/ domingo 17 de enero de 2021

Añoranzas | El violín mágico

Los primeros rayos del sol asomaron por la pequeña ventana de la humilde cabaña reluciente y modesta, en las faldas del Bernal de Horcasitas donde vivía Eliseo. Hacía mucho frío y tenía que caminar un buen rato para llegar a Camotero en donde estaba su escuela rural. Cecilia, su madre, apresuradamente preparó unos bocolitos para su almuerzo y se los echó en su morralito, y si se apuraba, lo llevaría en su caballo alazán Arcadio, su padre.

A su regreso del colegio y después de comer se iba toda la familia a la orilla de río a sentir el frescor de la tarde. Eliseo se quedaba un rato a escuchar el violín en manos de su padre, que tocaba en un conjunto de Huapangueros en la fonda del poblado Nueva Polonia. Su abuelo Lino tocó con el mismo grupo durante cuarenta años, hasta que tuvo que empeñar su violín para pagar las deudas de la familia. Le fascinaba escuchar hermosos huapangos como El caballito, La Cecilia, La culebra, La azucena…

Una tarde Eliseo le dijo a Arcadio: Papá, présteme su violín, yo quiero tocarlo como usted y como mi abuelo Lino. Arcadio se puso serio y encendiendo un cigarrillo de hoja le dijo: No lo toques, es muy caro y no podemos comprar otro para ti. Estudia para que llegues a ser doctor o abogado, un hombre de bien; tocando huapangos no vas a salir de pobre. Su madre Antonia lo abrazó y le dijo muy quedito: “No se preocupe “mijo” cuando se desea algo con hartas ganas y con el corazón los sueños se hacen realidad... No se me “achicopale”.

Eliseo se puso triste y se fue a dormir lloroso a la pequeña habitación que compartía con el abuelo. Su deseo de saber tocar el violín era tan grande que se desvelaba recorriendo con sus pequeños dedos una vara de otate tensada con una cuerda cual si estuviera tocando un violín real.

Una noche despertaron a Eliseo las dulces notas de un violín lejano. Hacía frío se puso su cuera y silencioso salió de la cabaña siguiendo la melodía. Llegó hasta el potrero y en medio de la milpa encontró un violín tan hermoso que a la luz de la luna brillaba como una estrella. Lo tomó entre sus pequeñas manos y empezó a deslizar el arco con gran emoción. Las notas brotaban como por acto de magia, como si antes hubiera tenido un violín entre sus manos. Tocó hasta el amanecer. Al notar su ausencia todo el pueblo se echó a la tarea de buscarlo. Después de muchas horas lo encontraron dormido y abrazado al violín que había pertenecido al abuelo Lino, el mismo que había empeñado años atrás y que nunca pudo juntar dinero para rescatarlo. Regresaron a la cabaña y sin decir nada se acostó al lado del abuelo y estrechándolo con cariño se quedó dormido.

Muchos años después en el Palacio Municipal de Cd. Victoria, se rendía sentido homenaje a Don Eliseo Cárdenas, por haber llevado por todo el mundo la música de la Huasteca. Fue nombrado “Tamaulipeco Distinguido”. El público de pie le dio una larga ovación, que él agradeció tocando bellos huapangos con el mágico violín del abuelo Lino, que una noche encantada había aparecido en medio del campo bajo la luz de la luna llamándolo con su hermosa melodía.

Los primeros rayos del sol asomaron por la pequeña ventana de la humilde cabaña reluciente y modesta, en las faldas del Bernal de Horcasitas donde vivía Eliseo. Hacía mucho frío y tenía que caminar un buen rato para llegar a Camotero en donde estaba su escuela rural. Cecilia, su madre, apresuradamente preparó unos bocolitos para su almuerzo y se los echó en su morralito, y si se apuraba, lo llevaría en su caballo alazán Arcadio, su padre.

A su regreso del colegio y después de comer se iba toda la familia a la orilla de río a sentir el frescor de la tarde. Eliseo se quedaba un rato a escuchar el violín en manos de su padre, que tocaba en un conjunto de Huapangueros en la fonda del poblado Nueva Polonia. Su abuelo Lino tocó con el mismo grupo durante cuarenta años, hasta que tuvo que empeñar su violín para pagar las deudas de la familia. Le fascinaba escuchar hermosos huapangos como El caballito, La Cecilia, La culebra, La azucena…

Una tarde Eliseo le dijo a Arcadio: Papá, présteme su violín, yo quiero tocarlo como usted y como mi abuelo Lino. Arcadio se puso serio y encendiendo un cigarrillo de hoja le dijo: No lo toques, es muy caro y no podemos comprar otro para ti. Estudia para que llegues a ser doctor o abogado, un hombre de bien; tocando huapangos no vas a salir de pobre. Su madre Antonia lo abrazó y le dijo muy quedito: “No se preocupe “mijo” cuando se desea algo con hartas ganas y con el corazón los sueños se hacen realidad... No se me “achicopale”.

Eliseo se puso triste y se fue a dormir lloroso a la pequeña habitación que compartía con el abuelo. Su deseo de saber tocar el violín era tan grande que se desvelaba recorriendo con sus pequeños dedos una vara de otate tensada con una cuerda cual si estuviera tocando un violín real.

Una noche despertaron a Eliseo las dulces notas de un violín lejano. Hacía frío se puso su cuera y silencioso salió de la cabaña siguiendo la melodía. Llegó hasta el potrero y en medio de la milpa encontró un violín tan hermoso que a la luz de la luna brillaba como una estrella. Lo tomó entre sus pequeñas manos y empezó a deslizar el arco con gran emoción. Las notas brotaban como por acto de magia, como si antes hubiera tenido un violín entre sus manos. Tocó hasta el amanecer. Al notar su ausencia todo el pueblo se echó a la tarea de buscarlo. Después de muchas horas lo encontraron dormido y abrazado al violín que había pertenecido al abuelo Lino, el mismo que había empeñado años atrás y que nunca pudo juntar dinero para rescatarlo. Regresaron a la cabaña y sin decir nada se acostó al lado del abuelo y estrechándolo con cariño se quedó dormido.

Muchos años después en el Palacio Municipal de Cd. Victoria, se rendía sentido homenaje a Don Eliseo Cárdenas, por haber llevado por todo el mundo la música de la Huasteca. Fue nombrado “Tamaulipeco Distinguido”. El público de pie le dio una larga ovación, que él agradeció tocando bellos huapangos con el mágico violín del abuelo Lino, que una noche encantada había aparecido en medio del campo bajo la luz de la luna llamándolo con su hermosa melodía.