/ domingo 6 de diciembre de 2020

Añoranzas | Poner el nacimiento

Pensar en poner un nacimiento, al menos cuando niños, nos producía una sensación muy extraña; mezcla de nostalgia y misterio, como si nos adentráramos en no sé qué dimensión de nuestro interior y nos fuésemos acercando a una situación plácida y feliz.

El lugar de siempre, un rincón de la sala al lado del pino, aromaba por completo la casa. Se compraba en el mercado el musgo y el heno, y con cajas y trapos, dirigidas por nuestra madre, formábamos la Aldea de Belén. Los patos sobre un lago de espejo, los pastores con la oveja sobre los hombros, el borrico y el buey, los Tres Reyes Magos arrodillados adorando al Niño Dios acostado en un pesebre.

Al terminar de ponerlo quedábamos absortas contemplando ese mundo de barro que nos hacía volar la imaginación. En nuestra mente infantil nos metíamos dentro de aquella escena un poco tosca e ingenua hecha con cariño, y nos adentrábamos para formar parte del nacimiento. Como si pudiéramos ir de un lado a otro corriendo y saludando a los distintos personajes, y acariciando los animales. Postrados, llenos de gozo y sin palabras, adorábamos con emoción al nacido ante los limpios ojos de María y la humildad de José.

Es un instante mágico el que dura ese cariño nostálgico al posar los ojos en el nacimiento; pero ese instante remueve las entrañas y trata de sacar lo mejor de nosotros en medio de un ambiente de paz, armonía y voluntad... Los años pasan, con ellos la magia de la niñez…

Ahora no vemos el Nacimiento como cuando éramos niños, ya no arrullamos al niño Jesús, ya no nos adentramos en la Aldea de Belén. Hoy comenzamos a vivir la Navidad con un mes de antelación, como si fuese lo más urgente del mundo: los primeros aparadores, las primeras luces, la música que imitan descafeinados villancicos. Empiezan a surgir por todas partes, como los anuncios televisivos, que son el principal horizonte hacia el que mira el hombre de nuestros días.

El caso es que La Navidad está nuevamente próxima y se nos presenta igual que siempre, como sentimiento suave y profundo que nos despierta nuestra fe y volvemos a creer con más fuerza que nunca en la amistad y en el amor. Pero no solo eso, también se nos aviva la esperanza de tener un México soberano, un México de libertades, democrático y justo, un México en paz. Entonces sí que sería Navidad.

Ahora no vemos el nacimiento como cuando éramos niños, ya no arrullamos al Niño Jesús, ya no nos adentramos en la Aldea de Belén. Hoy comenzamos a vivir la Navidad con un mes de antelación, como si fuese lo más urgente del mundo

Pensar en poner un nacimiento, al menos cuando niños, nos producía una sensación muy extraña; mezcla de nostalgia y misterio, como si nos adentráramos en no sé qué dimensión de nuestro interior y nos fuésemos acercando a una situación plácida y feliz.

El lugar de siempre, un rincón de la sala al lado del pino, aromaba por completo la casa. Se compraba en el mercado el musgo y el heno, y con cajas y trapos, dirigidas por nuestra madre, formábamos la Aldea de Belén. Los patos sobre un lago de espejo, los pastores con la oveja sobre los hombros, el borrico y el buey, los Tres Reyes Magos arrodillados adorando al Niño Dios acostado en un pesebre.

Al terminar de ponerlo quedábamos absortas contemplando ese mundo de barro que nos hacía volar la imaginación. En nuestra mente infantil nos metíamos dentro de aquella escena un poco tosca e ingenua hecha con cariño, y nos adentrábamos para formar parte del nacimiento. Como si pudiéramos ir de un lado a otro corriendo y saludando a los distintos personajes, y acariciando los animales. Postrados, llenos de gozo y sin palabras, adorábamos con emoción al nacido ante los limpios ojos de María y la humildad de José.

Es un instante mágico el que dura ese cariño nostálgico al posar los ojos en el nacimiento; pero ese instante remueve las entrañas y trata de sacar lo mejor de nosotros en medio de un ambiente de paz, armonía y voluntad... Los años pasan, con ellos la magia de la niñez…

Ahora no vemos el Nacimiento como cuando éramos niños, ya no arrullamos al niño Jesús, ya no nos adentramos en la Aldea de Belén. Hoy comenzamos a vivir la Navidad con un mes de antelación, como si fuese lo más urgente del mundo: los primeros aparadores, las primeras luces, la música que imitan descafeinados villancicos. Empiezan a surgir por todas partes, como los anuncios televisivos, que son el principal horizonte hacia el que mira el hombre de nuestros días.

El caso es que La Navidad está nuevamente próxima y se nos presenta igual que siempre, como sentimiento suave y profundo que nos despierta nuestra fe y volvemos a creer con más fuerza que nunca en la amistad y en el amor. Pero no solo eso, también se nos aviva la esperanza de tener un México soberano, un México de libertades, democrático y justo, un México en paz. Entonces sí que sería Navidad.

Ahora no vemos el nacimiento como cuando éramos niños, ya no arrullamos al Niño Jesús, ya no nos adentramos en la Aldea de Belén. Hoy comenzamos a vivir la Navidad con un mes de antelación, como si fuese lo más urgente del mundo