámbito de acción está en el espacio interior, en la subjetividad poniéndonos, así, ante la evidencia per se inobjetable: somos seres hechos de tiempo, de palabras, de sombras, de polvo…