/ viernes 17 de agosto de 2018

70 años de “Una familia de tantas”

La metáfora es evidente: la renovación de la familia “porfiriana” en cuanto a la dialéctica del espacio social para poder incrustarse o, en el mejor de los casos, aceptar la irrupción de que el progreso (no sólo material sino también en el marco de las ideas) es inevitable.

La venta de la aspiradora puede permitirnos una hermenéutica más amplia, más expansiva en el significado del espacio social. Por un lado, es la ubicación impostergable de la sociedad mexicana de esos años en una directriz de vanguardia y de confort; por otro, puede ser vista dicha venta como el aviso antropológico de que las costumbres y hasta ciertas formas de pensar, rígidas, autoritarias por parte del padre de familia, están confrontadas con, digámoslo de esta manera, por la pujanza del aldeanismo en su vertiente de avance económico.

Prosiguiendo con el desglose del filme, es de llamar la atención que si bien el espacio social recreado es específico, la ciudad de México, son los rasgos y prototipos de los personajes de la época los que en verdad cuantifican los códigos de conducta autoritarios, injustos, de intolerancia del pater familia.

La familia es un producto social porque solo existe a través de la existencia y reproducción de la sociedad. Este espacio tiene una doble dimensión: es a la vez material y representación mental, objeto físico y objeto mental. Es lo que se denomina espacio geográfico. Y la geografía que propone el director Alejandro Galindo en su filme es anfibia: mental y física en donde la familia es concepto que ocupa su volumen inamovible en la forma de ser y de pensar de ciertas personas.

¿Por qué se pensaba de manera conservadora en esos años? Aquí quizá hay que recalcar que toda sociedad está en tránsito, en constante cambio por lo que pudiese parecer sino inicuo sí inapropiado el medir con parámetros del siglo XXI a la sociedad mexicana de la postguerra de los cincuentas. Pero podemos reacomodar la pregunta así: ¿había justificación para pensar de esa manera?

El retrato que hace Alejandro Galindo en la película es la de una familia sobreviviente del porfiriato. Sin adentrarnos demasiado en los pormenores del periodo liderado por el indio de Oaxaca, Porfirio Díaz, es preciso apuntar que la sociedad que atestiguó su mandato estuvo inmersa en la falta de crítica al gobierno y de autocrítica hacia el seno de la familia. Por decirlo frontalmente: mandaba el que tenía que mandar: el hombre, el jefe de familia, el proveedor.

Aunado a la cultura del cristianismo, mejor dicho: del catolicismo (esto desde la Colonia), la sociedad de esos años quedó embebida de protocolos particulares y al parecer perennes: el conservadurismo, el respeto al hombre (al padre), la obediencia a la autoridad pública, el culto a sus creencias religiosas (cuál otra: la católica), por lo que intentos “renovadores” como el personaje que vendía aspiradoras eran vistos como intromisiones y por lo tanto peligros para el statu quo de esa familia de tantas.

El hombre a través de su existencia tiene como fin la felicidad. Buscarla es acaso el verdadero significado de toda una vida. Más pesado que el orgullo o las pasiones, resulta ser, y así lo dicen muchas biografías de la historia, la manera de pensar porque en ésta va inmersa el bagaje cultural, lo que somos y hemos sido.

Como núcleo social tenemos el sentido de la pertenencia, de la necesidad de ser aceptados y asimismo poder establecer con nuestra cultura un diálogo con el espacio social que nos tocó vivir.

Si en estos momentos, de pronto y que valga como ejercicio intelectual meramente, despertáramos en el año 2900, ¿qué espacio social presenciaríamos? Nunca lo sabremos a ciencia cierta, pero lo que sí es seguro es que con nuestra cultura desde 2018 estableceríamos ese diálogo, es decir, tendríamos que someternos a la experiencia irrenunciable de la convivencia. Y esto último es, precisamente, el espíritu del filme Una Familia de Tantas: la recreación de la convivencia de la sociedad del México de los cuarentas…



La metáfora es evidente: la renovación de la familia “porfiriana” en cuanto a la dialéctica del espacio social para poder incrustarse o, en el mejor de los casos, aceptar la irrupción de que el progreso (no sólo material sino también en el marco de las ideas) es inevitable.

La venta de la aspiradora puede permitirnos una hermenéutica más amplia, más expansiva en el significado del espacio social. Por un lado, es la ubicación impostergable de la sociedad mexicana de esos años en una directriz de vanguardia y de confort; por otro, puede ser vista dicha venta como el aviso antropológico de que las costumbres y hasta ciertas formas de pensar, rígidas, autoritarias por parte del padre de familia, están confrontadas con, digámoslo de esta manera, por la pujanza del aldeanismo en su vertiente de avance económico.

Prosiguiendo con el desglose del filme, es de llamar la atención que si bien el espacio social recreado es específico, la ciudad de México, son los rasgos y prototipos de los personajes de la época los que en verdad cuantifican los códigos de conducta autoritarios, injustos, de intolerancia del pater familia.

La familia es un producto social porque solo existe a través de la existencia y reproducción de la sociedad. Este espacio tiene una doble dimensión: es a la vez material y representación mental, objeto físico y objeto mental. Es lo que se denomina espacio geográfico. Y la geografía que propone el director Alejandro Galindo en su filme es anfibia: mental y física en donde la familia es concepto que ocupa su volumen inamovible en la forma de ser y de pensar de ciertas personas.

¿Por qué se pensaba de manera conservadora en esos años? Aquí quizá hay que recalcar que toda sociedad está en tránsito, en constante cambio por lo que pudiese parecer sino inicuo sí inapropiado el medir con parámetros del siglo XXI a la sociedad mexicana de la postguerra de los cincuentas. Pero podemos reacomodar la pregunta así: ¿había justificación para pensar de esa manera?

El retrato que hace Alejandro Galindo en la película es la de una familia sobreviviente del porfiriato. Sin adentrarnos demasiado en los pormenores del periodo liderado por el indio de Oaxaca, Porfirio Díaz, es preciso apuntar que la sociedad que atestiguó su mandato estuvo inmersa en la falta de crítica al gobierno y de autocrítica hacia el seno de la familia. Por decirlo frontalmente: mandaba el que tenía que mandar: el hombre, el jefe de familia, el proveedor.

Aunado a la cultura del cristianismo, mejor dicho: del catolicismo (esto desde la Colonia), la sociedad de esos años quedó embebida de protocolos particulares y al parecer perennes: el conservadurismo, el respeto al hombre (al padre), la obediencia a la autoridad pública, el culto a sus creencias religiosas (cuál otra: la católica), por lo que intentos “renovadores” como el personaje que vendía aspiradoras eran vistos como intromisiones y por lo tanto peligros para el statu quo de esa familia de tantas.

El hombre a través de su existencia tiene como fin la felicidad. Buscarla es acaso el verdadero significado de toda una vida. Más pesado que el orgullo o las pasiones, resulta ser, y así lo dicen muchas biografías de la historia, la manera de pensar porque en ésta va inmersa el bagaje cultural, lo que somos y hemos sido.

Como núcleo social tenemos el sentido de la pertenencia, de la necesidad de ser aceptados y asimismo poder establecer con nuestra cultura un diálogo con el espacio social que nos tocó vivir.

Si en estos momentos, de pronto y que valga como ejercicio intelectual meramente, despertáramos en el año 2900, ¿qué espacio social presenciaríamos? Nunca lo sabremos a ciencia cierta, pero lo que sí es seguro es que con nuestra cultura desde 2018 estableceríamos ese diálogo, es decir, tendríamos que someternos a la experiencia irrenunciable de la convivencia. Y esto último es, precisamente, el espíritu del filme Una Familia de Tantas: la recreación de la convivencia de la sociedad del México de los cuarentas…