/ domingo 18 de julio de 2021

Añoranzas | Coco y yo

Después que muriera mi querida perrita Tana, decidí que no volvería a tener un perro en mi vida, pero mis hijas y nietos se pusieron de acuerdo para regalarme otra perrita el día de mi cumpleaños. De nada valieron mis argumentos al respecto y terminé cediendo. Amo los perros y siempre he tenido uno a mi lado, son compañeros imprescindibles, pero cuando se enferman y se mueren sentimos una inmensa tristeza por su ausencia.

Cuando me entregaron emocionados una inquieta cajita amarrada con un lazo yo ya sabía lo que contenía y cuando levanté la tapa exageré mi asombro al ver la pelotita de pelo blanco que se erguía con cierta dificultad para mirarme con sus negros ojitos moviendo su esponjosa cola animadamente. La abracé con cariño y me di por vencida.

Le puse por nombre Coco, un nombre sonoro a la llamada del amo. Las personas que la conocen la acarician sin temor porque es muy alegre y cariñosa. Coco es una French Poodle elegante, voluntariosa, con aires reales, de pelo suave blanco-rizado y andares alegres. Cualquier parecido con un popular personaje de la realeza es pura coincidencia. Mi perrita ya tiene ocho años y se ha convertido en una parte muy importe en nuestra familia. Su silenciosa compañía, su noble mirada, su conmovedora lealtad, sus lengüetazos cuál besos amorosos son un remedio para la melancolía y un consuelo para la soledad. Siempre atenta a la voz de sus amos su asombrosa inteligencia nos hace pensar que solo le falta hablar.

Desde niña los perros me han conmovido. Me angustiaba hasta las lágrimas con los apuros de la inteligente perra Lassie, gozaba las aventuras de Rin-Tin-Tin pasando por las andanzas de Pluto y Snoopy. Me encanta la historia real del perro Akita que pasó toda su vida en la estación del Tren en Tokio a la espera del regreso del amo que nunca volvió. Un bello monumento al noble animal se erige en la capital nipona como símbolo de lealtad de estos seres maravillosos que lo único que necesitan y desean es el amor de su dueño. Y desde luego la bella historia de Argos, el perro de Ulises, que envejece esperando a su amo a que regrese de la guerra de Troya y muere de emoción al reconocerlo.

Cuando he pasado un mal día de esos que hubiera sido mejor no levantarme, llego a casa en busca de refugio y guarida, Coco se me acerca presionando su húmedo hocico en mis piernas y al acariciar sus suaves orejas encuentro un reconfortante sentido de paz y tranquilidad. Su alegría desbordante al recibirme cuando vuelvo a casa haciendo piruetas con sus juguetes viejos y desgastados y su cola oscilante, no tiene precio. Su carita afilada y sus tristes ojitos al ver que me ausento de su entorno me obliga a volver a casa lo más pronto posible para aminorarle la angustia de la espera.

El gran escritor y académico Arturo Pérez Reverte así lo expresa con su clásica y apasionada contundencia: “Cuando muere un ser humano cobarde, desleal y mala entraña, no se pierde gran cosa. La vida me ha dado esa certeza. Pero cuando muere un perro noble, valiente y leal, “El mundo se torna más oscuro y más triste”. Estoy de acuerdo con él.

Desconfía del hombre que maltrata a un animal, no es hombre de fiar, decía Sir Winston Churchill que siempre tuvo un perro a su lado.

El maltrato de los animales es una de las actividades más cobardes que puede cometer un ser humano. Aprovecharse de su indefensión y provocarle dolor y sufrimiento es despreciable. Un país, o civilización se puede juzgar por la forma en que trata a sus animales. En México la Cámara de Diputados aprobó una ley que castiga hasta con dos años de prisión y fuerte multa a quienes causen sufrimiento y abandono animal, y por supuesto prohibidas las peleas de perros.

El 21 de julio se celebra el Día del Perro en todo el mundo. La intención no es solo recordarnos a uno de los mejores amigos del hombre, sino concienciar a las personas sobre la inmensa cantidad de perros que son abandonados a su suerte por sus deshumanizados dueños o que aún están a la espera de que los adopten en alguna perrera o refugio.

Después que muriera mi querida perrita Tana, decidí que no volvería a tener un perro en mi vida, pero mis hijas y nietos se pusieron de acuerdo para regalarme otra perrita el día de mi cumpleaños. De nada valieron mis argumentos al respecto y terminé cediendo. Amo los perros y siempre he tenido uno a mi lado, son compañeros imprescindibles, pero cuando se enferman y se mueren sentimos una inmensa tristeza por su ausencia.

Cuando me entregaron emocionados una inquieta cajita amarrada con un lazo yo ya sabía lo que contenía y cuando levanté la tapa exageré mi asombro al ver la pelotita de pelo blanco que se erguía con cierta dificultad para mirarme con sus negros ojitos moviendo su esponjosa cola animadamente. La abracé con cariño y me di por vencida.

Le puse por nombre Coco, un nombre sonoro a la llamada del amo. Las personas que la conocen la acarician sin temor porque es muy alegre y cariñosa. Coco es una French Poodle elegante, voluntariosa, con aires reales, de pelo suave blanco-rizado y andares alegres. Cualquier parecido con un popular personaje de la realeza es pura coincidencia. Mi perrita ya tiene ocho años y se ha convertido en una parte muy importe en nuestra familia. Su silenciosa compañía, su noble mirada, su conmovedora lealtad, sus lengüetazos cuál besos amorosos son un remedio para la melancolía y un consuelo para la soledad. Siempre atenta a la voz de sus amos su asombrosa inteligencia nos hace pensar que solo le falta hablar.

Desde niña los perros me han conmovido. Me angustiaba hasta las lágrimas con los apuros de la inteligente perra Lassie, gozaba las aventuras de Rin-Tin-Tin pasando por las andanzas de Pluto y Snoopy. Me encanta la historia real del perro Akita que pasó toda su vida en la estación del Tren en Tokio a la espera del regreso del amo que nunca volvió. Un bello monumento al noble animal se erige en la capital nipona como símbolo de lealtad de estos seres maravillosos que lo único que necesitan y desean es el amor de su dueño. Y desde luego la bella historia de Argos, el perro de Ulises, que envejece esperando a su amo a que regrese de la guerra de Troya y muere de emoción al reconocerlo.

Cuando he pasado un mal día de esos que hubiera sido mejor no levantarme, llego a casa en busca de refugio y guarida, Coco se me acerca presionando su húmedo hocico en mis piernas y al acariciar sus suaves orejas encuentro un reconfortante sentido de paz y tranquilidad. Su alegría desbordante al recibirme cuando vuelvo a casa haciendo piruetas con sus juguetes viejos y desgastados y su cola oscilante, no tiene precio. Su carita afilada y sus tristes ojitos al ver que me ausento de su entorno me obliga a volver a casa lo más pronto posible para aminorarle la angustia de la espera.

El gran escritor y académico Arturo Pérez Reverte así lo expresa con su clásica y apasionada contundencia: “Cuando muere un ser humano cobarde, desleal y mala entraña, no se pierde gran cosa. La vida me ha dado esa certeza. Pero cuando muere un perro noble, valiente y leal, “El mundo se torna más oscuro y más triste”. Estoy de acuerdo con él.

Desconfía del hombre que maltrata a un animal, no es hombre de fiar, decía Sir Winston Churchill que siempre tuvo un perro a su lado.

El maltrato de los animales es una de las actividades más cobardes que puede cometer un ser humano. Aprovecharse de su indefensión y provocarle dolor y sufrimiento es despreciable. Un país, o civilización se puede juzgar por la forma en que trata a sus animales. En México la Cámara de Diputados aprobó una ley que castiga hasta con dos años de prisión y fuerte multa a quienes causen sufrimiento y abandono animal, y por supuesto prohibidas las peleas de perros.

El 21 de julio se celebra el Día del Perro en todo el mundo. La intención no es solo recordarnos a uno de los mejores amigos del hombre, sino concienciar a las personas sobre la inmensa cantidad de perros que son abandonados a su suerte por sus deshumanizados dueños o que aún están a la espera de que los adopten en alguna perrera o refugio.