/ domingo 15 de marzo de 2020

Añoranzas | La seducción de las palabras

Hay palabras se quedan para siempre en nuestra memoria, dormidas, aletargadas. A veces surgen sin querer, despiertan y se muestran con más vigor porque surgen de los recuerdos descansados.

Heredamos las palabras de nuestros padres y ellos a su vez de los suyos, y así llegan a nosotros; es una herencia cultural que crece con nuestra inteligencia y las aplicamos en nuestro lenguaje hasta que nos quedemos callados para siempre.

Las palabras que oímos desde niños, que escuchamos de nuestros padres serán parte de nuestro lenguaje toda la vida. Se dice que cada palabra tiene su olor, porque lleva una intención, un prejuicio. De eso saben mucho los poetas. Para ejemplo, Cyrano de Bergerac que enamoró a su amada Roxana con su seductora palabra, o el famoso abogado poblano llamado “Pico de Oro” que con su labia elocuente convencía al más fiero de los fiscales y a la mujer más hermosa, que después de conversar con ella el Licenciado le preguntaba a la dama ¿Verdad que no soy tan feo?.

Desde niños nos enseñaron que hay palabras que no se deben decir, por educación o simplemente por las buenas costumbres. Es de mala educación ser malhablada y siempre piensa antes de hacerlo… nos decían nuestros mayores, y no olvides que las palabras no se las lleva el viento porque ya dichas no hay manera de borrarlas. Las hay tibias y heladas también. Nuestro cerebro las registra y las relaciona por su fonética, susurrándola, arrastrándola y acentuándola, puede cambiar su intención.

Esta regla de educación tiene, como todas las reglas, su excepción, porque yo creo que todos o casi todos, hemos dicho una palabra altisonante, soez, grosera y fuera de lugar, ante un acontecimiento que nos saque de nuestras casillas. Se vale.

Los políticos y empresarios recurren a las palabras que transmiten una fuerte carga efectiva y fascinan a los pueblos, por ejemplo: libertad, justicia, paz, patria, democracia, oportunidad, honor, seguridad, futuro, avanzar e impulsar…

El lenguaje del amor busca palabras suaves y sugestivas: deseo, sueño, anhelo, obsesión, pretensión, caricia, ternura, intimidad… Las hay fuertes: olvido, desgracia, infamia, infidelidad, venganza, traición, rencor, mentira, odio, dolor.

Podemos herir de muerte con una palabra dicha con ese propósito. Las hay crueles y peyorativas que se quedarán en nuestra memoria y en nuestro corazón, como un dardo perenne. Las hay que endulzan como el azúcar, repelan o amargan como veneno, perfuman o apestan. Más vale que conozcamos su fuerza.

Michel Obama con su conmovedor discurso de apoyo a Hillary Clinton a la presidencia de Estados unidos, dio una cátedra del buen hablar, decir y convencer. Todo está en las palabras, para bien o para mal.

Hay palabras se quedan para siempre en nuestra memoria, dormidas, aletargadas. A veces surgen sin querer, despiertan y se muestran con más vigor porque surgen de los recuerdos descansados.

Heredamos las palabras de nuestros padres y ellos a su vez de los suyos, y así llegan a nosotros; es una herencia cultural que crece con nuestra inteligencia y las aplicamos en nuestro lenguaje hasta que nos quedemos callados para siempre.

Las palabras que oímos desde niños, que escuchamos de nuestros padres serán parte de nuestro lenguaje toda la vida. Se dice que cada palabra tiene su olor, porque lleva una intención, un prejuicio. De eso saben mucho los poetas. Para ejemplo, Cyrano de Bergerac que enamoró a su amada Roxana con su seductora palabra, o el famoso abogado poblano llamado “Pico de Oro” que con su labia elocuente convencía al más fiero de los fiscales y a la mujer más hermosa, que después de conversar con ella el Licenciado le preguntaba a la dama ¿Verdad que no soy tan feo?.

Desde niños nos enseñaron que hay palabras que no se deben decir, por educación o simplemente por las buenas costumbres. Es de mala educación ser malhablada y siempre piensa antes de hacerlo… nos decían nuestros mayores, y no olvides que las palabras no se las lleva el viento porque ya dichas no hay manera de borrarlas. Las hay tibias y heladas también. Nuestro cerebro las registra y las relaciona por su fonética, susurrándola, arrastrándola y acentuándola, puede cambiar su intención.

Esta regla de educación tiene, como todas las reglas, su excepción, porque yo creo que todos o casi todos, hemos dicho una palabra altisonante, soez, grosera y fuera de lugar, ante un acontecimiento que nos saque de nuestras casillas. Se vale.

Los políticos y empresarios recurren a las palabras que transmiten una fuerte carga efectiva y fascinan a los pueblos, por ejemplo: libertad, justicia, paz, patria, democracia, oportunidad, honor, seguridad, futuro, avanzar e impulsar…

El lenguaje del amor busca palabras suaves y sugestivas: deseo, sueño, anhelo, obsesión, pretensión, caricia, ternura, intimidad… Las hay fuertes: olvido, desgracia, infamia, infidelidad, venganza, traición, rencor, mentira, odio, dolor.

Podemos herir de muerte con una palabra dicha con ese propósito. Las hay crueles y peyorativas que se quedarán en nuestra memoria y en nuestro corazón, como un dardo perenne. Las hay que endulzan como el azúcar, repelan o amargan como veneno, perfuman o apestan. Más vale que conozcamos su fuerza.

Michel Obama con su conmovedor discurso de apoyo a Hillary Clinton a la presidencia de Estados unidos, dio una cátedra del buen hablar, decir y convencer. Todo está en las palabras, para bien o para mal.