/ domingo 3 de enero de 2021

Año Nuevo

2020 se ha ido, por obvias razones muchos comían ansias de que así fuera. La idea de que haya un punto de ruptura entre un antes y un después, sirve para renovar esperanzas inyectándolas de optimismo al comienzo de 2021, la llegada de la vacuna contra el Covid, la recuperación de la economía etc.

Pero también, la idea de medir el tiempo de nuestras vidas por ciclos introduce en ellas un elemento de angustia. La angustia derivada de la prisa por alcanzar nuestras metas en un lapso determinado, la angustia provocada por la incertidumbre de tener que esperar, la angustia de no saber si las podremos alcanzar.

El mecanismo de temporizar y calendarizar la vida de los humanos es antediluviano, en principio tenía como objetivo programar los ciclos de las cosechas, fijar las fechas de las festividades sagradas. Sin embargo, con el paso del tiempo y más destacadamente con la llegada de la modernidad, nuestras vidas se hicieron esclavas de su temporización, haciendo que nuestra percepción del flujo del tiempo se volviera mecánica al depender de los acontecimientos exteriores en detrimento de todos los procesos orgánicos que tienen lugar en nuestra vida interior.

Sin duda el capitalismo no solo nos segmenta por clases sociales y habilidades, sino también por edades, por esta vía el sistema capitalista organiza los recursos humanos para mantener su reproducción.

La priorización del aspecto económico del tiempo derivó en que nuestras posibilidades y luego nuestras acciones o decisiones dependan de la temporización, y no tanto de si estamos preparados física y psicológicamente para ellas.

Como sucede cuando jurídicamente alcanzamos la mayoría de edad para entrar y salir del mercado laboral o marcando el inicio de la vida sexual y reproductiva. En ambos casos se prioriza la temporización exterior sobre la interior cuando solo excepcionalmente coinciden.

Desde luego que la temporización y la calendarización ofrecen ventajas para poder programar racionalmente nuestras decisiones, solo que lejos de ser una herramienta, se han convertido en carceleros que nos dictan cuándo hacer lo que deberíamos hacer y cuándo es demasiado tarde para siquiera intentarlo, alimentando de angustia, ansiedad o culpa nuestra existencia.

Ni duda cabe que para muchos, la temporización permite fijarse nuevas metas y relanzar las que aún no han sido cumplidas, como hacer dieta, practicar deporte, iniciar un libro etc., pero al parejo de esta dependencia de la temporización corre muchas veces un sentimiento de derrota cuando no logramos algo a una edad o tiempo específico que la sociedad o nosotros mismos nos hayamos propuesto, lo que incluso puede conducir a la renuncia anticipada de empezar o volverlo a intentar.

Cuando lo que en realidad sucede es que nuestros progresos y retrocesos dependen de la interacción de nuestra vida interior y nuestras circunstancias en donde el tiempo solo es un factor entre otros, y no el más determinante. Consideremos esto, Immanuel Kant escribió su obra más importante a los 56 años, mientras Alejandro Magno conquistó el mundo a los 33.

Entiendo temporización como el mecanismo de medición del tiempo por ciclos y calendarizar como el que fija anticipadamente fechas de ciertas actividades a lo largo de un periodo. En su lugar preferentemente podríamos considerar usar la idea de flujos vitales que correspondan con nuestras metas y posibilidades, con ello nos ahorraríamos la angustia y posterior frustración de no poder cumplir con las expectativas fijadas al margen de nuestro desarrollo interior, nuestras circunstancias o fortuna.

No se trata de renunciar a la utilización racional del tiempo, sino de dejar de ser un mero apéndice de él, con ello podríamos reducir el estrés devolviéndonos la libertad en su dimensión temporal que estrecha nuestras posibilidades imponiéndonos obligaciones que no le dan sentido a nuestra existencia, ¿y todo para qué? Para que al final de nuestras vidas arribemos a la conclusión de que la vida no se contaba por años, meses o días, sino por experiencias.

Personalmente, los años y la edad nunca fueron ideas coercitivas en mí, ese sentido despreocupado del tiempo tal vez hizo que tenga notoriamente menos canas que mis contemporáneos al no sufrir ansiedad o angustia por el paso de los años, esa sería mi recomendación para quienes se saturan de metas y objetivos al inicio de año.

Regeneración.

2020 se ha ido, por obvias razones muchos comían ansias de que así fuera. La idea de que haya un punto de ruptura entre un antes y un después, sirve para renovar esperanzas inyectándolas de optimismo al comienzo de 2021, la llegada de la vacuna contra el Covid, la recuperación de la economía etc.

Pero también, la idea de medir el tiempo de nuestras vidas por ciclos introduce en ellas un elemento de angustia. La angustia derivada de la prisa por alcanzar nuestras metas en un lapso determinado, la angustia provocada por la incertidumbre de tener que esperar, la angustia de no saber si las podremos alcanzar.

El mecanismo de temporizar y calendarizar la vida de los humanos es antediluviano, en principio tenía como objetivo programar los ciclos de las cosechas, fijar las fechas de las festividades sagradas. Sin embargo, con el paso del tiempo y más destacadamente con la llegada de la modernidad, nuestras vidas se hicieron esclavas de su temporización, haciendo que nuestra percepción del flujo del tiempo se volviera mecánica al depender de los acontecimientos exteriores en detrimento de todos los procesos orgánicos que tienen lugar en nuestra vida interior.

Sin duda el capitalismo no solo nos segmenta por clases sociales y habilidades, sino también por edades, por esta vía el sistema capitalista organiza los recursos humanos para mantener su reproducción.

La priorización del aspecto económico del tiempo derivó en que nuestras posibilidades y luego nuestras acciones o decisiones dependan de la temporización, y no tanto de si estamos preparados física y psicológicamente para ellas.

Como sucede cuando jurídicamente alcanzamos la mayoría de edad para entrar y salir del mercado laboral o marcando el inicio de la vida sexual y reproductiva. En ambos casos se prioriza la temporización exterior sobre la interior cuando solo excepcionalmente coinciden.

Desde luego que la temporización y la calendarización ofrecen ventajas para poder programar racionalmente nuestras decisiones, solo que lejos de ser una herramienta, se han convertido en carceleros que nos dictan cuándo hacer lo que deberíamos hacer y cuándo es demasiado tarde para siquiera intentarlo, alimentando de angustia, ansiedad o culpa nuestra existencia.

Ni duda cabe que para muchos, la temporización permite fijarse nuevas metas y relanzar las que aún no han sido cumplidas, como hacer dieta, practicar deporte, iniciar un libro etc., pero al parejo de esta dependencia de la temporización corre muchas veces un sentimiento de derrota cuando no logramos algo a una edad o tiempo específico que la sociedad o nosotros mismos nos hayamos propuesto, lo que incluso puede conducir a la renuncia anticipada de empezar o volverlo a intentar.

Cuando lo que en realidad sucede es que nuestros progresos y retrocesos dependen de la interacción de nuestra vida interior y nuestras circunstancias en donde el tiempo solo es un factor entre otros, y no el más determinante. Consideremos esto, Immanuel Kant escribió su obra más importante a los 56 años, mientras Alejandro Magno conquistó el mundo a los 33.

Entiendo temporización como el mecanismo de medición del tiempo por ciclos y calendarizar como el que fija anticipadamente fechas de ciertas actividades a lo largo de un periodo. En su lugar preferentemente podríamos considerar usar la idea de flujos vitales que correspondan con nuestras metas y posibilidades, con ello nos ahorraríamos la angustia y posterior frustración de no poder cumplir con las expectativas fijadas al margen de nuestro desarrollo interior, nuestras circunstancias o fortuna.

No se trata de renunciar a la utilización racional del tiempo, sino de dejar de ser un mero apéndice de él, con ello podríamos reducir el estrés devolviéndonos la libertad en su dimensión temporal que estrecha nuestras posibilidades imponiéndonos obligaciones que no le dan sentido a nuestra existencia, ¿y todo para qué? Para que al final de nuestras vidas arribemos a la conclusión de que la vida no se contaba por años, meses o días, sino por experiencias.

Personalmente, los años y la edad nunca fueron ideas coercitivas en mí, ese sentido despreocupado del tiempo tal vez hizo que tenga notoriamente menos canas que mis contemporáneos al no sufrir ansiedad o angustia por el paso de los años, esa sería mi recomendación para quienes se saturan de metas y objetivos al inicio de año.

Regeneración.