/ domingo 19 de abril de 2020

Añoranzas | No hay lugar como el hogar

El fabuloso cuento infantil y después película de “culto” El Mago de Oz, cuyo momento más entrañable es la hermosa escena cuando Judy Garland canta como un ángel la bellísima canción “Sobre el arcoíris”, es inolvidable.

No hay lugar como el hogar, decía Judy Garland (Dorothy), abrazada de su perrito Totó al despertar de un largo sueño donde se vio rodeada de su familia y de los tres pintorescos peones de la granja. Se sintió segura y feliz en su pequeña casita de Kansas después de que un fuerte tornado la había arrancado de “cuajo” literalmente, para aterrizar en el fantástico País de Oz. Así inicia la maravillosa aventura con el hombre de hojalata, que busca un cerebro, el león cobarde buscando valor, y la pequeña Dorothy queriendo el regreso a su hogar.

La moraleja del cuento es la certeza de que nuestra casa es el mejor lugar del mundo, y no se mide por metros ni por lujos. Su ambiente y su entorno depende solo de los que viven en ella y su felicidad y su tristeza también. La casa refleja siempre la personalidad de quienes la moran, tiene nuestro toque.

Después de un largo día de trabajo, posiblemente agotador y estresante, de logros, triunfos y frustraciones, siguiendo el tremendo decreto con el que Dios condenó al hombre al expulsarlo del paraíso: "Ganarás el pan con el sudor de tu frente”, y el jefe de la familia regresa a su hogar, su oasis, su refugio. Pide su cervecita, se dirige a su rincón escogido, se apoltrona en su sillón preferido, se pone sus pantuflas viejas y moldeadas; suelta el cuerpo magullado y tenso, pone la mente en blanco, y se dispone a ver su programa de televisión preferido o a escuchar su música predilecta. “Al fin en casa”.

Cuando hemos hecho un viaje largo y placentero y todo lo planeado ha salido perfecto, llega el momento en que el regresar es justo y necesario, te lo pide el cuerpo y el corazón: volver a casa.

No hay diferencia entre el hombre y la mujer que deja su hogar para ir al trabajo, es el mismo “paquete” con iguales retos y luchas, solo que el ama de casa es además madre y esposa, terminando su labor cuando apaga la luz para dormir… Aun así, ricos y pobres, humildes y suntuosas, casonas, casitas y jacales, para todos ¡¡¡NO HAY LUGAR COMO EL HOGAR!!!

Hoy, que estamos encerrados por este peligroso enemigo llamado coronavirus, hay que evitar recibir un exceso de información sobre la enfermedad. Huye de las noticias alarmistas. Estar confinados sirve para nuestro bien y para el de los demás. Quedándonos en casa estamos salvando vidas. Dediquemos más tiempo a la lectura, a la música, utilicemos la tecnología para saber cómo están nuestros familiares y amigos. Mantenernos unidos a nuestros seres queridos nos dará la fuerza para seguir adelante y, lo principal, valora tu hogar.

Cuando hemos hecho un viaje largo y placentero y todo lo planeado ha salido perfecto, llega el momento en que el regresar es justo y necesario, te lo pide el cuerpo y el corazón: volver a casa.

El fabuloso cuento infantil y después película de “culto” El Mago de Oz, cuyo momento más entrañable es la hermosa escena cuando Judy Garland canta como un ángel la bellísima canción “Sobre el arcoíris”, es inolvidable.

No hay lugar como el hogar, decía Judy Garland (Dorothy), abrazada de su perrito Totó al despertar de un largo sueño donde se vio rodeada de su familia y de los tres pintorescos peones de la granja. Se sintió segura y feliz en su pequeña casita de Kansas después de que un fuerte tornado la había arrancado de “cuajo” literalmente, para aterrizar en el fantástico País de Oz. Así inicia la maravillosa aventura con el hombre de hojalata, que busca un cerebro, el león cobarde buscando valor, y la pequeña Dorothy queriendo el regreso a su hogar.

La moraleja del cuento es la certeza de que nuestra casa es el mejor lugar del mundo, y no se mide por metros ni por lujos. Su ambiente y su entorno depende solo de los que viven en ella y su felicidad y su tristeza también. La casa refleja siempre la personalidad de quienes la moran, tiene nuestro toque.

Después de un largo día de trabajo, posiblemente agotador y estresante, de logros, triunfos y frustraciones, siguiendo el tremendo decreto con el que Dios condenó al hombre al expulsarlo del paraíso: "Ganarás el pan con el sudor de tu frente”, y el jefe de la familia regresa a su hogar, su oasis, su refugio. Pide su cervecita, se dirige a su rincón escogido, se apoltrona en su sillón preferido, se pone sus pantuflas viejas y moldeadas; suelta el cuerpo magullado y tenso, pone la mente en blanco, y se dispone a ver su programa de televisión preferido o a escuchar su música predilecta. “Al fin en casa”.

Cuando hemos hecho un viaje largo y placentero y todo lo planeado ha salido perfecto, llega el momento en que el regresar es justo y necesario, te lo pide el cuerpo y el corazón: volver a casa.

No hay diferencia entre el hombre y la mujer que deja su hogar para ir al trabajo, es el mismo “paquete” con iguales retos y luchas, solo que el ama de casa es además madre y esposa, terminando su labor cuando apaga la luz para dormir… Aun así, ricos y pobres, humildes y suntuosas, casonas, casitas y jacales, para todos ¡¡¡NO HAY LUGAR COMO EL HOGAR!!!

Hoy, que estamos encerrados por este peligroso enemigo llamado coronavirus, hay que evitar recibir un exceso de información sobre la enfermedad. Huye de las noticias alarmistas. Estar confinados sirve para nuestro bien y para el de los demás. Quedándonos en casa estamos salvando vidas. Dediquemos más tiempo a la lectura, a la música, utilicemos la tecnología para saber cómo están nuestros familiares y amigos. Mantenernos unidos a nuestros seres queridos nos dará la fuerza para seguir adelante y, lo principal, valora tu hogar.

Cuando hemos hecho un viaje largo y placentero y todo lo planeado ha salido perfecto, llega el momento en que el regresar es justo y necesario, te lo pide el cuerpo y el corazón: volver a casa.