/ domingo 20 de junio de 2021

Añoranzas | La mano de mi padre

Curiosamente en todas las fotografías donde nos encontramos mi padre y yo, siempre me tiene tomada de la mano. En la primera foto de bebé estoy fuertemente agarrada a su dedo índice. En la orilla de la playa, un domingo en la Plaza de Armas con un globo en la mano derecha y en la izquierda la mano de mi padre. Convaleciente de difteria, preocupado me tiene cariñosamente tomada mi pequeña mano. El día que me casé yo no entré a la iglesia del brazo de mi padre, caminé hacia el altar fuertemente agarrada a su mano.

Yo tuve una relación muy cercana a él, con la complicidad que las hijas tienen con sus padres. En las grandes tristezas y en las desbordadas alegrías siempre estuvimos juntos y cuando regresó a su patria después de cuarenta años a encontrarse con sus hermanos y sufrir la ausencia de sus padres, nos tomamos fuertemente de la mano. Era tal el entendimiento que había entre nosotros que sin decirnos una palabra y solamente con un cruce de miradas nos comunicábamos.

En nuestra casa no existía la horrible costumbre de separar a los hijos adolescentes de las charlas de los adultos, por lo que siempre participé de sus charlas, sus anécdotas y su pensamiento republicano. Su influencia fue determinante en mi manera de ser. Generalmente simpatizamos con las mismas personas e interpretamos los hechos de forma parecida. Con él compartía la afición a la literatura, a la buena música, a los viajes y a la gastronomía de su tierra. Esto nos unió siempre. Fuimos ante todo muy buenos amigos. Guardo como tesoro sus cartas, sus discursos y sus apuntes que leo y releo con cierta frecuencia y vuelvo a vivir nuestras pequeñas aventuras familiares.

De carácter abierto y de trato jovial e intelectual era el centro de la conversación entre sus amigos que se reunían casi todas las tardes en “La Banca de los Siete Sabios” de la Plaza de Armas, y en la sabatina tertulia después de una tarde de golf, para escuchar sus anécdotas de antología y su amplísima cultura. Siempre enterado de la situación política de México y de España daba cátedra del diario acontecer de ambos países.

La muerte que a veces nos sorprende con su generosidad se lo llevó en medio del sueño. La mañana de ese día lo encontraron con las sábanas en orden sobre su cuerpo y una expresión plácida en el rostro, los ojos cerrados, los labios entreabiertos como roncándole a la muerte. En la mitad de la noche su bravo corazón había dejado de latir. Aquel final limpio, amable, secreto y compasivo era lo que la vida le daba como generoso punto final. A nuestra familia le quedó el balsámico consuelo de su maravilloso paso del sueño a la muerte.

No hay edad para sentir la orfandad y cuarenta y tres años después la sigo sintiendo al igual que la fortaleza de su mano.

Curiosamente en todas las fotografías donde nos encontramos mi padre y yo, siempre me tiene tomada de la mano. En la primera foto de bebé estoy fuertemente agarrada a su dedo índice. En la orilla de la playa, un domingo en la Plaza de Armas con un globo en la mano derecha y en la izquierda la mano de mi padre. Convaleciente de difteria, preocupado me tiene cariñosamente tomada mi pequeña mano. El día que me casé yo no entré a la iglesia del brazo de mi padre, caminé hacia el altar fuertemente agarrada a su mano.

Yo tuve una relación muy cercana a él, con la complicidad que las hijas tienen con sus padres. En las grandes tristezas y en las desbordadas alegrías siempre estuvimos juntos y cuando regresó a su patria después de cuarenta años a encontrarse con sus hermanos y sufrir la ausencia de sus padres, nos tomamos fuertemente de la mano. Era tal el entendimiento que había entre nosotros que sin decirnos una palabra y solamente con un cruce de miradas nos comunicábamos.

En nuestra casa no existía la horrible costumbre de separar a los hijos adolescentes de las charlas de los adultos, por lo que siempre participé de sus charlas, sus anécdotas y su pensamiento republicano. Su influencia fue determinante en mi manera de ser. Generalmente simpatizamos con las mismas personas e interpretamos los hechos de forma parecida. Con él compartía la afición a la literatura, a la buena música, a los viajes y a la gastronomía de su tierra. Esto nos unió siempre. Fuimos ante todo muy buenos amigos. Guardo como tesoro sus cartas, sus discursos y sus apuntes que leo y releo con cierta frecuencia y vuelvo a vivir nuestras pequeñas aventuras familiares.

De carácter abierto y de trato jovial e intelectual era el centro de la conversación entre sus amigos que se reunían casi todas las tardes en “La Banca de los Siete Sabios” de la Plaza de Armas, y en la sabatina tertulia después de una tarde de golf, para escuchar sus anécdotas de antología y su amplísima cultura. Siempre enterado de la situación política de México y de España daba cátedra del diario acontecer de ambos países.

La muerte que a veces nos sorprende con su generosidad se lo llevó en medio del sueño. La mañana de ese día lo encontraron con las sábanas en orden sobre su cuerpo y una expresión plácida en el rostro, los ojos cerrados, los labios entreabiertos como roncándole a la muerte. En la mitad de la noche su bravo corazón había dejado de latir. Aquel final limpio, amable, secreto y compasivo era lo que la vida le daba como generoso punto final. A nuestra familia le quedó el balsámico consuelo de su maravilloso paso del sueño a la muerte.

No hay edad para sentir la orfandad y cuarenta y tres años después la sigo sintiendo al igual que la fortaleza de su mano.