/ lunes 22 de julio de 2019

Apolo XI

El 12 de abril de 1961, Yuri Gagarin, de 27 años, estuvo 108 minutos en el espacio exterior y despejó una duda, que el hombre podía volar en el cosmos y trabajar en órbita extraterrestre.

La Unión Soviética tomó la delantera en la carrera espacial; pero no por mucho tiempo. “Inmediatamente después” (hablando en términos galácticos), Estados Unidos puso un hombre en la Luna el 20 de julio de 1969, con el Apolo XI dirigido por el comandante Neil Armstrong.

Se ha especulado sobre la llegada del hombre a la Luna. Se alega que fue un montaje. Probablemente sí se efectuó, al decir de algunos, aunque no de la forma en que la gran mayoría de los mortales lo concebimos, convengo en ello. Lógicamente, un evento de esta envergadura no puede tener cabos sueltos cuando estaba en juego el liderazgo planetario de Estados Unidos en época de la guerra fría, y cualquier error, por pequeño que fuera, habría sido fatal para sus aspiraciones hegemónicas.

La hazaña de que le comento fue un sueño para muchos, pero no para un escritor llamado Julio Verne, quien con un siglo de anticipación predijo los viajes a nuestro satélite en cohetes tripulados (además de plantear el éxito de esta empresa).

La caminata de Armstrong, y luego de su compañero Buzz Aldrin en nuestro planeta-satélite, hace cincuenta abriles, fue vista por seiscientos millones de personas, cantidad récord para aquellos tiempos. Hombres, mujeres y niños observaron electrizados en las pantallas esta aventura emprendida por la humanidad, cosa que fue interpretada por algunos como brujería, de acuerdo al escritor Arthur Clarke, quien cierta vez dijo, “cualquier tecnología suficientemente avanzada es indistinguible de la magia”.

En lo político, el viaje del Apolo XI consolidó el liderazgo mediático de los Estados Unidos frente a la Unión Soviética, su rival en la carrera espacial. El proyecto de la hoy cuestionada NASA sostuvo que el hombre “sería capaz de realizar cualquier nueva conquista que su imaginación ideara”. Esta mentalidad “moderna” y liberadora de nuevas ideas elevó la “autoestima planetaria” y otorgó al vecino país del norte un nuevo liderazgo.

La presencia de Armstrong y Aldrin en suelo lunar para recoger piedras y tomar fotos, mientras Michael Collins los esperaba en órbita, fue un logro extraordinario de las comunicaciones. En mil novecientos sesenta y nueve era inconcebible presenciar en vivo y directo lo que pasaba a más de 384 mil kilómetros, que es la distancia a la Luna. No había poder humano que tendiera un cable que llegara tan lejos. Millones de personas escucharon (y vieron) a Armstrong formular una frase icónica de la exploración espacial: “este es un pequeño paso para el hombre, pero un gran salto para la humanidad”.

En resumen, la conquista de la Luna por vez primera nos dio oportunidad de ver a nuestro planeta bajo otra perspectiva, menos egocéntrica, y cerciorarnos que no somos el centro del universo. También dejó una certeza, que si bien la Tierra es la cuna de la humanidad; “el hombre no puede permanecer siempre en su cuna”. Dicho de otro modo, para efectos de la supervivencia de la raza humana no es bueno poner “todos los huevos en la misma canasta”.

El 12 de abril de 1961, Yuri Gagarin, de 27 años, estuvo 108 minutos en el espacio exterior y despejó una duda, que el hombre podía volar en el cosmos y trabajar en órbita extraterrestre.

La Unión Soviética tomó la delantera en la carrera espacial; pero no por mucho tiempo. “Inmediatamente después” (hablando en términos galácticos), Estados Unidos puso un hombre en la Luna el 20 de julio de 1969, con el Apolo XI dirigido por el comandante Neil Armstrong.

Se ha especulado sobre la llegada del hombre a la Luna. Se alega que fue un montaje. Probablemente sí se efectuó, al decir de algunos, aunque no de la forma en que la gran mayoría de los mortales lo concebimos, convengo en ello. Lógicamente, un evento de esta envergadura no puede tener cabos sueltos cuando estaba en juego el liderazgo planetario de Estados Unidos en época de la guerra fría, y cualquier error, por pequeño que fuera, habría sido fatal para sus aspiraciones hegemónicas.

La hazaña de que le comento fue un sueño para muchos, pero no para un escritor llamado Julio Verne, quien con un siglo de anticipación predijo los viajes a nuestro satélite en cohetes tripulados (además de plantear el éxito de esta empresa).

La caminata de Armstrong, y luego de su compañero Buzz Aldrin en nuestro planeta-satélite, hace cincuenta abriles, fue vista por seiscientos millones de personas, cantidad récord para aquellos tiempos. Hombres, mujeres y niños observaron electrizados en las pantallas esta aventura emprendida por la humanidad, cosa que fue interpretada por algunos como brujería, de acuerdo al escritor Arthur Clarke, quien cierta vez dijo, “cualquier tecnología suficientemente avanzada es indistinguible de la magia”.

En lo político, el viaje del Apolo XI consolidó el liderazgo mediático de los Estados Unidos frente a la Unión Soviética, su rival en la carrera espacial. El proyecto de la hoy cuestionada NASA sostuvo que el hombre “sería capaz de realizar cualquier nueva conquista que su imaginación ideara”. Esta mentalidad “moderna” y liberadora de nuevas ideas elevó la “autoestima planetaria” y otorgó al vecino país del norte un nuevo liderazgo.

La presencia de Armstrong y Aldrin en suelo lunar para recoger piedras y tomar fotos, mientras Michael Collins los esperaba en órbita, fue un logro extraordinario de las comunicaciones. En mil novecientos sesenta y nueve era inconcebible presenciar en vivo y directo lo que pasaba a más de 384 mil kilómetros, que es la distancia a la Luna. No había poder humano que tendiera un cable que llegara tan lejos. Millones de personas escucharon (y vieron) a Armstrong formular una frase icónica de la exploración espacial: “este es un pequeño paso para el hombre, pero un gran salto para la humanidad”.

En resumen, la conquista de la Luna por vez primera nos dio oportunidad de ver a nuestro planeta bajo otra perspectiva, menos egocéntrica, y cerciorarnos que no somos el centro del universo. También dejó una certeza, que si bien la Tierra es la cuna de la humanidad; “el hombre no puede permanecer siempre en su cuna”. Dicho de otro modo, para efectos de la supervivencia de la raza humana no es bueno poner “todos los huevos en la misma canasta”.