/ domingo 28 de febrero de 2021

Añoranzas | Viajar en tren

Quién quiere viajar a gran velocidad con el estómago contraído cada vez que en una cerrada curva se aparece un raudo vehículo invadiendo el carril contrario, o que las cegadoras luces de un irresponsable camionero te aviente de bruces a la cuneta. Y qué decir de los sucios y pavorosos baños de las gasolineras.

Hace años en nuestro país teníamos otra opción: viajar en tren. Este maravilloso medio de comunicación era una delicia, y un relax, un placentero arrullo sentados en un asiento reclinable, o en litera. Había carros comedor, cafetería y fumador. Pero, casi todo lo bueno, lo disfrutable, lo gozoso, ha desaparecido de nuestra aporreada nación. Incluido el ferrocarril. Yo solía a menudo viajar México-Veracruz en el “Jarocho” y en el “Regiomontano”, México-Monterrey. ¡Una delicia!

Por obvios intereses nos quitaron este excelente servicio que nos favorecía a tanta gente por ser mucho más barato que los autobuses, y además un medio de carga seguro y económico. Al desaparecerlos aumentaron los accidentes en carretera por el pésimo estado de los caminos y de las unidades. Camiones, pipas y tráileres conducidos por choferes inexpertos o agotados por conducir hasta doce y veinte horas, manteniéndose medianamente despiertos con drogas, o un idiota usando el celular.

Las estaciones, los andenes y trenes tienen sabor a novela, un no sé qué de melancólico y nostálgico. Una espera en vano, un viaje sin retorno, tristes despedidas, citas clandestinas y encuentros misteriosos. El silbato del tren a lo lejos y el afilado chillar de ruedas contra riel al frenar llegando a su destino, es característico, sonora señal que avisa cuando ya va arribando a la estación es inconfundible. Los vendedores ambulantes que ofrecían su mercancía por la ventana eran parte del encanto.

En la literatura y en el cine con frecuencia hay un tren o un andén en el argumento. Ana Karennina se arroja a las vías del ferrocarril, agobiada por una sociedad hipócrita y moralista que la juzga sin piedad. Agatha Christie en su misteriosa novela El tren de las 4:15, así como la entretenidísima El gran robo del tren. Son a bordo del tren las mejores peleas de James Bond cuerpo a cuerpo. El ferrocarril es el personaje principal de la Revolución.

Serrat le compuso una de sus más bellas canciones a Penélope, que se quedó en la estación sentada en su banca pino verde esperando a su amor, al que no reconoció cuando regresó años más tarde a buscarla. Hasta el tren de Magozal se ha perdido… y cómo bailoteamos en nuestra juventud al compás de la pegajosa canción El chacachá del tren.

Pero tristemente a los mexicanos ¡NOS LLEVÓ EL TREN! Como expresamos los mexicanos cuando nos quitan algo muy preciado, y el tren lo era. Pero hay esperanza, ya que el presidente Andrés Manuel López Obrador prometió una ampliación del Tren Maya que recorrerá cinco estados, de Tabasco a Quintana Roo, utilizando los fondos de los impuestos para el turismo para su construcción y que tendrá participación pública y privada. Esa esperanza del Tren Maya se ve muy lejana a corto plazo, ya que las obras se han visto afectadas por la actual pandemia que ha venido a dar al “traste” con el ritmo de la construcción cuya meta es inaugurarlo durante el primer semestre del 2024. ¿Será?

Quién quiere viajar a gran velocidad con el estómago contraído cada vez que en una cerrada curva se aparece un raudo vehículo invadiendo el carril contrario, o que las cegadoras luces de un irresponsable camionero te aviente de bruces a la cuneta. Y qué decir de los sucios y pavorosos baños de las gasolineras.

Hace años en nuestro país teníamos otra opción: viajar en tren. Este maravilloso medio de comunicación era una delicia, y un relax, un placentero arrullo sentados en un asiento reclinable, o en litera. Había carros comedor, cafetería y fumador. Pero, casi todo lo bueno, lo disfrutable, lo gozoso, ha desaparecido de nuestra aporreada nación. Incluido el ferrocarril. Yo solía a menudo viajar México-Veracruz en el “Jarocho” y en el “Regiomontano”, México-Monterrey. ¡Una delicia!

Por obvios intereses nos quitaron este excelente servicio que nos favorecía a tanta gente por ser mucho más barato que los autobuses, y además un medio de carga seguro y económico. Al desaparecerlos aumentaron los accidentes en carretera por el pésimo estado de los caminos y de las unidades. Camiones, pipas y tráileres conducidos por choferes inexpertos o agotados por conducir hasta doce y veinte horas, manteniéndose medianamente despiertos con drogas, o un idiota usando el celular.

Las estaciones, los andenes y trenes tienen sabor a novela, un no sé qué de melancólico y nostálgico. Una espera en vano, un viaje sin retorno, tristes despedidas, citas clandestinas y encuentros misteriosos. El silbato del tren a lo lejos y el afilado chillar de ruedas contra riel al frenar llegando a su destino, es característico, sonora señal que avisa cuando ya va arribando a la estación es inconfundible. Los vendedores ambulantes que ofrecían su mercancía por la ventana eran parte del encanto.

En la literatura y en el cine con frecuencia hay un tren o un andén en el argumento. Ana Karennina se arroja a las vías del ferrocarril, agobiada por una sociedad hipócrita y moralista que la juzga sin piedad. Agatha Christie en su misteriosa novela El tren de las 4:15, así como la entretenidísima El gran robo del tren. Son a bordo del tren las mejores peleas de James Bond cuerpo a cuerpo. El ferrocarril es el personaje principal de la Revolución.

Serrat le compuso una de sus más bellas canciones a Penélope, que se quedó en la estación sentada en su banca pino verde esperando a su amor, al que no reconoció cuando regresó años más tarde a buscarla. Hasta el tren de Magozal se ha perdido… y cómo bailoteamos en nuestra juventud al compás de la pegajosa canción El chacachá del tren.

Pero tristemente a los mexicanos ¡NOS LLEVÓ EL TREN! Como expresamos los mexicanos cuando nos quitan algo muy preciado, y el tren lo era. Pero hay esperanza, ya que el presidente Andrés Manuel López Obrador prometió una ampliación del Tren Maya que recorrerá cinco estados, de Tabasco a Quintana Roo, utilizando los fondos de los impuestos para el turismo para su construcción y que tendrá participación pública y privada. Esa esperanza del Tren Maya se ve muy lejana a corto plazo, ya que las obras se han visto afectadas por la actual pandemia que ha venido a dar al “traste” con el ritmo de la construcción cuya meta es inaugurarlo durante el primer semestre del 2024. ¿Será?