/ jueves 5 de marzo de 2020

Acontecer político | Un buen principio

En México existe justificadamente una alarma general por el número de muertes violentas de miles de mujeres. La mayor parte de esos crímenes son cometidos por varones. ¿Alguien se ha preguntado por qué se da este fenómeno? No, porque sencillamente se está dando al problema un enfoque más político que social y los partidos de oposición ven en el tema una oportunidad para hacerse notar ante su incapacidad para ofrecer alternativas confiables.

Está documentado que la violencia intrafamiliar es un germen que ha crecido en muchos hogares. Se golpea a la esposa o concubina y se llega al grado de causarles la muerte, dramas que se originan sigilosamente entre las paredes de una casa y que por lo general pasan desapercibidos hasta que una tragedia sucede.

En las calles asaltantes acechan a las féminas para robarles sus pertenencias, violarlas y cuando las cosas se salen de control las matan.

En los centros de trabajo el acoso sexual es cosa de todos los días. Muchos jefes presumen de haberse “fajado” a algunas de sus empleadas como signo de trofeo personal.

¿Qué es lo que ha convertido a muchos hombres en verdugos despiadados? ¿Por qué se desarrollan las tendencias siniestras en un individuo? ¿En qué medio crecieron, qué ejemplos recibieron en sus casas y qué motivos de frustración los llevan a atentar contra el sexo opuesto? Nadie se ha molestado en hacer diagnósticos analíticos y estadísticos de tales comportamientos.

En realidad se trata de un problema sociológico que no se resuelve con medidas policíacas. Y sus orígenes se remontan a los tiempos en que alguien describió a la mujer como “Un ser de cabellos largos e ideas cortas”, estigmatizándolas como seres inferiores.

La Epístola de Melchor Ocampo, que los oficiales del Registro Civil leían ante las parejas que contraían matrimonio ante la ley, contenía un párrafo que remitía a la mujer al papel de parte pasiva y sumisa: “La mujer debe dar y dará al marido OBEDIENCIA, agrado, asistencia y consejo, tratándolo siempre con la VENERACIÓN que se debe a la persona que nos apoya y protege”. Ese documento cayó en desuso porque se insertaba en un contexto social donde el predominio masculino era total.

Es común que a un niño que llora se le diga “no llores, pareces vieja”, como si las lágrimas fueran exclusivas de las mujeres como signo de debilidad. Una buena manera de sembrar en la propia casa la semilla del machismo.

Y la pregunta resurge: ¿Por qué hay hombres que desarrollan odio contra las mujeres o las atacan considerándolas presas fáciles? ¿Por qué detrás de muchas mujeres de la vida galante hay un “padrote” que las explota y mantiene amenazadas?

En realidad estamos ante un fenómeno cultural que se ha desarrollado negativamente con el transcurso del tiempo. El varón, según los cánones tradicionales, es el centro alrededor del cual giran todas las cosas. El sexo “fuerte”, pues. Y eso, para mentes insanas es una licencia para el maltrato.

Claro que hay hombres que conducen la familia dentro de la concordia, cuidando que hijos e hijas se respeten mutuamente, honrando a la pareja no en razón de una supuesta debilidad sino como parte de sí mismo.

Pero desgraciadamente hay una escoria a la que las mujeres no le merecen la menor consideración. Y de allí provienen las legiones de golpeadores y asesinos en potencia en una dinámica que hoy se ha desbordado.

Podrán llenarse las cárceles con esos inadaptados e incluso aplicarles la pena de muerte como algunos sugieren, pero se estarían atendiendo los efectos y no las causas del problema. Podrá acusarse a un gobierno de no hacer algo por detener los feminicidios, pero no se debe perder de vista, como muchos lo hacen convenencieramente, que este tipo de delitos son generalmente imprevisibles.

¿Qué hacer entonces? Es difícil dar una respuesta precisa a algo tan complicado.

Se ha convocado para el 9 de marzo a una inacción denominada “Un día sin Mujeres”, consistente en que las féminas no salgan de sus casas, no vayan a trabajar ni de compras, jornada que, presumiblemente, será aprovechada con fines políticos.

Algo ideal sería que en lugar de un “Día sin Mujeres”, esa fecha se decretara como “Un Día de Diálogo Familiar”, en la que las parejas y sus hijos dejen de lado sus tabletas, sus computadoras y sus teléfonos celulares y se entreguen a una conversación, lamentablemente cada vez más escasa, sobre el comportamiento que a cada quien corresponde y la forma de protegerse mutuamente. Y que en ese nicho, la mujer, la madre, en honor de su propio género, retome y consolide su papel como principal transmisora de valores.

Exigir a la autoridad medidas punitivas es algo legítimo. Pero inculcar dentro de la propia familia el respeto a las mujeres y a los semejantes en general, sería un buen principio para cambiar un destino ominoso que nos ha alcanzado. Y eso no requiere de un solo día, sino de una práctica cotidiana. Y, además, poner oídos sordos a las voces de políticos oportunistas que nunca antes se preocuparon por las mujeres y que ahora quieren usarlas para sus fines egoístas.

raulpazos45@gmail.com

En México existe justificadamente una alarma general por el número de muertes violentas de miles de mujeres. La mayor parte de esos crímenes son cometidos por varones. ¿Alguien se ha preguntado por qué se da este fenómeno? No, porque sencillamente se está dando al problema un enfoque más político que social y los partidos de oposición ven en el tema una oportunidad para hacerse notar ante su incapacidad para ofrecer alternativas confiables.

Está documentado que la violencia intrafamiliar es un germen que ha crecido en muchos hogares. Se golpea a la esposa o concubina y se llega al grado de causarles la muerte, dramas que se originan sigilosamente entre las paredes de una casa y que por lo general pasan desapercibidos hasta que una tragedia sucede.

En las calles asaltantes acechan a las féminas para robarles sus pertenencias, violarlas y cuando las cosas se salen de control las matan.

En los centros de trabajo el acoso sexual es cosa de todos los días. Muchos jefes presumen de haberse “fajado” a algunas de sus empleadas como signo de trofeo personal.

¿Qué es lo que ha convertido a muchos hombres en verdugos despiadados? ¿Por qué se desarrollan las tendencias siniestras en un individuo? ¿En qué medio crecieron, qué ejemplos recibieron en sus casas y qué motivos de frustración los llevan a atentar contra el sexo opuesto? Nadie se ha molestado en hacer diagnósticos analíticos y estadísticos de tales comportamientos.

En realidad se trata de un problema sociológico que no se resuelve con medidas policíacas. Y sus orígenes se remontan a los tiempos en que alguien describió a la mujer como “Un ser de cabellos largos e ideas cortas”, estigmatizándolas como seres inferiores.

La Epístola de Melchor Ocampo, que los oficiales del Registro Civil leían ante las parejas que contraían matrimonio ante la ley, contenía un párrafo que remitía a la mujer al papel de parte pasiva y sumisa: “La mujer debe dar y dará al marido OBEDIENCIA, agrado, asistencia y consejo, tratándolo siempre con la VENERACIÓN que se debe a la persona que nos apoya y protege”. Ese documento cayó en desuso porque se insertaba en un contexto social donde el predominio masculino era total.

Es común que a un niño que llora se le diga “no llores, pareces vieja”, como si las lágrimas fueran exclusivas de las mujeres como signo de debilidad. Una buena manera de sembrar en la propia casa la semilla del machismo.

Y la pregunta resurge: ¿Por qué hay hombres que desarrollan odio contra las mujeres o las atacan considerándolas presas fáciles? ¿Por qué detrás de muchas mujeres de la vida galante hay un “padrote” que las explota y mantiene amenazadas?

En realidad estamos ante un fenómeno cultural que se ha desarrollado negativamente con el transcurso del tiempo. El varón, según los cánones tradicionales, es el centro alrededor del cual giran todas las cosas. El sexo “fuerte”, pues. Y eso, para mentes insanas es una licencia para el maltrato.

Claro que hay hombres que conducen la familia dentro de la concordia, cuidando que hijos e hijas se respeten mutuamente, honrando a la pareja no en razón de una supuesta debilidad sino como parte de sí mismo.

Pero desgraciadamente hay una escoria a la que las mujeres no le merecen la menor consideración. Y de allí provienen las legiones de golpeadores y asesinos en potencia en una dinámica que hoy se ha desbordado.

Podrán llenarse las cárceles con esos inadaptados e incluso aplicarles la pena de muerte como algunos sugieren, pero se estarían atendiendo los efectos y no las causas del problema. Podrá acusarse a un gobierno de no hacer algo por detener los feminicidios, pero no se debe perder de vista, como muchos lo hacen convenencieramente, que este tipo de delitos son generalmente imprevisibles.

¿Qué hacer entonces? Es difícil dar una respuesta precisa a algo tan complicado.

Se ha convocado para el 9 de marzo a una inacción denominada “Un día sin Mujeres”, consistente en que las féminas no salgan de sus casas, no vayan a trabajar ni de compras, jornada que, presumiblemente, será aprovechada con fines políticos.

Algo ideal sería que en lugar de un “Día sin Mujeres”, esa fecha se decretara como “Un Día de Diálogo Familiar”, en la que las parejas y sus hijos dejen de lado sus tabletas, sus computadoras y sus teléfonos celulares y se entreguen a una conversación, lamentablemente cada vez más escasa, sobre el comportamiento que a cada quien corresponde y la forma de protegerse mutuamente. Y que en ese nicho, la mujer, la madre, en honor de su propio género, retome y consolide su papel como principal transmisora de valores.

Exigir a la autoridad medidas punitivas es algo legítimo. Pero inculcar dentro de la propia familia el respeto a las mujeres y a los semejantes en general, sería un buen principio para cambiar un destino ominoso que nos ha alcanzado. Y eso no requiere de un solo día, sino de una práctica cotidiana. Y, además, poner oídos sordos a las voces de políticos oportunistas que nunca antes se preocuparon por las mujeres y que ahora quieren usarlas para sus fines egoístas.

raulpazos45@gmail.com