/ domingo 21 de marzo de 2021

Añoranzas | Benito Pablo


Los primeros rayos del sol se asomaron por la pequeña ventana de la humilde choza en la aldea San Pablo Guelatao, Oaxaca, en donde vivía Benito Pablo Juárez García. Muy temprano y apurado bebió su jarrito de “Tejete”, comió su taco de frijoles fríos y corrió descalzo a la parcela donde cuidaba unas ovejas en donde pasaba todo el día pastoreándolas y arriándolas. Era la diaria labor del humilde pastorcito zapoteca de solo seis años, huérfano de padre y madre.

Tocando su flauta de carrizo sentado a la orilla de la laguna, Benito pensaba y soñaba mirando a lo lejos la ciudad de Oaxaca. Su corazón se llenaba de tristeza y congoja por la inmensa pobreza de su gente e inevitables lágrimas de coraje e impotencia corrían por sus morenas mejillas.

¿Por qué no había escuela rural en el distrito de Ixtlán? ¿Por qué las veinte familias que vivían en su pequeño poblado estaban sumidos en la miseria? ¿Por qué él no sabía leer ni escribir?

Un buen día tomó una decisión que cambió radicalmente su vida. Descalzo y casi corriendo se fue a la Capital a buscar a su hermana María Josefa, que trabajaba de cocinera con la familia Maza. "Ayúdame Chepa, quiero aprender a hablar “castilla”, quiero saber números, quiero aprender". "No te apures Benito, le voy a pedir al Señor Obispo que te meta al seminario para que seas cura, no hay de otra porque somos muy pobres", contestó su hermana con ternura acariciando su morena carita. "Pero tienes que estudiar harto".

Con la ayuda del Obispo Benito entró al Seminario y de inmediato se sometió a las reglas y correctivos de las estrictas reglas del colegio y se entregó al estudio, hasta que un día lo abandonó por la escuela laica. "Quiero ser abogado para buscar beneficios para los más necesitados, para terminar con la injusticia y la marginación, defender los derechos de mis compatriotas. Quiero servir a México, esa es mi meta y lo voy a lograr", le dijo a su hermana.

Empezaba la extraordinaria vida del indio zapoteca que no sabía leer ni escribir, el más pobre de los pobres, que por amor a su patria llegó a ser un brillante abogado, regidor, diputado federal, gobernador de su estado, presidente de la Suprema Corte de Justicia y Presidente de la República.

Por su defensa de las libertades humanas, lucha que sirvió de ejemplo a otros países latinoamericanos, fue proclamado Benemérito de las Américas.

No hay mexicano que no se conmueva y llene de orgullo al recordar su célebre discurso: "Mexicanos, encaminemos ahora todos nuestros esfuerzos a obtener y a consolidar los beneficios de la paz. Bajo sus auspicios será eficaz la protección de las leyes y de las autoridades para los derechos de todos los habitantes de la República. Que el pueblo y el gobierno respeten los derechos de todos. Entre los individuos como entre las naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz".

Hoy 21 de marzo se conmemoran 215 años de su natalicio, y como están las cosas en nuestro País qué ganas de gritar con todas nuestras fuerzas: ¡¡¡Juárez, Juárez, Juárez!!!


Los primeros rayos del sol se asomaron por la pequeña ventana de la humilde choza en la aldea San Pablo Guelatao, Oaxaca, en donde vivía Benito Pablo Juárez García. Muy temprano y apurado bebió su jarrito de “Tejete”, comió su taco de frijoles fríos y corrió descalzo a la parcela donde cuidaba unas ovejas en donde pasaba todo el día pastoreándolas y arriándolas. Era la diaria labor del humilde pastorcito zapoteca de solo seis años, huérfano de padre y madre.

Tocando su flauta de carrizo sentado a la orilla de la laguna, Benito pensaba y soñaba mirando a lo lejos la ciudad de Oaxaca. Su corazón se llenaba de tristeza y congoja por la inmensa pobreza de su gente e inevitables lágrimas de coraje e impotencia corrían por sus morenas mejillas.

¿Por qué no había escuela rural en el distrito de Ixtlán? ¿Por qué las veinte familias que vivían en su pequeño poblado estaban sumidos en la miseria? ¿Por qué él no sabía leer ni escribir?

Un buen día tomó una decisión que cambió radicalmente su vida. Descalzo y casi corriendo se fue a la Capital a buscar a su hermana María Josefa, que trabajaba de cocinera con la familia Maza. "Ayúdame Chepa, quiero aprender a hablar “castilla”, quiero saber números, quiero aprender". "No te apures Benito, le voy a pedir al Señor Obispo que te meta al seminario para que seas cura, no hay de otra porque somos muy pobres", contestó su hermana con ternura acariciando su morena carita. "Pero tienes que estudiar harto".

Con la ayuda del Obispo Benito entró al Seminario y de inmediato se sometió a las reglas y correctivos de las estrictas reglas del colegio y se entregó al estudio, hasta que un día lo abandonó por la escuela laica. "Quiero ser abogado para buscar beneficios para los más necesitados, para terminar con la injusticia y la marginación, defender los derechos de mis compatriotas. Quiero servir a México, esa es mi meta y lo voy a lograr", le dijo a su hermana.

Empezaba la extraordinaria vida del indio zapoteca que no sabía leer ni escribir, el más pobre de los pobres, que por amor a su patria llegó a ser un brillante abogado, regidor, diputado federal, gobernador de su estado, presidente de la Suprema Corte de Justicia y Presidente de la República.

Por su defensa de las libertades humanas, lucha que sirvió de ejemplo a otros países latinoamericanos, fue proclamado Benemérito de las Américas.

No hay mexicano que no se conmueva y llene de orgullo al recordar su célebre discurso: "Mexicanos, encaminemos ahora todos nuestros esfuerzos a obtener y a consolidar los beneficios de la paz. Bajo sus auspicios será eficaz la protección de las leyes y de las autoridades para los derechos de todos los habitantes de la República. Que el pueblo y el gobierno respeten los derechos de todos. Entre los individuos como entre las naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz".

Hoy 21 de marzo se conmemoran 215 años de su natalicio, y como están las cosas en nuestro País qué ganas de gritar con todas nuestras fuerzas: ¡¡¡Juárez, Juárez, Juárez!!!