El gigante opulento que tenemos por vecino, hoy absorto en los intríngulis de carácter político-electoral, es, sin duda, la nación más poderosa económica y militarmente que ha conocido la humanidad.
Este país, acogido bajo el signo de Marte, dios de la guerra latino, sintetiza la doctrina, pensamiento y anhelos de supremacía del individuo.
“El hombre es el lobo para el hombre”, enunció en su obra Leviathan, Tomas Hobbes. Y si cavilamos sobre el asunto, nos percatamos que la mayor parte, si no es que la totalidad de los desequilibrios y descompensaciones en los países e individuos es provocada por el ansia insana de poder –llámese económico o político-. Han pasado casi cuatro siglos de que el filósofo holandés Baruch Spinoza, catalogó la avaricia y la ambición como formas de locura, dignas sentir desprecio hacia ellas. Sin embargo, esto hoy se ha amplificado, la ambición y avaricia son virtudes que modelan la personalidad del hombre moderno.
Y puede ser que el gobernante –hombre o mujer—codicioso solo piensa en dinero y riquezas; y el ambicioso en fama; pero esto ya no es síntoma de desequilibrio o enfermedad, ahora se trata de cualidades.
El poder en las condiciones previamente descritas ya no es un medio sino un fin. O sea, más dinero, más fuerza, sin corresponder a ningún propósito o contenido.
La pregunta es: ¿Para qué se quiere el poder?
Son fechas para meditar sobre el seco enfrentamiento entre los dos principales instintos que gobiernan la conducta del hombre: Thanatos que aspira a separar y, simultáneamente, Eros –símbolo claro del amor. Es tiempo, todavía, para tratar de entender la lucha permanente entre necrófilos y biófilos, entre los que aman la vida y los que pretenden destruirla.
Thanatos, con las guerras preventivas, el abuso del poder, la corrupción sin freno, el clima rabioso de violencia y dolor, los crímenes, la tortura, los asaltos, y un catálogo de delitos multiplicados progresivamente. Y Eros, bajo el estandarte del amor.
Esta batalla entre Thanatos y Eros sigue su curso, incierto aún.
Han pasado casi cuatro siglos de que el filósofo holandés Baruch Spinoza, catalogó la avaricia y la ambición como formas de locura