/ viernes 30 de agosto de 2019

Con café y a media luz | Amor a los abuelos

En estos últimos años en que la tecnología ha venido revolucionando la estructura social que conformamos, haciéndola más dinámica y consumidora de signos desechables; el valor intrínseco que debiera tener el ser humano ha venido diluyéndose en dicho tramado hasta casi desaparecer, dando cuenta de lo que digo, el menosprecio que se percibe en las nuevas generaciones cuando se trata de atender a personas de la tercera edad.

Si bien es cierto que este problema no es reciente y se ha estado arrastrando por años, particularmente desde principios de los ochenta y a la fecha, también es verdad que las redes sociales, la tecnología y el mundo virtual han colaborado fuertemente para coadyuvar en este fenómeno que, más que evolutivo, se antoja en una involución tan radical como lamentable.

En los años mozos, corría el dicho aquel que rezaba “Como te ves me vi y como me ves te verás”; adagio que repetían sin cesar nuestros abuelos haciendo referencia clara a que los años pasan y dejan sus estragos en el cuerpo, no así en el alma, en el ánimo y en las ganas de vivir. En esos ayeres, esa frase nos dejaba pensando seriamente en las condiciones que los jóvenes teníamos y en el respeto que les profesábamos a nuestros abuelos.

Hoy, ese amor, no dudo que exista, está siendo visto a través de un cristal muy distinto al que tuvimos nosotros. Los niños y jovencitos de esta generación consideran a los ancianos como a un igual y piensan que contradecirle, gritarle y hasta ofenderlo, tanto en privado como en lo público, es hacer gala de una superioridad estúpida e inexistente que, tristemente, los llena de un regocijo ingrato, sin percatarse de su indebido comportamiento.

Son muy pocos los que miran con ternura a los hombres y mujeres de pelo cano que son verdaderos tesoros de sabiduría en muchas ramas del saber que, en nuestros días, se han empezado a extinguir, pues no hay a quién le interese ser receptor de ese conocimiento. Lamentable ¿No cree usted, gentil amigo lector?

Hoy seguimos viendo a abuelitos que llevan y recogen a los nietos en la primaria. Les cargan las mochilas, los llevan a hogares y les sirven la comida. Se convierten en una especie de empleados de los menores a su cargo, sin tener derecho a recibir pago alguno por los servicios prestados. Insisto, no son todos, pero sí es un fenómeno que está creciendo considerablemente.

Cabe hacer mención que esta situación está migrando a un contexto institucional a través de los diversos asilos que hay en nuestra región, tanto privados como aquellos que dependen de una instancia gubernamental.

Muchos de estos espacios son insuficientes en condiciones, recursos, infraestructura y personal en general, como en los costos que representa para los patronatos, beneficiarios, gobiernos locales y responsables de los mismos.

Lo que quiero decir, mi buen amigo que tiene en sus manos el ejemplar de EL SOL DE TAMPICO de este día, es que hay un sector de la población que asegura no poder darle abrigo y techo a su padre, madreo abuelo y optan por enviarlo a un refugio de este tipo. En ocasiones es verdad y las circunstancias no les permiten otorgar una calidad de vida, de tiempo y de compañía como quisieran y deben “encargar” al abuelito en un hogar especializado.

Otras tantas veces, simplemente no están dispuestos a“dejar el tren de vida que llevan”por el mero hecho de que un ser humano que se volvió dependiente por la naturaleza de su edad, les genera, de la noche a la mañana, responsabilidades y condiciones que no desean asumir. Muchos de ellos olvidaron que, cuando fueron bebés, ese hombre o mujer, estuvo fuerte y joven y sí fue capaz de renunciar a todo con tal de darles la atención a la criatura recién nacida.

Hoy, que aún está fresca la fecha del día del abuelo, hagamos un momento de reflexión y pensemos cómo nos gustaría que nos trataran cuando llegue el momento de no poder ponernos en pie y démosle al abuelo que tenemos en casa, las mismas condiciones que deseamos para nosotros.

¡Hasta la próxima!

En estos últimos años en que la tecnología ha venido revolucionando la estructura social que conformamos, haciéndola más dinámica y consumidora de signos desechables; el valor intrínseco que debiera tener el ser humano ha venido diluyéndose en dicho tramado hasta casi desaparecer, dando cuenta de lo que digo, el menosprecio que se percibe en las nuevas generaciones cuando se trata de atender a personas de la tercera edad.

Si bien es cierto que este problema no es reciente y se ha estado arrastrando por años, particularmente desde principios de los ochenta y a la fecha, también es verdad que las redes sociales, la tecnología y el mundo virtual han colaborado fuertemente para coadyuvar en este fenómeno que, más que evolutivo, se antoja en una involución tan radical como lamentable.

En los años mozos, corría el dicho aquel que rezaba “Como te ves me vi y como me ves te verás”; adagio que repetían sin cesar nuestros abuelos haciendo referencia clara a que los años pasan y dejan sus estragos en el cuerpo, no así en el alma, en el ánimo y en las ganas de vivir. En esos ayeres, esa frase nos dejaba pensando seriamente en las condiciones que los jóvenes teníamos y en el respeto que les profesábamos a nuestros abuelos.

Hoy, ese amor, no dudo que exista, está siendo visto a través de un cristal muy distinto al que tuvimos nosotros. Los niños y jovencitos de esta generación consideran a los ancianos como a un igual y piensan que contradecirle, gritarle y hasta ofenderlo, tanto en privado como en lo público, es hacer gala de una superioridad estúpida e inexistente que, tristemente, los llena de un regocijo ingrato, sin percatarse de su indebido comportamiento.

Son muy pocos los que miran con ternura a los hombres y mujeres de pelo cano que son verdaderos tesoros de sabiduría en muchas ramas del saber que, en nuestros días, se han empezado a extinguir, pues no hay a quién le interese ser receptor de ese conocimiento. Lamentable ¿No cree usted, gentil amigo lector?

Hoy seguimos viendo a abuelitos que llevan y recogen a los nietos en la primaria. Les cargan las mochilas, los llevan a hogares y les sirven la comida. Se convierten en una especie de empleados de los menores a su cargo, sin tener derecho a recibir pago alguno por los servicios prestados. Insisto, no son todos, pero sí es un fenómeno que está creciendo considerablemente.

Cabe hacer mención que esta situación está migrando a un contexto institucional a través de los diversos asilos que hay en nuestra región, tanto privados como aquellos que dependen de una instancia gubernamental.

Muchos de estos espacios son insuficientes en condiciones, recursos, infraestructura y personal en general, como en los costos que representa para los patronatos, beneficiarios, gobiernos locales y responsables de los mismos.

Lo que quiero decir, mi buen amigo que tiene en sus manos el ejemplar de EL SOL DE TAMPICO de este día, es que hay un sector de la población que asegura no poder darle abrigo y techo a su padre, madreo abuelo y optan por enviarlo a un refugio de este tipo. En ocasiones es verdad y las circunstancias no les permiten otorgar una calidad de vida, de tiempo y de compañía como quisieran y deben “encargar” al abuelito en un hogar especializado.

Otras tantas veces, simplemente no están dispuestos a“dejar el tren de vida que llevan”por el mero hecho de que un ser humano que se volvió dependiente por la naturaleza de su edad, les genera, de la noche a la mañana, responsabilidades y condiciones que no desean asumir. Muchos de ellos olvidaron que, cuando fueron bebés, ese hombre o mujer, estuvo fuerte y joven y sí fue capaz de renunciar a todo con tal de darles la atención a la criatura recién nacida.

Hoy, que aún está fresca la fecha del día del abuelo, hagamos un momento de reflexión y pensemos cómo nos gustaría que nos trataran cuando llegue el momento de no poder ponernos en pie y démosle al abuelo que tenemos en casa, las mismas condiciones que deseamos para nosotros.

¡Hasta la próxima!