/ jueves 16 de agosto de 2018

Ajedrez ¿Juego o Ciencia?

Me produce ternura saber que expertos y grandes maestros de ajedrez permanecen sentados ante el tablero nueve horas diarias, quebrándose el coco y estudiando la mejor manera de vencer a autómatas capaces de realizar cientos de millones de movimientos por segundo. Aunque más bien debería engendrar espanto corroborar que en el ciberespacio, “On line”, se hallan máquinas capaces de vencer no sólo a los “peores jugadores” del llamado deporte ciencia-- como quien esto escribe--, sino a los mejores del orbe.

El juego de ajedrez fue mi distracción por un tiempo. Pero escuchar “jaque al rey” de una voz humana es aterrador. Es incómodo disimular el amago de alfiles, torres y caballos y aceptarlo con fingida elegancia. El sonido de una pieza al chocar contra el tablero para mí es una fuente de agobio.

El ajedrez me inspira un respeto casi total. Y convengo en que se trata de mucho más que un juego y poco menos que una ciencia, por lo que hay que tener prudencia.

A mi juicio, el ajedrez abarca misterios todavía incomprendidos que son un reto a la filosofía de la vida misma. Hay quienes juzgan que detrás de la cuadrícula se ocultan extrañas fuerzas “demoníacas o divinas” de las que este juego no vendría a ser una manifestación más, sino la más importante.

Pese a todo, el ajedrez podría convertirse en materia discrecional a edades tempranas y dotar a los alumnos de los recursos para familiarizarse con esta actividad y adquirir los conocimientos y herramientas para practicarlo, siempre bajo la mano experta de maestros competentes. Eso creo.


Me produce ternura saber que expertos y grandes maestros de ajedrez permanecen sentados ante el tablero nueve horas diarias, quebrándose el coco y estudiando la mejor manera de vencer a autómatas capaces de realizar cientos de millones de movimientos por segundo. Aunque más bien debería engendrar espanto corroborar que en el ciberespacio, “On line”, se hallan máquinas capaces de vencer no sólo a los “peores jugadores” del llamado deporte ciencia-- como quien esto escribe--, sino a los mejores del orbe.

El juego de ajedrez fue mi distracción por un tiempo. Pero escuchar “jaque al rey” de una voz humana es aterrador. Es incómodo disimular el amago de alfiles, torres y caballos y aceptarlo con fingida elegancia. El sonido de una pieza al chocar contra el tablero para mí es una fuente de agobio.

El ajedrez me inspira un respeto casi total. Y convengo en que se trata de mucho más que un juego y poco menos que una ciencia, por lo que hay que tener prudencia.

A mi juicio, el ajedrez abarca misterios todavía incomprendidos que son un reto a la filosofía de la vida misma. Hay quienes juzgan que detrás de la cuadrícula se ocultan extrañas fuerzas “demoníacas o divinas” de las que este juego no vendría a ser una manifestación más, sino la más importante.

Pese a todo, el ajedrez podría convertirse en materia discrecional a edades tempranas y dotar a los alumnos de los recursos para familiarizarse con esta actividad y adquirir los conocimientos y herramientas para practicarlo, siempre bajo la mano experta de maestros competentes. Eso creo.