En el portal de la bella plaza de Tudela, enclavada en el centro mismo de la Provincia de Navarra, había una librería que aunque pequeña, era el lugar preferido de jóvenes y viejos.
La librería se llamaba “Punto y Coma” y su dueño era Herminio Royo. Librero por tradición y vocación, de alma bohemia, libre pensador de espíritu, simpatizante de la izquierda, nada clerical, respetuoso con todos y enemigo de cualquier forma de dictadura.
Herminio vivió una vida de librero auténtico en su tienda de la “Plaza Nueva”, porque amaba los libros; no ya el negocio mismo, sino su cercanía, el contacto amoroso con aquellos papeles donde bullían ideas de arte, música, poesía, ciencia, filosofía y política.
Joven, apuesto y carismático, las chicas le revoloteaban a su alrededor como abejas al panal. Aquel pequeño negocio era algo así como un trono para su dueño, y hasta como un delicioso harén. Por esa razón Herminio no trabajaba, sino que más bien reinaba sobre aquel cúmulo de libros a veces desordenado. Con un encanto especial te sugería una lectura, una revista o el último disco de moda.
La primera vez que yo entré a su tienda, allá por el final de los años cincuenta, me di cuenta de que al traspasar el umbral de la librería se entraba a un ámbito diferente. Allí había un clima especial, no solo estaban los libros, los discos y las revistas de moda; también estaba el magnetismo de Herminio. Fue en este lugar donde acabé de comprender que la cultura no era solamente algo cuyo conocimiento se adquiría en escuelas y universidades, era también un goce estético y una forma fundamental de vida.
En ese lugar de encuentro de la juventud de entonces, se analizaban artículos, se hablaba de libros, cine, fotografía o pintura. Se comentaban con exaltación las noticias del radio de París, único medio que aliviaba un poco la escasez de información social y política a la que el franquismo los tenía condenados. Un pequeño oasis de libertad.
Mis viajes a España se fueron espaciando y cuando volví fui directamente a la Plaza Nueva en busca de la librería de Herminio. Ya no estaba, solamente un pequeño kiosco con billetes de lotería, libros de segunda mano y saldo de discos viejos. Nuestro amigo el librero seguía ahí, esperando a sus clientes, buscando conversación y vendiendo lo poco que tenía.
El tiempo había hecho su trabajo y casi no lo reconocí y él tampoco pudo o no quiso… No me identifiqué y me seguí de largo llevándome el recuerdo de aquel joven soñador, amante de los libros.
La Transición española a la Democracia, época convulsa de cambios y destape estaba presente. La legendaria librería “Punto y Coma” se fue difuminando poco a poco y Herminio el librero se quedó atrapado en la mítica ilusión de la utopía que derramaba en abundancia.
Aquel pequeño negocio era algo así como un trono para su dueño, y hasta como un delicioso harén