/ miércoles 11 de julio de 2018

Con café y a media luz | Bendita libertad

Hace ya algunos años, tal vez cinco o más, en pleno Día de la Libertad de Expresión, este servidor se dedicó a elogiar en la emisión matutina de un noticiario de la localidad el trabajo y valor de los compañeros que día con día se esforzaban en llevar la noticia a usted y el sustento a su casa, particularmente por aquel tiempo en el que la integridad del reportero peligraba por las razones que usted y yo sabemos y no son materia de discusión para la entrega del día de hoy.

¡Salen a “jugarse el pellejo”!, dije con un franco ademán de respeto a la heroicidad de hombres y mujeres que, literalmente, sabían que cada mañana salían de su casa sin tener certeza de que iban a volver; de hecho, algunos ya no viven en la zona conurbada y, otros, ni siquiera en Tamaulipas, por haber tratado de cumplir con su cometido profesional de llevar la información al ciudadano común.

Mandé a un corte de espacios comerciales y sonó el teléfono en la cabina del estudio, mis compañeros tomaron la llamada y en un papel anotaron el comentario de la televidente; mientras eso ocurría, yo atendía las notas que se emitirían al volver del espacio pagado por los patrocinadores.

En ese instante salió del cuarto de controles uno de los operadores y me dijo: “Hay una persona ofendida por tu comentario y te está amenazando”, debo confesarle que de momento pensé lo peor. Sentí que una gota de frío sudor bajó por mi espalda y tragué saliva tratando de mostrar poco interés al respecto, así que engrosé la voz y con despectivo temblor pronuncié: “¿Ah sí?, ¿y eso?”

“Es una jueza del tribunal que no le gustó que usaras la frase de 'jugarse el pellejo', pide que te retractes, ofrezcas disculpas o, de lo contrario, como ella es muy amiga de los dueños de la empresa que viven en Monterrey te asegura que para mañana ya no vas a aparecer a cuadro”.

Al escuchar lo anterior lancé la más sonora de mis carcajadas, más que por burla, como una forma de desahogar de golpe el nerviosismo que se había acumulado en mis entrañas y que me hacía apretar todos y cada uno de los músculos de mi cuerpo.

En ese momento me avisaron por el audífono que ya volveríamos a cuadro y que era hora de atender las llamadas hechas por la audiencia. Aparecí en el monitor, tomé aire y, más dueño de la situación y con un torpe envalentonamiento del que hoy me río, me dirigí a la persona que me había censurado justamente el día en que se celebraba el sagrado derecho de decir lo que se piensa, para reclamarle su proceder.

Ya no recuerdo con exactitud qué fue lo que le dije ni qué palabras usé, pero sí queda en mi memoria la opinión que manifesté esa mañana: ¡No estaba de acuerdo en retractarme y no lo haría porque creía firmemente en mi convicción sobre la labor de los compañeros reporteros y, sobre todo, porque mi frase no le faltaba el respeto a nadie en la comunidad!

Invité a la mujer a llamar a los dueños a Monterrey y le sostuve que a la mañana siguiente la saludaría en la misma hora y por el mismo canal sin pena alguna y así fue, puesto que la empresa no era de origen regio, sino tapatío, así que nunca supe a quién se refería en particular.

Esta pequeña anécdota la traigo a colación por la situación que generó la última entrega que le ofrecí, gentil amigo lector, pues a mi correo llegaron opiniones encontradas sobre el tema en cuestión y, curiosamente, la gran mayoría reflexionando sobre mi persona y no sobre lo opinado. Aquí cabe hacer mención que este servidor no es protagonista en ningún instante, sino el tema, la opinión, el hecho o las circunstancias que rodean al suceso que, como sociedad, nos atañe, envuelve e identifica.

De los mensajes recibidos hubo particularmente dos que tocaron la situación planteada como objeto de análisis y no al sujeto emisor, lo que me llamó la atención fue la postura completamente contraria entre ambos lectores sobre el mismo tema. A ambos les agradezco profundamente el tiempo invertido en leerme y, sobre todo, en tomarse unos minutos en escribirme.

En primer término, el señor Agatón me sostuvo estar de acuerdo en que no es lo mismo estar en campaña que ser elegido por el pueblo y, mucho menos, ejercer el poder público en bien de una nación y, abundando en ese sentido, este servidor agregaría que no es igual lanzar proclamas sin mesura por la carencia de investidura, que hacerlas de forma moderada cuando se tiene a la diplomacia como bandera forzosa de diálogo productivo.

Después, don José Luis, llamó al orden y con suma educación y respeto, pidió no se estimara su opinión como una provocación a un conflicto y realizó varias indicaciones al tema vertido en el apartado de este medio de comunicación, particularmente sobre dónde estaban los mexicanos cuando la corrupción nos empezó a invadir, qué hicimos como sociedad para erradicarla y qué nos corresponde realizar a partir del día de hoy. En referencia a todos esos planteamientos, no sólo estoy de acuerdo, sino que hasta los aplaudo.

Aquí, gentil amigo lector, no se trata de saber quién tiene razón o quién vive en el equívoco. Lo que de verdad nos debe vincular es la pluralidad de opiniones, el respeto a éstas y a quien las emite, la apertura para construir y la atención a aquel que nos discrepa pues su visión de las cosas es tan respetable como la de otros.

Pues todo eso construye a nuestra sociedad, la mantiene viva y en permanente evolución. La democracia puesta de manifiesto en el pasado ejercicio electoral nos habla de una madurez social y lo común se construye desde lo individual, sigamos privilegiando el sagrado derecho de expresarnos y, en un momento dado, si usted me lo permite, ocupemos juntos este espacio y busquemos el bien de nuestra zona conurbada, nuestro estado y nuestra nación.

¡Hasta la próxima!

Escríbame a: licajimenezmcc@hotmail.com

Y recuerde, para mañana ¡Despierte, no se duerma que será un gran día!

Hace ya algunos años, tal vez cinco o más, en pleno Día de la Libertad de Expresión, este servidor se dedicó a elogiar en la emisión matutina de un noticiario de la localidad el trabajo y valor de los compañeros que día con día se esforzaban en llevar la noticia a usted y el sustento a su casa, particularmente por aquel tiempo en el que la integridad del reportero peligraba por las razones que usted y yo sabemos y no son materia de discusión para la entrega del día de hoy.

¡Salen a “jugarse el pellejo”!, dije con un franco ademán de respeto a la heroicidad de hombres y mujeres que, literalmente, sabían que cada mañana salían de su casa sin tener certeza de que iban a volver; de hecho, algunos ya no viven en la zona conurbada y, otros, ni siquiera en Tamaulipas, por haber tratado de cumplir con su cometido profesional de llevar la información al ciudadano común.

Mandé a un corte de espacios comerciales y sonó el teléfono en la cabina del estudio, mis compañeros tomaron la llamada y en un papel anotaron el comentario de la televidente; mientras eso ocurría, yo atendía las notas que se emitirían al volver del espacio pagado por los patrocinadores.

En ese instante salió del cuarto de controles uno de los operadores y me dijo: “Hay una persona ofendida por tu comentario y te está amenazando”, debo confesarle que de momento pensé lo peor. Sentí que una gota de frío sudor bajó por mi espalda y tragué saliva tratando de mostrar poco interés al respecto, así que engrosé la voz y con despectivo temblor pronuncié: “¿Ah sí?, ¿y eso?”

“Es una jueza del tribunal que no le gustó que usaras la frase de 'jugarse el pellejo', pide que te retractes, ofrezcas disculpas o, de lo contrario, como ella es muy amiga de los dueños de la empresa que viven en Monterrey te asegura que para mañana ya no vas a aparecer a cuadro”.

Al escuchar lo anterior lancé la más sonora de mis carcajadas, más que por burla, como una forma de desahogar de golpe el nerviosismo que se había acumulado en mis entrañas y que me hacía apretar todos y cada uno de los músculos de mi cuerpo.

En ese momento me avisaron por el audífono que ya volveríamos a cuadro y que era hora de atender las llamadas hechas por la audiencia. Aparecí en el monitor, tomé aire y, más dueño de la situación y con un torpe envalentonamiento del que hoy me río, me dirigí a la persona que me había censurado justamente el día en que se celebraba el sagrado derecho de decir lo que se piensa, para reclamarle su proceder.

Ya no recuerdo con exactitud qué fue lo que le dije ni qué palabras usé, pero sí queda en mi memoria la opinión que manifesté esa mañana: ¡No estaba de acuerdo en retractarme y no lo haría porque creía firmemente en mi convicción sobre la labor de los compañeros reporteros y, sobre todo, porque mi frase no le faltaba el respeto a nadie en la comunidad!

Invité a la mujer a llamar a los dueños a Monterrey y le sostuve que a la mañana siguiente la saludaría en la misma hora y por el mismo canal sin pena alguna y así fue, puesto que la empresa no era de origen regio, sino tapatío, así que nunca supe a quién se refería en particular.

Esta pequeña anécdota la traigo a colación por la situación que generó la última entrega que le ofrecí, gentil amigo lector, pues a mi correo llegaron opiniones encontradas sobre el tema en cuestión y, curiosamente, la gran mayoría reflexionando sobre mi persona y no sobre lo opinado. Aquí cabe hacer mención que este servidor no es protagonista en ningún instante, sino el tema, la opinión, el hecho o las circunstancias que rodean al suceso que, como sociedad, nos atañe, envuelve e identifica.

De los mensajes recibidos hubo particularmente dos que tocaron la situación planteada como objeto de análisis y no al sujeto emisor, lo que me llamó la atención fue la postura completamente contraria entre ambos lectores sobre el mismo tema. A ambos les agradezco profundamente el tiempo invertido en leerme y, sobre todo, en tomarse unos minutos en escribirme.

En primer término, el señor Agatón me sostuvo estar de acuerdo en que no es lo mismo estar en campaña que ser elegido por el pueblo y, mucho menos, ejercer el poder público en bien de una nación y, abundando en ese sentido, este servidor agregaría que no es igual lanzar proclamas sin mesura por la carencia de investidura, que hacerlas de forma moderada cuando se tiene a la diplomacia como bandera forzosa de diálogo productivo.

Después, don José Luis, llamó al orden y con suma educación y respeto, pidió no se estimara su opinión como una provocación a un conflicto y realizó varias indicaciones al tema vertido en el apartado de este medio de comunicación, particularmente sobre dónde estaban los mexicanos cuando la corrupción nos empezó a invadir, qué hicimos como sociedad para erradicarla y qué nos corresponde realizar a partir del día de hoy. En referencia a todos esos planteamientos, no sólo estoy de acuerdo, sino que hasta los aplaudo.

Aquí, gentil amigo lector, no se trata de saber quién tiene razón o quién vive en el equívoco. Lo que de verdad nos debe vincular es la pluralidad de opiniones, el respeto a éstas y a quien las emite, la apertura para construir y la atención a aquel que nos discrepa pues su visión de las cosas es tan respetable como la de otros.

Pues todo eso construye a nuestra sociedad, la mantiene viva y en permanente evolución. La democracia puesta de manifiesto en el pasado ejercicio electoral nos habla de una madurez social y lo común se construye desde lo individual, sigamos privilegiando el sagrado derecho de expresarnos y, en un momento dado, si usted me lo permite, ocupemos juntos este espacio y busquemos el bien de nuestra zona conurbada, nuestro estado y nuestra nación.

¡Hasta la próxima!

Escríbame a: licajimenezmcc@hotmail.com

Y recuerde, para mañana ¡Despierte, no se duerma que será un gran día!