/ miércoles 19 de diciembre de 2018

Arte perdido de la conversación

Según se aproxima el 24 de diciembre y con esto, la Navidad, precursora de Año Nuevo y los brindis de la noche del 31, meditamos y nos damos cuenta de que el ritmo de vida se ha acelerado

Nos ha tocado estar en la era de las comunicaciones instantáneas por correo electrónico y teléfonos móviles, cuestión que nos brinda comodidades sin fin, pero que nos arrebata cada vez más las oportunidades de ejercer el ocio creativo.

No me malentienda, lector. Me congratulo de los grandes adelantos científicos y tecnológicos y comulgo con la frase del escritor José Ortega y Gasset cuando dijo, “la vida del hombre medio es hoy más fácil, cómoda y segura que del más poderoso en otro tiempo. Solo que no es bueno cerrar los ojos a lo evidente. Hoy permanecemos conectados al trabajo aun lejos de la oficina. Somos localizables a toda hora y en cualquier lugar. Mientras hablamos por teléfono también manejamos nuestro automóvil, hojeamos un libro, atendemos la correspondencia, escuchamos la radio y vemos televisión. Vivimos inmersos en una carrera que nos arrebata lo más preciado y trascendente en esta vida: la conexión con nosotros mismos, con los demás, y lo que nos ofrece la naturaleza. La tecnología aleja a las personas, convirtiéndolas en extraños en el mismo cuarto, en estatuas de piedra que deambulan con la mirada fija en la pantalla azul. “Esa sirena que llama y canta, que promete mucho y en realidad da muy poco”, parafraseando al escritor Ray Bradbury.

Inmersos en el tráfago diario, nos negamos motu proprio la oportunidad de dedicar parte del tiempo libre a las actividades gratificantes y trascendentes. La conversación es un arte perdido ante la comunicación por whatsapp, tuiter, Facebook que, pese a sus conveniencias, no es lo mismo.

La quietud y reflexión, no olvidemos, son la nutrición del espíritu. Una caminata temprano por la mañana o en la tarde olvidándose del trabajo y los conflictos es relajante. Asimismo, el dedicarse a convivir y platicar con nuestros seres queridos.

Siempre es buen momento para el cultivo de la relación interpersonal, y convertirla en un antídoto contra el mundo altamente tecnificado y programado.

Según se aproxima el 24 de diciembre y con esto, la Navidad, precursora de Año Nuevo y los brindis de la noche del 31, meditamos y nos damos cuenta de que el ritmo de vida se ha acelerado

Nos ha tocado estar en la era de las comunicaciones instantáneas por correo electrónico y teléfonos móviles, cuestión que nos brinda comodidades sin fin, pero que nos arrebata cada vez más las oportunidades de ejercer el ocio creativo.

No me malentienda, lector. Me congratulo de los grandes adelantos científicos y tecnológicos y comulgo con la frase del escritor José Ortega y Gasset cuando dijo, “la vida del hombre medio es hoy más fácil, cómoda y segura que del más poderoso en otro tiempo. Solo que no es bueno cerrar los ojos a lo evidente. Hoy permanecemos conectados al trabajo aun lejos de la oficina. Somos localizables a toda hora y en cualquier lugar. Mientras hablamos por teléfono también manejamos nuestro automóvil, hojeamos un libro, atendemos la correspondencia, escuchamos la radio y vemos televisión. Vivimos inmersos en una carrera que nos arrebata lo más preciado y trascendente en esta vida: la conexión con nosotros mismos, con los demás, y lo que nos ofrece la naturaleza. La tecnología aleja a las personas, convirtiéndolas en extraños en el mismo cuarto, en estatuas de piedra que deambulan con la mirada fija en la pantalla azul. “Esa sirena que llama y canta, que promete mucho y en realidad da muy poco”, parafraseando al escritor Ray Bradbury.

Inmersos en el tráfago diario, nos negamos motu proprio la oportunidad de dedicar parte del tiempo libre a las actividades gratificantes y trascendentes. La conversación es un arte perdido ante la comunicación por whatsapp, tuiter, Facebook que, pese a sus conveniencias, no es lo mismo.

La quietud y reflexión, no olvidemos, son la nutrición del espíritu. Una caminata temprano por la mañana o en la tarde olvidándose del trabajo y los conflictos es relajante. Asimismo, el dedicarse a convivir y platicar con nuestros seres queridos.

Siempre es buen momento para el cultivo de la relación interpersonal, y convertirla en un antídoto contra el mundo altamente tecnificado y programado.