/ martes 10 de mayo de 2022

Ajo y Agua | Lo cortés no quita lo valiente

La grandeza de un club se mide por los títulos que tiene en sus vitrinas, así como las acciones que realiza dentro y fuera del terreno de juego. En ese sentido, el Atlético de Madrid desaprovechó la ocasión de realizar el paseíllo ante el Real Madrid y demostrar que también cuenta con una historia llena de prestigio, porque ese mismo respeto que merece la institución, se le debe dar al adversario, ya que la rivalidad sólo debe existir en el terreno de juego y mientras el balón gire.

En todo el mundo se han perdido poco a poco muchas tradiciones, y con ellas valores de raíces familiares que transmiten tolerancia, generosidad, paciencia, honestidad, optimismo, humildad, empatía y, sobre todo, reconocimiento.

No lo son, pero deberían considerarse como una regla, sobre todo en tiempos en los que la violencia nos está marcando como una supuesta humanidad. La pandemia del Covid-19, lejos de unirnos como especie, nos llenó de una ansiedad que llevó a desvirtualizarlo todo.

El tradicional paseíllo que surgió en España hace más de 50 años para reconocer y felicitar al campeón, es ahora visto, incorrectamente, como un acto de inferioridad. El mensaje que el Atlético mandó a sus aficionados, efectivamente fue de respeto y de compromiso para con ellos, pero también de rencor, antipatía y hasta resentimiento.

En la actualidad, incluso desde hace ya varios años, tanto medios de comunicación, como jugadores, equipos y reconocidas figuras debemos cuidar mucho las palabras que elegimos para informar, opinar o hasta cuestionar.

No es lo mismo decir abatió, que superó; tampoco odiado y acérrimo, o enemigo y adversario. La rivalidad existe, sí, pero debe ser sólo deportiva, dentro del terreno de juego y mientras el balón gire.

Quizá entre los aficionados se tenga esa falsa idea de humillación, y es por eso que el club debió demostrar lo contrario reconociendo que el Real Madrid fue lo suficientemente mejor en el torneo para llevarse el título con varias jornadas de anticipación, y después saltar a la cancha dispuesto a darlo todo en busca del triunfo, que al final obtuvo para acelerar sus opciones de cumplir el objetivo de sellar el pase a la Champions League de la próxima temporada, y así corroborar que ya está al mismo nivel competitivo del Real Madrid y Barcelona.

En cambio, el Real Madrid ni siquiera cuestionó que se le hiciera o no el paseíllo. Demostró que no necesita que el rival reconozca sus méritos, porque al final, lo que importa es levantar el título frente a sus aficionados y posteriormente llevarlo a su palmarés.

Carlo Ancelotti no sólo dio en el clavo durante la conferencia previa al encuentro, también dio muestra de grandeza, humildad, tolerancia, generosidad, paciencia, optimismo, empatía, unión y hasta honestidad.

En el Real Madrid no hay arrogancia ni ego, hay una grandeza que se demuestra, como dije anteriormente, con títulos, así como con acciones dentro y fuera del terreno de juego.

Salir dispuestos a perder nunca está permitido, sin embargo, ante las circunstancias y el enorme reto que le viene por delante, el conjunto merengue hizo muchas rotaciones en su cuadro titular, sabiendo que la derrota frente al Atlético de Madrid podría presupuestarse.

Tener la oportunidad de disputar la final de la Champions League, después de una temporada sumamente exigente debido al calendario de selecciones nacionales, en un año mundialista, no es poca cosa. Y perder el derbi madrileño no lo hace ni menos ni más campeón, pues aún con la derrota mantiene 12 puntos de ventaja sobre el Barcelona, su perseguidor más cercano en la clasificación.

Bien lo dijo Ancelotti al término del partido en el estadio Wanda Metropolitano: el Real Madrid no necesita más puntos, sino dar descanso a jugadores que lo han dado todo por el equipo.

Hay tradiciones que deben quedar en el olvido, pero hay otras que merecen seguir vivas debido a los valores que transmiten, aunque para ello haya que reeducar la mente. Por eso es importante que se inculquen desde niños.

Reconocer el éxito y el esfuerzo de los demás no es sentirte ni hacerte menos, sino más bien aprender de los que son tu gran referencia.

¡Que te lo digo yo!

La grandeza de un club se mide por los títulos que tiene en sus vitrinas, así como las acciones que realiza dentro y fuera del terreno de juego. En ese sentido, el Atlético de Madrid desaprovechó la ocasión de realizar el paseíllo ante el Real Madrid y demostrar que también cuenta con una historia llena de prestigio, porque ese mismo respeto que merece la institución, se le debe dar al adversario, ya que la rivalidad sólo debe existir en el terreno de juego y mientras el balón gire.

En todo el mundo se han perdido poco a poco muchas tradiciones, y con ellas valores de raíces familiares que transmiten tolerancia, generosidad, paciencia, honestidad, optimismo, humildad, empatía y, sobre todo, reconocimiento.

No lo son, pero deberían considerarse como una regla, sobre todo en tiempos en los que la violencia nos está marcando como una supuesta humanidad. La pandemia del Covid-19, lejos de unirnos como especie, nos llenó de una ansiedad que llevó a desvirtualizarlo todo.

El tradicional paseíllo que surgió en España hace más de 50 años para reconocer y felicitar al campeón, es ahora visto, incorrectamente, como un acto de inferioridad. El mensaje que el Atlético mandó a sus aficionados, efectivamente fue de respeto y de compromiso para con ellos, pero también de rencor, antipatía y hasta resentimiento.

En la actualidad, incluso desde hace ya varios años, tanto medios de comunicación, como jugadores, equipos y reconocidas figuras debemos cuidar mucho las palabras que elegimos para informar, opinar o hasta cuestionar.

No es lo mismo decir abatió, que superó; tampoco odiado y acérrimo, o enemigo y adversario. La rivalidad existe, sí, pero debe ser sólo deportiva, dentro del terreno de juego y mientras el balón gire.

Quizá entre los aficionados se tenga esa falsa idea de humillación, y es por eso que el club debió demostrar lo contrario reconociendo que el Real Madrid fue lo suficientemente mejor en el torneo para llevarse el título con varias jornadas de anticipación, y después saltar a la cancha dispuesto a darlo todo en busca del triunfo, que al final obtuvo para acelerar sus opciones de cumplir el objetivo de sellar el pase a la Champions League de la próxima temporada, y así corroborar que ya está al mismo nivel competitivo del Real Madrid y Barcelona.

En cambio, el Real Madrid ni siquiera cuestionó que se le hiciera o no el paseíllo. Demostró que no necesita que el rival reconozca sus méritos, porque al final, lo que importa es levantar el título frente a sus aficionados y posteriormente llevarlo a su palmarés.

Carlo Ancelotti no sólo dio en el clavo durante la conferencia previa al encuentro, también dio muestra de grandeza, humildad, tolerancia, generosidad, paciencia, optimismo, empatía, unión y hasta honestidad.

En el Real Madrid no hay arrogancia ni ego, hay una grandeza que se demuestra, como dije anteriormente, con títulos, así como con acciones dentro y fuera del terreno de juego.

Salir dispuestos a perder nunca está permitido, sin embargo, ante las circunstancias y el enorme reto que le viene por delante, el conjunto merengue hizo muchas rotaciones en su cuadro titular, sabiendo que la derrota frente al Atlético de Madrid podría presupuestarse.

Tener la oportunidad de disputar la final de la Champions League, después de una temporada sumamente exigente debido al calendario de selecciones nacionales, en un año mundialista, no es poca cosa. Y perder el derbi madrileño no lo hace ni menos ni más campeón, pues aún con la derrota mantiene 12 puntos de ventaja sobre el Barcelona, su perseguidor más cercano en la clasificación.

Bien lo dijo Ancelotti al término del partido en el estadio Wanda Metropolitano: el Real Madrid no necesita más puntos, sino dar descanso a jugadores que lo han dado todo por el equipo.

Hay tradiciones que deben quedar en el olvido, pero hay otras que merecen seguir vivas debido a los valores que transmiten, aunque para ello haya que reeducar la mente. Por eso es importante que se inculquen desde niños.

Reconocer el éxito y el esfuerzo de los demás no es sentirte ni hacerte menos, sino más bien aprender de los que son tu gran referencia.

¡Que te lo digo yo!