/ domingo 23 de mayo de 2021

Añoranzas | Arraigos

Todos en nuestra vida tenemos una serie de puntos referenciales a los que nos sentimos unidos de forma profunda, que de alguna manera constituyen los pilares básicos de nuestra propia historia y que están marcados por fuerte carga afectiva. Es lo que podemos llamar “arraigos”.

La palabra arraigos viene de raíz y como las raíces, estas sensaciones afectivas son profundas e inamovibles, no se pueden cambiar con el solo deseo de la voluntad, y aunque el tiempo las difumina por la distancia, siempre están ahí. Arraigo puede ser una situación, un paisaje, una persona, una composición musical, un aroma determinado, un sabor.

Los arraigos se crean en épocas de la vida en que hemos sido felices y, sobre todo, si hemos sido especialmente felices, por ello la infancia y la adolescencia son épocas más propicias para crearse esos lazos. Generalmente recordamos con cariño y con nostalgia la casa donde nacimos, la calle y el parque donde jugábamos cuando éramos niños, recordamos con pasión nuestra ciudad y cuando oímos en la distancia música típica de nuestra tierra se nos pone la “carne de gallina”.

Existen circunstancias en que los arraigos se nos destruyen sin nosotros quererlo por diversas circunstancias; por ejemplo, para las personas que han vivido todo el tiempo en su pueblo o su ciudad llevando una vida en comunidad y de pronto tener que realizar un cambio de residencia, de vida y si sucede a una edad madura puede constituir un doloroso trauma por la rotura violenta de sus raíces más intimas y sólidas.

Hoy en día los jóvenes se van haciendo a la idea y se planean su vida en otro lugar, en otro país, no importa que tan lejano sea. Donde se encuentre trabajo y progreso, ahí está el hogar. Para las personas de mediana edad este cambio es doloroso porque les produce una fractura en sus arraigos que difícilmente podrán superar y si lo hacen será a lo largo del tiempo. Esta situación es especialmente trágica porque se destruyen lazos fortísimos. Su paisaje, sus amigos, sus paisanos, constituían sus señas de identidad.

Desgraciadamente este tipo de conceptos hoy en día no son valorados. La sociedad quiere personas independientes, sin arraigos, poco sensibles, competitivas, cuya única finalidad sea conseguir una serie de metas que los hará “felices” a lo que ellos llaman felicidad, aunque tengan que comenzar a “crearse” nueva identidad.

Por todo esto es saludable estar unidos a la familia, a los amigos, a la tierra en donde nacimos, a la ciudad donde vivimos, a nuestras aficiones, nuestras raíces e idiosincrasia. Los arraigos nos permiten vivir con ilusión día a día y, en definitiva, son lo que nos da la sensación de seguridad, de sentirnos arropados, protegidos y nos puede ayudar a conseguir una buena dosis de la real felicidad. No importa que tan dura y estresante sea la situación que hoy en día vivimos, sigamos arraigados a nuestro México, amémoslo con fuerza y con valor y sobre todo con esperanza. No la perdamos.

Todos en nuestra vida tenemos una serie de puntos referenciales a los que nos sentimos unidos de forma profunda, que de alguna manera constituyen los pilares básicos de nuestra propia historia y que están marcados por fuerte carga afectiva. Es lo que podemos llamar “arraigos”.

La palabra arraigos viene de raíz y como las raíces, estas sensaciones afectivas son profundas e inamovibles, no se pueden cambiar con el solo deseo de la voluntad, y aunque el tiempo las difumina por la distancia, siempre están ahí. Arraigo puede ser una situación, un paisaje, una persona, una composición musical, un aroma determinado, un sabor.

Los arraigos se crean en épocas de la vida en que hemos sido felices y, sobre todo, si hemos sido especialmente felices, por ello la infancia y la adolescencia son épocas más propicias para crearse esos lazos. Generalmente recordamos con cariño y con nostalgia la casa donde nacimos, la calle y el parque donde jugábamos cuando éramos niños, recordamos con pasión nuestra ciudad y cuando oímos en la distancia música típica de nuestra tierra se nos pone la “carne de gallina”.

Existen circunstancias en que los arraigos se nos destruyen sin nosotros quererlo por diversas circunstancias; por ejemplo, para las personas que han vivido todo el tiempo en su pueblo o su ciudad llevando una vida en comunidad y de pronto tener que realizar un cambio de residencia, de vida y si sucede a una edad madura puede constituir un doloroso trauma por la rotura violenta de sus raíces más intimas y sólidas.

Hoy en día los jóvenes se van haciendo a la idea y se planean su vida en otro lugar, en otro país, no importa que tan lejano sea. Donde se encuentre trabajo y progreso, ahí está el hogar. Para las personas de mediana edad este cambio es doloroso porque les produce una fractura en sus arraigos que difícilmente podrán superar y si lo hacen será a lo largo del tiempo. Esta situación es especialmente trágica porque se destruyen lazos fortísimos. Su paisaje, sus amigos, sus paisanos, constituían sus señas de identidad.

Desgraciadamente este tipo de conceptos hoy en día no son valorados. La sociedad quiere personas independientes, sin arraigos, poco sensibles, competitivas, cuya única finalidad sea conseguir una serie de metas que los hará “felices” a lo que ellos llaman felicidad, aunque tengan que comenzar a “crearse” nueva identidad.

Por todo esto es saludable estar unidos a la familia, a los amigos, a la tierra en donde nacimos, a la ciudad donde vivimos, a nuestras aficiones, nuestras raíces e idiosincrasia. Los arraigos nos permiten vivir con ilusión día a día y, en definitiva, son lo que nos da la sensación de seguridad, de sentirnos arropados, protegidos y nos puede ayudar a conseguir una buena dosis de la real felicidad. No importa que tan dura y estresante sea la situación que hoy en día vivimos, sigamos arraigados a nuestro México, amémoslo con fuerza y con valor y sobre todo con esperanza. No la perdamos.