/ martes 30 de julio de 2019

A ver si los robots compran gasolina

En nuestro país, al igual que en muchas partes de globo, la doctrina del neoliberalismo económico resultó una falacia. Se convirtió en una versión del “capitalismo entre amigos”, o sea, una telaraña del poder sin contrapeso alguno.

La tecnocracia y sus acólitos adorantes defienden que el petróleo no es un aspecto estratégico para el desarrollo de las naciones, y que la industria petrolera es un asunto de la segunda ola. Sin embargo, todo indica que fue solo un caballo de Troya para llevar a cabo la pretendida reforma energética y posicionar los intereses del capital externo representado por las grandes compañías petroleras multinacionales. En Nueva York, un expresidente de México llegó al extremo de ofrecer la industria petroquímica nacional a inversionistas de Wall Street, como para dejar en claro que no veía con malos ojos la venta de Pemex. Habría que investigar el porqué a los tecnócratas en el poder y funcionarios afines repentinamente se les olvidó que todo se mueve con petróleo. Y que cuando el barril de hidrocarburos se revalúa en el mercado internacional de energéticos, también se revalúa la imagen de México en el concierto mundial de naciones. Una pregunta ¿Acaso la guerra del Golfo Pérsico de tan desastrosas consecuencias para el infeliz pueblo de Irak fue solo por la pretendida defensa de la “democracia”, como afirmaron en Washington, D.C.? Por supuesto que no. Fue por el control de los mantos petrolíferos allí localizados. El tiempo ha puesto a cada quien en su lugar.

Es complicado argumentar en firme que el capital externo (que incluye la inversión petrolera), pueda traer los beneficios y el nivel de empleo que el país requiere. Las grandes compañías, de cualquier región donde provengan, se manejan principalmente por motivos egoístas y conveniencias de índole económico financiero, no tanto por conceptos éticos o morales. De ahí la importancia de respetar el marco constitucional. Finalmente, una anécdota. Un jefe de una petroquímica en el exterior mostró a sus visitantes lo automatizada que estaba una planta de elaboración, la cual funcionaba con muy pocos empleados y muchos modernos y espectaculares robots. “Son maravillosos”, aludiendo a los ingenios mecánicos, dijo el jefe, y “no piden aumento de sueldo”. A lo que uno de los visitantes replicó, su planta es hermosa, señor, pero vamos a ver si los robots le compran gasolina.

En nuestro país, al igual que en muchas partes de globo, la doctrina del neoliberalismo económico resultó una falacia. Se convirtió en una versión del “capitalismo entre amigos”, o sea, una telaraña del poder sin contrapeso alguno.

La tecnocracia y sus acólitos adorantes defienden que el petróleo no es un aspecto estratégico para el desarrollo de las naciones, y que la industria petrolera es un asunto de la segunda ola. Sin embargo, todo indica que fue solo un caballo de Troya para llevar a cabo la pretendida reforma energética y posicionar los intereses del capital externo representado por las grandes compañías petroleras multinacionales. En Nueva York, un expresidente de México llegó al extremo de ofrecer la industria petroquímica nacional a inversionistas de Wall Street, como para dejar en claro que no veía con malos ojos la venta de Pemex. Habría que investigar el porqué a los tecnócratas en el poder y funcionarios afines repentinamente se les olvidó que todo se mueve con petróleo. Y que cuando el barril de hidrocarburos se revalúa en el mercado internacional de energéticos, también se revalúa la imagen de México en el concierto mundial de naciones. Una pregunta ¿Acaso la guerra del Golfo Pérsico de tan desastrosas consecuencias para el infeliz pueblo de Irak fue solo por la pretendida defensa de la “democracia”, como afirmaron en Washington, D.C.? Por supuesto que no. Fue por el control de los mantos petrolíferos allí localizados. El tiempo ha puesto a cada quien en su lugar.

Es complicado argumentar en firme que el capital externo (que incluye la inversión petrolera), pueda traer los beneficios y el nivel de empleo que el país requiere. Las grandes compañías, de cualquier región donde provengan, se manejan principalmente por motivos egoístas y conveniencias de índole económico financiero, no tanto por conceptos éticos o morales. De ahí la importancia de respetar el marco constitucional. Finalmente, una anécdota. Un jefe de una petroquímica en el exterior mostró a sus visitantes lo automatizada que estaba una planta de elaboración, la cual funcionaba con muy pocos empleados y muchos modernos y espectaculares robots. “Son maravillosos”, aludiendo a los ingenios mecánicos, dijo el jefe, y “no piden aumento de sueldo”. A lo que uno de los visitantes replicó, su planta es hermosa, señor, pero vamos a ver si los robots le compran gasolina.