/ domingo 7 de febrero de 2021

Añoranzas | Cayetana y yo

Por más que les advertí de que no quería volver a tener un perro en mi vida, hijas y nietos se pusieron de acuerdo para regalarme una perrita el día de las madres. De nada valieron mis argumentos al respecto. Amo los perros y siempre he tenido uno a mi lado, para mí son imprescindibles pero cuando se enferman, se pierden o se mueren sufro demasiado.

Cuando me entregaron emocionados una inquieta cajita amarrada con un lazo ya sabía lo que contenía y cuando levanté la tapa exageré mi asombro al ver la pelotita de pelo blanco que se erguía con cierta dificultad para mirarme con sus negros ojitos moviendo su esponjosa cola animadamente. La abracé con cariño y me di por vencida.

Le puse por nombre Cayetana y le decimos Tana. Las personas que la conocen opinan que le queda perfecto. Es una French Poodle elegante, voluntariosa, con aires reales, de pelo suave blanco- rizado y andares alegres. Cualquier parecido con un popular personaje de la realeza es pura coincidencia. Cayetana tiene ya ocho años y se ha convertido en una parte muy importante en nuestra familia. Su silenciosa compañía, su noble mirada, su conmovedora lealtad, sus lengüetazos cual besos amorosos son un remedio para la melancolía y un consuelo para la soledad. Siempre atenta a la voz de sus amos su asombrosa inteligencia nos hace pensar que solo le falta hablar.

Desde niña los perros me han conmovido. Me angustiaba hasta las lágrimas con los apuros de la inteligente perra Lassie, gozaba las aventuras de Rin-Tin-Tin pasando por las andanzas de Pluto y Snoopy. Me encanta la historia real del perro Akita que pasó toda su vida en la estación de Tren en Tokio a la espera del regreso del amo que nunca volvió. Un bello monumento al noble animal se erige en la capital nipona como símbolo de lealtad de estos seres maravillosos que lo único que necesitan y desean es el amor de su dueño. Y desde luego la bella historia de Argos el perro de Ulises que envejece esperando a su amo a que regrese de la guerra de Troya y muere de emoción al reconocerlo.

Cuando he pasado un mal día de esos que hubiera sido mejor no levantarme, llego a casa en busca de refugio y guarida, se me acerca Cayetana presionando su húmedo hocico a mis piernas y al acariciar sus suaves orejas encuentro un reconfortante sentido de paz y tranquilidad. Su alegría desbordante al recibirme cuando vuelvo a casa haciendo piruetas con sus juguetes viejos y desgastados y su cola oscilante, no tiene precio. Su carita afilada y sus tristes ojos al ver que me ausento de su entorno me hace a volver a casa lo más pronto posible para aminorarle la angustia de la espera.

El gran escritor y académico Pérez Reverte así lo expresa con su clásica y apasionada contundencia: “Cuando uno de nosotros muere, no se pierde gran cosa. La vida me ha dado esa certeza. Pero cuando muere un perro noble y valiente. El mundo se torna más oscuro y más triste.”

21 de julio Día Mundial del Perro

Por más que les advertí de que no quería volver a tener un perro en mi vida, hijas y nietos se pusieron de acuerdo para regalarme una perrita el día de las madres. De nada valieron mis argumentos al respecto. Amo los perros y siempre he tenido uno a mi lado, para mí son imprescindibles pero cuando se enferman, se pierden o se mueren sufro demasiado.

Cuando me entregaron emocionados una inquieta cajita amarrada con un lazo ya sabía lo que contenía y cuando levanté la tapa exageré mi asombro al ver la pelotita de pelo blanco que se erguía con cierta dificultad para mirarme con sus negros ojitos moviendo su esponjosa cola animadamente. La abracé con cariño y me di por vencida.

Le puse por nombre Cayetana y le decimos Tana. Las personas que la conocen opinan que le queda perfecto. Es una French Poodle elegante, voluntariosa, con aires reales, de pelo suave blanco- rizado y andares alegres. Cualquier parecido con un popular personaje de la realeza es pura coincidencia. Cayetana tiene ya ocho años y se ha convertido en una parte muy importante en nuestra familia. Su silenciosa compañía, su noble mirada, su conmovedora lealtad, sus lengüetazos cual besos amorosos son un remedio para la melancolía y un consuelo para la soledad. Siempre atenta a la voz de sus amos su asombrosa inteligencia nos hace pensar que solo le falta hablar.

Desde niña los perros me han conmovido. Me angustiaba hasta las lágrimas con los apuros de la inteligente perra Lassie, gozaba las aventuras de Rin-Tin-Tin pasando por las andanzas de Pluto y Snoopy. Me encanta la historia real del perro Akita que pasó toda su vida en la estación de Tren en Tokio a la espera del regreso del amo que nunca volvió. Un bello monumento al noble animal se erige en la capital nipona como símbolo de lealtad de estos seres maravillosos que lo único que necesitan y desean es el amor de su dueño. Y desde luego la bella historia de Argos el perro de Ulises que envejece esperando a su amo a que regrese de la guerra de Troya y muere de emoción al reconocerlo.

Cuando he pasado un mal día de esos que hubiera sido mejor no levantarme, llego a casa en busca de refugio y guarida, se me acerca Cayetana presionando su húmedo hocico a mis piernas y al acariciar sus suaves orejas encuentro un reconfortante sentido de paz y tranquilidad. Su alegría desbordante al recibirme cuando vuelvo a casa haciendo piruetas con sus juguetes viejos y desgastados y su cola oscilante, no tiene precio. Su carita afilada y sus tristes ojos al ver que me ausento de su entorno me hace a volver a casa lo más pronto posible para aminorarle la angustia de la espera.

El gran escritor y académico Pérez Reverte así lo expresa con su clásica y apasionada contundencia: “Cuando uno de nosotros muere, no se pierde gran cosa. La vida me ha dado esa certeza. Pero cuando muere un perro noble y valiente. El mundo se torna más oscuro y más triste.”

21 de julio Día Mundial del Perro