/ lunes 3 de junio de 2019

Con café y a media luz | Apatía y sus consecuencias

Si hubiera quedado este candidato en el poder


Normalmente nos quejamos por aquello que no nos parece correcto, adecuado o propio. Y manifestamos nuestra inconformidad de manera intrapersonal, grupal o masiva, si es que estamos en la posición para hacerlo.

Y -ya sea a murmullos quedos o a gritos bien pechados, insistimos en que “las cosas hubieran sido mejores si se hubiera optado por tal o cual camino”, “si se hubiera vendido en esta o en otra cantidad” o, como lo marca la plegaria favorita del mexicano, “si hubiera quedado este candidato en el poder”.

Este comentario lo traigo a colación porque a lo largo de las campañas recientemente vividas en Tamaulipas para obtener a los nuevos diputados locales que “serán nuestra voz en el congreso” –creo que esa frase es la más usada por los candidatos en cuestión– se sintió en el ambiente una apatía por parte de la población votante no solo hacia los candidatos, sino al proceso en sí.

Seguramente, gentil amigo lector, usted dirá que a este columnista “nada le parece”, pues en los ejercicios proselitistas de cara a la gubernatura de nuestra entidad federativa, y no se diga a la de la Presidencia de la República Mexicana, hice pública mi molestia por la excesiva, ruidosa y contaminante publicidad de la que fuimos presa en las calles, avenidas, camellones y otros sitios, además de la que se pagaba por los partidos políticos en los medios de comunicación masiva regionales y nacionales, respectivamente.

Es por eso que insisto en aclarar la intención del escrito de hoy que, al igual que los anteriores, pongo a su amable dispensa para su aprobación o desecho. Agradezco la prudencia de las campañas electorales recientes que nos permitieron vivir en calma y sin sobresaltos informativos de índole política. Lamento la falta de interés de la población en condiciones de votar a la que no vi muy entusiasmada por hacer uso del maravilloso privilegio de opinar, a través de su sufragio, en las urnas instaladas en su colonia.

No obstante, seguro estoy que, aquellos que no votaron, que guardaron su opinión en el más oscuro e impenetrable de los silencios, serán los primeros en “parir” de forma escandalosa la más sonora de las protestas cuando obtenga el triunfo aquel personaje que no gozaba de sus simpatías.

Ese será, solamente, el principio de una historia de tres años.

Y lo planteo así, pues durante el ejercicio de la diputación que principia, como sociedad estaremos prestos a decir cosas como “nunca volvió”, “nunca hizo nada”, “jamás resolvió nuestros problemas”, “nada más nos buscó cuando pidió el voto”, y una larga lista de etcéteras que bien pudiera llenar cuatro o cinco cuartillas.

Quizá nunca nos preocupamos por conocer el programa de trabajo propuesto por el candidato, tal vez el aspirante fue aconsejado a no revelarlo en ese momento, probablemente tuvimos en nuestras manos un panfleto con una serie de propuestas que coincidían con nuestras necesidades y simplemente no lo leímos, solo lo tiramos en el primer cesto de basura cuando tuvimos oportunidad o, más grave, nunca nos hemos preocupado por averiguar cuál es la función de un diputado local en Tamaulipas.

Los últimos tres párrafos me llevan a la conclusión que usted y yo hemos tenido desde hace tiempo: El mexicano aún prodiga la cultura de “la varita mágica”.

Esa “varita mágica” es el golpe de suerte, la coincidencia fortuita, el milagro inesperado, el deseo hecho realidad por un hada madrina. Todo sin la necesidad de esforzarse, dejando que las cosas pasen y las circunstancias se acomoden a nuestra necesidad.

¡Lamentablemente esa actitud es para todo!

Sucede, particularmente, en la relación entre pueblo y gobierno. Hemos decidido como comunidad, por nuestra apatía y necedad, que el gobernante tenga alas de hada, sea santo para que produzca milagros, regale tréboles de cuatro hojas y patas de conejo a diestra y siniestra, sea titulado en artes ocultas y con diplomado en “amarres de dinero”, “aleja-envidias”, y las “siete potencias”.

Cuando nos percatamos que no son, así las cosas, decimos que “fulano no debió quedar”, sin embargo, no decimos “yo nunca fui a votar”. No obstante, ya hay otros más aventurados que tienen la salida idónea al centrarse en este juicio de valor y sostienen que “yo no fui a votar, porque no era necesario, perengano ya la tenía ganada, nomás que se la robaron”.

El mexicano apático es, sin duda, un todólogo que lo mismo puede trabajar de director técnico de la selección mexicana, coordinador de campaña de un candidato, productor de contenidos de calidad de la BBC de Londres, corredor de bolsa y analista financiero digno de ocupar una vacante como asesor del mismísimo Donald Trump, pero también es experto en quejarse, encontrar culpables, asignar responsabilidades y hallar excusas para evadir las propias. El mexicano apático, nunca o rara vez, asumirá sus errores y omisiones y, por ende, las consecuencias que estas traigan, incluso las que vengan de su propia apatía.

¿Será la falta de interés?, ¿La política del “mínimo esfuerzo”?, ¿El gusto por no hacer algo productivo?

Gentil amigo lector, si no somos capaces de decidir el rumbo de nuestras vidas, no estamos en condiciones de exigir a nuestros representantes que decidan por nosotros y luego quejarnos cuando la decisión tomada no nos sea enteramente satisfactoria. Ahora sí se cumple la máxima de que “cada pueblo tiene el gobierno que se merece”.

¡Hasta la próxima!

Y recuerde, para mañana ¡Despierte, no se duerma que será un gran día!

Escríbame a licajimenezmcc@hotmail.com

Si hubiera quedado este candidato en el poder


Normalmente nos quejamos por aquello que no nos parece correcto, adecuado o propio. Y manifestamos nuestra inconformidad de manera intrapersonal, grupal o masiva, si es que estamos en la posición para hacerlo.

Y -ya sea a murmullos quedos o a gritos bien pechados, insistimos en que “las cosas hubieran sido mejores si se hubiera optado por tal o cual camino”, “si se hubiera vendido en esta o en otra cantidad” o, como lo marca la plegaria favorita del mexicano, “si hubiera quedado este candidato en el poder”.

Este comentario lo traigo a colación porque a lo largo de las campañas recientemente vividas en Tamaulipas para obtener a los nuevos diputados locales que “serán nuestra voz en el congreso” –creo que esa frase es la más usada por los candidatos en cuestión– se sintió en el ambiente una apatía por parte de la población votante no solo hacia los candidatos, sino al proceso en sí.

Seguramente, gentil amigo lector, usted dirá que a este columnista “nada le parece”, pues en los ejercicios proselitistas de cara a la gubernatura de nuestra entidad federativa, y no se diga a la de la Presidencia de la República Mexicana, hice pública mi molestia por la excesiva, ruidosa y contaminante publicidad de la que fuimos presa en las calles, avenidas, camellones y otros sitios, además de la que se pagaba por los partidos políticos en los medios de comunicación masiva regionales y nacionales, respectivamente.

Es por eso que insisto en aclarar la intención del escrito de hoy que, al igual que los anteriores, pongo a su amable dispensa para su aprobación o desecho. Agradezco la prudencia de las campañas electorales recientes que nos permitieron vivir en calma y sin sobresaltos informativos de índole política. Lamento la falta de interés de la población en condiciones de votar a la que no vi muy entusiasmada por hacer uso del maravilloso privilegio de opinar, a través de su sufragio, en las urnas instaladas en su colonia.

No obstante, seguro estoy que, aquellos que no votaron, que guardaron su opinión en el más oscuro e impenetrable de los silencios, serán los primeros en “parir” de forma escandalosa la más sonora de las protestas cuando obtenga el triunfo aquel personaje que no gozaba de sus simpatías.

Ese será, solamente, el principio de una historia de tres años.

Y lo planteo así, pues durante el ejercicio de la diputación que principia, como sociedad estaremos prestos a decir cosas como “nunca volvió”, “nunca hizo nada”, “jamás resolvió nuestros problemas”, “nada más nos buscó cuando pidió el voto”, y una larga lista de etcéteras que bien pudiera llenar cuatro o cinco cuartillas.

Quizá nunca nos preocupamos por conocer el programa de trabajo propuesto por el candidato, tal vez el aspirante fue aconsejado a no revelarlo en ese momento, probablemente tuvimos en nuestras manos un panfleto con una serie de propuestas que coincidían con nuestras necesidades y simplemente no lo leímos, solo lo tiramos en el primer cesto de basura cuando tuvimos oportunidad o, más grave, nunca nos hemos preocupado por averiguar cuál es la función de un diputado local en Tamaulipas.

Los últimos tres párrafos me llevan a la conclusión que usted y yo hemos tenido desde hace tiempo: El mexicano aún prodiga la cultura de “la varita mágica”.

Esa “varita mágica” es el golpe de suerte, la coincidencia fortuita, el milagro inesperado, el deseo hecho realidad por un hada madrina. Todo sin la necesidad de esforzarse, dejando que las cosas pasen y las circunstancias se acomoden a nuestra necesidad.

¡Lamentablemente esa actitud es para todo!

Sucede, particularmente, en la relación entre pueblo y gobierno. Hemos decidido como comunidad, por nuestra apatía y necedad, que el gobernante tenga alas de hada, sea santo para que produzca milagros, regale tréboles de cuatro hojas y patas de conejo a diestra y siniestra, sea titulado en artes ocultas y con diplomado en “amarres de dinero”, “aleja-envidias”, y las “siete potencias”.

Cuando nos percatamos que no son, así las cosas, decimos que “fulano no debió quedar”, sin embargo, no decimos “yo nunca fui a votar”. No obstante, ya hay otros más aventurados que tienen la salida idónea al centrarse en este juicio de valor y sostienen que “yo no fui a votar, porque no era necesario, perengano ya la tenía ganada, nomás que se la robaron”.

El mexicano apático es, sin duda, un todólogo que lo mismo puede trabajar de director técnico de la selección mexicana, coordinador de campaña de un candidato, productor de contenidos de calidad de la BBC de Londres, corredor de bolsa y analista financiero digno de ocupar una vacante como asesor del mismísimo Donald Trump, pero también es experto en quejarse, encontrar culpables, asignar responsabilidades y hallar excusas para evadir las propias. El mexicano apático, nunca o rara vez, asumirá sus errores y omisiones y, por ende, las consecuencias que estas traigan, incluso las que vengan de su propia apatía.

¿Será la falta de interés?, ¿La política del “mínimo esfuerzo”?, ¿El gusto por no hacer algo productivo?

Gentil amigo lector, si no somos capaces de decidir el rumbo de nuestras vidas, no estamos en condiciones de exigir a nuestros representantes que decidan por nosotros y luego quejarnos cuando la decisión tomada no nos sea enteramente satisfactoria. Ahora sí se cumple la máxima de que “cada pueblo tiene el gobierno que se merece”.

¡Hasta la próxima!

Y recuerde, para mañana ¡Despierte, no se duerma que será un gran día!

Escríbame a licajimenezmcc@hotmail.com