/ domingo 13 de diciembre de 2020

Añoranzas | El desempleo

Pepe había sido responsable y estudioso desde niño. Antes de salir a jugar con sus amigos hacía su tarea, aunque algunas veces prefería quedarse en casa leyendo. Dejaba las distracciones propias de su edad por el estudio. Al ver sus padres una gran disposición para superarse y un enorme deseo de saber, hicieron grandes esfuerzos por costearle sus estudios. “Este chamaco va a llegar muy lejos”, decían orgullos sus abuelos, ojalá lo veamos porque ya estamos rete viejos…

Medallas y primeros lugares llenaron a sus padres de orgullo y con gran optimismo se hacían grandes expectativas para cuando fuera un profesional. Con enorme dedicación, Pepe llegó a ser el alumno más destacado de su generación y el más alto promedio en su carrera universitaria. Siempre estuvo becado.

Y empezó a buscar chamba. Todos los días sus padres lo ven salir a tocar puertas para entrevistas de trabajo. Su madre rezando todo el día y prendiendo veladoras a la Virgen de Guadalupe con la fe inamovible de nuestro pueblo. Pero cuando Pepe regresa triste y derrotado sienten una enorme angustia difícil de disimular.

Los invade una enorme pesadumbre cuando lo ven hasta altas horas de la noche metido en su computadora o en los avisos clasificados del periódico en busca de chamba. Un sabor amargo cuando lo miran callado como ausente, abrumado del rechazo y de los recortes masivos de personal. El agotador peregrinaje del hijo tocando puertas, llenando solicitudes repartidas como hojas de otoño que van a parar al basurero municipal.

Después la depresión inevitable, la desesperanza, y por último la urgencia de aferrarse a cualquier cosa, lo que sea y en donde sea.

Hace días al estar llenando un formulario en una tienda departamental, se le acercó un compañero de la Universidad y le dijo: “No pongas que tienes título profesional porque no emplean personal con preparación académica”. En ese instante Pepe sintió que se le cerraba el mundo, que los sueños de una vida mejor para sus padres y sus hermanos no lo conseguirían.

Los jóvenes como Pepe no tienen oportunidades y experimentan la descarnada ofensiva del universo laboral. Posiblemente encuentren un trabajo transitorio sin seguro social ni vacaciones ni prestaciones. Sin futuro.

Millones de mexicanos del país que están sin trabajo, son parte de la cruel estadística y dolorosa que los atrapa en un pozo hondo y fatal, definitivamente peligroso.

Con la mirada perdida del desamparo y con los labios apretados por el rencor, Pepe destruye la última solicitud de trabajo y con paso lento se dirige a la terminal de autobuses para tomar el camión que lo llevará a la frontera. Empezará otro viacrucis, el del emigrante indocumentado, humillado y discriminado que puede caer fácilmente en las garras del crimen organizado.

El agotador peregrinaje del hijo tocando puertas, llenando solicitudes repartidas como hojas de otoño que van a parar al basurero municipal.

Pepe había sido responsable y estudioso desde niño. Antes de salir a jugar con sus amigos hacía su tarea, aunque algunas veces prefería quedarse en casa leyendo. Dejaba las distracciones propias de su edad por el estudio. Al ver sus padres una gran disposición para superarse y un enorme deseo de saber, hicieron grandes esfuerzos por costearle sus estudios. “Este chamaco va a llegar muy lejos”, decían orgullos sus abuelos, ojalá lo veamos porque ya estamos rete viejos…

Medallas y primeros lugares llenaron a sus padres de orgullo y con gran optimismo se hacían grandes expectativas para cuando fuera un profesional. Con enorme dedicación, Pepe llegó a ser el alumno más destacado de su generación y el más alto promedio en su carrera universitaria. Siempre estuvo becado.

Y empezó a buscar chamba. Todos los días sus padres lo ven salir a tocar puertas para entrevistas de trabajo. Su madre rezando todo el día y prendiendo veladoras a la Virgen de Guadalupe con la fe inamovible de nuestro pueblo. Pero cuando Pepe regresa triste y derrotado sienten una enorme angustia difícil de disimular.

Los invade una enorme pesadumbre cuando lo ven hasta altas horas de la noche metido en su computadora o en los avisos clasificados del periódico en busca de chamba. Un sabor amargo cuando lo miran callado como ausente, abrumado del rechazo y de los recortes masivos de personal. El agotador peregrinaje del hijo tocando puertas, llenando solicitudes repartidas como hojas de otoño que van a parar al basurero municipal.

Después la depresión inevitable, la desesperanza, y por último la urgencia de aferrarse a cualquier cosa, lo que sea y en donde sea.

Hace días al estar llenando un formulario en una tienda departamental, se le acercó un compañero de la Universidad y le dijo: “No pongas que tienes título profesional porque no emplean personal con preparación académica”. En ese instante Pepe sintió que se le cerraba el mundo, que los sueños de una vida mejor para sus padres y sus hermanos no lo conseguirían.

Los jóvenes como Pepe no tienen oportunidades y experimentan la descarnada ofensiva del universo laboral. Posiblemente encuentren un trabajo transitorio sin seguro social ni vacaciones ni prestaciones. Sin futuro.

Millones de mexicanos del país que están sin trabajo, son parte de la cruel estadística y dolorosa que los atrapa en un pozo hondo y fatal, definitivamente peligroso.

Con la mirada perdida del desamparo y con los labios apretados por el rencor, Pepe destruye la última solicitud de trabajo y con paso lento se dirige a la terminal de autobuses para tomar el camión que lo llevará a la frontera. Empezará otro viacrucis, el del emigrante indocumentado, humillado y discriminado que puede caer fácilmente en las garras del crimen organizado.

El agotador peregrinaje del hijo tocando puertas, llenando solicitudes repartidas como hojas de otoño que van a parar al basurero municipal.