/ lunes 20 de mayo de 2019

Con café y a media luz | “Ahorita; en un ratito”

¿Cuántos segundos caben en un “ahorita”? ¿Con qué perspectiva puede entenderse ese lapso para que sea igual entre emisor y receptor? ¿Qué pasa cuando el “ahorita” del hablante y el oyente no es el mismo? Y, sobre todo, ¿Cómo es que el mexicano común ha aprendido a excusarse y aceptar el argumento banal del “ahorita” como un sinónimo de cumplimiento?

¿Sabe qué es lo peor, querido amigo lector? Que ese “ahorita” se puede aplicar en un sinfín de situaciones y bajo un número interminable de circunstancias y, en todas, la ambigüedad, que es la esencia indisoluble de ese vocablo, es la que marca la pauta para que la solución necesitada o la respuesta requerida empiece su marcha al camino sin retorno de los compromisos olvidados.

“Ahorita” es, quizá, el lastre del que tanto se queja el mexicano cuando le toca el papel de víctima y, en nefasto contrasentido, es la puerta argumentativa más sencilla, disfrutable y más a la mano que se puede tener cuando se ve frente al compromiso ineludible, a la exigencia tormentosa o a la consecuencia de haber contravenido el derecho ajeno. ¡Entonces sí! ¡Echa mano del “ahorita” que en otro lado maldijo!

El “ahorita” es un concepto abstracto emergido en lo más oscuro de la imaginación irracional del mexicano común y está construido en el paraíso del inconsciente de la nada que no hace reparos en saber cuánto dura ese vocablo.

El “ahorita” no tiene un principio o fin, carece de una fecha de caducidad, no presenta un antes o un después. No guarda líneas, metas o fronteras, no tiene un origen tangible y cierto, más que un acuerdo celebrado en el borde de la ignominia en la que el “ahorita” surge como un instante y, como un instante, también se va.

“Ahorita lo hago”, “Ahorita voy”, “Ahorita llego”, “Ahorita subo”, “Ahorita se lo mando”, “Ahorita pago”, etcétera son las frases a las que recurre el mexicano para llevar al cabo la más graciosa de las huidas cuando se ve en una encerrona y, como decían las abuelitas, “¡Ese ahorita…!” en tono de cantaleta, haciendo una clara referencia a la promesa veladamente incumplida por parte de aquel que ahora pasa por entre las sombras dirigiendo la mirada a la nada pues sabe que pesa sobre sí, la losa de la culpabilidad.

Hay otros que se han lanzado a la aventura de la exploración de nuevas fronteras discursivas en torno a este dicharacho y han vuelto de su viaje con peroratas profundas basadas en preceptos filosóficos tan vastos que rayan en virtudes extrasensoriales como la clarividencia y la precognición.

Así, seguramente usted ya habrá escuchado cosas como “Ya estaba a punto de empezarlo cuando me habló fulano y lo tuve que atender, pero ahorita lo acabo”. Es decir, no está iniciado el proyecto, pero el interlocutor ya ofreció un “nuevo ahorita” que refiere al término del mismo. En el mismo tenor existe el “Fui, pero no lo encontré, ahorita le doy otra buscada”.

Hay uno más que denota las facultades de pitoniso del paisano, me refiero al “Sí se lo mandé, pero seguramente su máquina tiene un virus. Ahorita se lo vuelvo a mandar”, y en esta temática de ver el futuro, también nos han dicho cosas como “Ahorita iba a ir, pero como vi que se nubló, pensé que usted no asistiría. Pero ahorita llego”.

Y así, mi querido amigo, podremos acabar un ejemplar completo de EL SOL DE TAMPICO reflexionando acerca de este vicio actitudinal que no nos deja nada positivo como sociedad y como personas, pues a la larga, las consecuencias serán para nosotros mismos que habremos dejado constancia de nuestro proceder y será la fama de nuestros actos la que le ponga punto final a nuestra cadena de “ahoritas” que ya no serán válidas para nadie.

Querido amigo carpintero, si se comprometió a entregar una mesa en la fecha acordada, ¡Hágalo! Lo mismo, usted que aseguró que pagaría puntualmente por el producto entregado. Si le pidieron una obra y dio su palabra, trabaje conforme a lo prometido y no ande dejando obras tiradas y a medio hacer ya que termina manchando el nombre hasta de quien lo recomendó.

Si dijo que tal día acabaría el vestido que le solicitaron con todos los detalles y monerías que le pidió su compradora, ¡Que sea verdad! Y no se esconda en los mensajes de los celulares, o mande al niño a decir por la ventana que usted no está y, mucho menos, finja enfermedades cardiacas, pulmonares o estadías comatosas que le duran lo mismo que dura un “ahorita”.

Cuando la sociedad mexicana se sacuda el “ahorita”, el “ya merito” y el “ratito”, entonces ya no habrá presidentes criticables ni poblaciones diferentes, no habrá gobiernos que fueron o son corruptos, ni ladrones de tiempo, cuando se quiten esas ataduras seremos el México que tanto anhelamos, porque estaremos trabajando por él y no esperaremos a dar un golpe de suerte, recibir un milagro o vivir un acto de magia que nos solucionen todos nuestros problemas en lo que transcurre un “ahorita”.

¡Hasta la próxima!

Escríbame y recuerde, para mañana ¡Despierte, no se duerma que será un gran día!

licajimenezmcc@hotmail.com

¿Cuántos segundos caben en un “ahorita”? ¿Con qué perspectiva puede entenderse ese lapso para que sea igual entre emisor y receptor? ¿Qué pasa cuando el “ahorita” del hablante y el oyente no es el mismo? Y, sobre todo, ¿Cómo es que el mexicano común ha aprendido a excusarse y aceptar el argumento banal del “ahorita” como un sinónimo de cumplimiento?

¿Sabe qué es lo peor, querido amigo lector? Que ese “ahorita” se puede aplicar en un sinfín de situaciones y bajo un número interminable de circunstancias y, en todas, la ambigüedad, que es la esencia indisoluble de ese vocablo, es la que marca la pauta para que la solución necesitada o la respuesta requerida empiece su marcha al camino sin retorno de los compromisos olvidados.

“Ahorita” es, quizá, el lastre del que tanto se queja el mexicano cuando le toca el papel de víctima y, en nefasto contrasentido, es la puerta argumentativa más sencilla, disfrutable y más a la mano que se puede tener cuando se ve frente al compromiso ineludible, a la exigencia tormentosa o a la consecuencia de haber contravenido el derecho ajeno. ¡Entonces sí! ¡Echa mano del “ahorita” que en otro lado maldijo!

El “ahorita” es un concepto abstracto emergido en lo más oscuro de la imaginación irracional del mexicano común y está construido en el paraíso del inconsciente de la nada que no hace reparos en saber cuánto dura ese vocablo.

El “ahorita” no tiene un principio o fin, carece de una fecha de caducidad, no presenta un antes o un después. No guarda líneas, metas o fronteras, no tiene un origen tangible y cierto, más que un acuerdo celebrado en el borde de la ignominia en la que el “ahorita” surge como un instante y, como un instante, también se va.

“Ahorita lo hago”, “Ahorita voy”, “Ahorita llego”, “Ahorita subo”, “Ahorita se lo mando”, “Ahorita pago”, etcétera son las frases a las que recurre el mexicano para llevar al cabo la más graciosa de las huidas cuando se ve en una encerrona y, como decían las abuelitas, “¡Ese ahorita…!” en tono de cantaleta, haciendo una clara referencia a la promesa veladamente incumplida por parte de aquel que ahora pasa por entre las sombras dirigiendo la mirada a la nada pues sabe que pesa sobre sí, la losa de la culpabilidad.

Hay otros que se han lanzado a la aventura de la exploración de nuevas fronteras discursivas en torno a este dicharacho y han vuelto de su viaje con peroratas profundas basadas en preceptos filosóficos tan vastos que rayan en virtudes extrasensoriales como la clarividencia y la precognición.

Así, seguramente usted ya habrá escuchado cosas como “Ya estaba a punto de empezarlo cuando me habló fulano y lo tuve que atender, pero ahorita lo acabo”. Es decir, no está iniciado el proyecto, pero el interlocutor ya ofreció un “nuevo ahorita” que refiere al término del mismo. En el mismo tenor existe el “Fui, pero no lo encontré, ahorita le doy otra buscada”.

Hay uno más que denota las facultades de pitoniso del paisano, me refiero al “Sí se lo mandé, pero seguramente su máquina tiene un virus. Ahorita se lo vuelvo a mandar”, y en esta temática de ver el futuro, también nos han dicho cosas como “Ahorita iba a ir, pero como vi que se nubló, pensé que usted no asistiría. Pero ahorita llego”.

Y así, mi querido amigo, podremos acabar un ejemplar completo de EL SOL DE TAMPICO reflexionando acerca de este vicio actitudinal que no nos deja nada positivo como sociedad y como personas, pues a la larga, las consecuencias serán para nosotros mismos que habremos dejado constancia de nuestro proceder y será la fama de nuestros actos la que le ponga punto final a nuestra cadena de “ahoritas” que ya no serán válidas para nadie.

Querido amigo carpintero, si se comprometió a entregar una mesa en la fecha acordada, ¡Hágalo! Lo mismo, usted que aseguró que pagaría puntualmente por el producto entregado. Si le pidieron una obra y dio su palabra, trabaje conforme a lo prometido y no ande dejando obras tiradas y a medio hacer ya que termina manchando el nombre hasta de quien lo recomendó.

Si dijo que tal día acabaría el vestido que le solicitaron con todos los detalles y monerías que le pidió su compradora, ¡Que sea verdad! Y no se esconda en los mensajes de los celulares, o mande al niño a decir por la ventana que usted no está y, mucho menos, finja enfermedades cardiacas, pulmonares o estadías comatosas que le duran lo mismo que dura un “ahorita”.

Cuando la sociedad mexicana se sacuda el “ahorita”, el “ya merito” y el “ratito”, entonces ya no habrá presidentes criticables ni poblaciones diferentes, no habrá gobiernos que fueron o son corruptos, ni ladrones de tiempo, cuando se quiten esas ataduras seremos el México que tanto anhelamos, porque estaremos trabajando por él y no esperaremos a dar un golpe de suerte, recibir un milagro o vivir un acto de magia que nos solucionen todos nuestros problemas en lo que transcurre un “ahorita”.

¡Hasta la próxima!

Escríbame y recuerde, para mañana ¡Despierte, no se duerma que será un gran día!

licajimenezmcc@hotmail.com