/ lunes 21 de enero de 2019

Con café y a media luz | Cabeza ajena

Los medios de comunicación nacionales han dado cuenta de manera puntual de la tragedia ocurrida en el estado de Hidalgo, en la que, hasta el momento de escribir este texto, cerca de 80 personas habrían perdido la vida y un número menor, pero igual de macabro, se encontraba internado en el hospital militar con heridas de gravedad. Lamentable hecho que, sin duda, viene a darle una tonalidad enrojecida a un fenómeno delincuencial que ya presentaba salpicaduras de sangre por los intereses incidían en él.

Fue en el municipio de Tlahuelilpan, ubicado en la entidad que gobierna Omar Fayad y el que, curiosamente, es uno de los más golpeados en materia de economía en esa región, en donde se suscitó este lamentable hecho que ha enlutado a todo el país y que, con suma tristeza, nos remite al dicho que constantemente repetían nuestros abuelos y que reza “Nadie escarmienta en cabeza ajena”.

Esto último lo traigo a colación pues las mismas investigaciones periodísticas y extraoficiales indican que miembros del Ejército Nacional y autoridades locales estuvieron conminando a los residentes del lugar a que se retiraran del ducto del cual estaban extrayendo el combustible, obteniendo, como única respuesta, agresiones de la población civil que los rebasaba en número; minutos después sobrevino la explosión, arrebatando, de manera casi inmediata, la vida de varios “improvisados huachicoleros”, mientras otros huían despavoridos.

¿Por qué lo cito de esta manera? No es mi intención herir los sentimientos de alguien pues, aunque debemos reconocer que es un hecho trágico, también es importante reflexionar en que todas las personas que estaban en ese sitio cometían, con plena conciencia, un delito cuya lucha se ha vuelto un estandarte en la naciente administración de Andrés Manuel López Obrador y, la expresión “comunitaria” de este ilícito estaba por demás de manifiesto al momento de la explosión.

Llama la atención, poderosamente, en una de las pesquisas hechas por un reportero de un medio de impacto nacional, en la que destaca que la llamada realizada al 911 con la que se reportó la fuga de hidrocarburo de una las tomas clandestinas ocurrió a las 17 horas y dos horas después estalló. En tanto que, durante ese lapso, corrió como “reguero de pólvora” entre los habitantes de Tlahuelilpan que había “gasolina gratis” para todos los que fueran, pues alguien había “picado” el ducto y había brotado una enorme fuente del mencionado hidrocarburo.

Más tardó en emerger la gasolina que aquello en llenarse de hombres, mujeres y menores de edad que, mientras reían, jugaban y se bañaban en el peligroso líquido, aprovechaban para llenar todo tipo de recipientes para llevar a casa el producto y venderlo después. Hay quien asegura haber visto a varias personas fumar cerca del punto en el que emergió el chorro incesante del combustible.

El momento de la explosión que quedó grabado en video y circuló rápidamente por las redes sociales, es verdaderamente impresionante. La lengua de fuego se alzó por los cielos y latigueó de derecha a izquierda levantando un infierno entre las zanjas del sembradío que rodeaba lo que parecía ser la gruta que daba acceso al inframundo. Los mismos hombres y mujeres que danzaban jubilosos, corrían envueltos en las llamas lanzando gritos de dolor, mientras que los uniformados expectantes les decían que se tiraran al suelo y rodaran sobre su eje para sofocar el fuego que les rodeaba. Las sonrisas se convirtieron en gestos deformes por el sufrimiento y las carcajadas cambiaron por sollozos.

Sin duda, gran parte de la culpa, fue de los mismos protagonistas que se incitaron entre sí a la práctica riesgosa del saqueo de lo inflamable, a la irresponsable actividad de sustraer lo que, a todas luces, de manera figurada y literal, representaba un albur para sus vidas. Definitivamente en este caso no es el gobierno, ni un hombre, apodo o personaje. Fue la necedad sembrada en la cultura colectiva de nuestra sinrazón la que orilló al hombre a acercarse al riesgo en vez de huir de él.

¿Quién fue el mostrenco que acercó el granate incandescente al combustible? Seguramente el mismo que incitó a lanzarle de pedradas a los militares cuando éstos le gritaban a la población que “se alejaran por su seguridad”. Quizá el mismo que propició las burlas y las carcajadas a los uniformados cuando los vieron replegarse al ser superados y al no poder emplear la fuerza por el acicate posterior de la Comisión de Derechos Humanos. ¡Hoy ya no tiene caso saberlo, pues seguramente, fue el primero en arder!

¿Era lo que hacía falta para erradicar de tajo esta actividad? ¿Se necesitaba el ejemplo para que se desista del robo de gasolina? ¿Era imperiosa la presencia de la parca para que, con su guadaña se pudiera cortar con este negocio llevándose 70 vidas de por medio? ¿Solamente así recordaremos las lecciones que nos daban los abuelos de no tomar lo que no es de uno o bastará con la “cartilla de la moralidad”? ¿De verdad con esto se cerrará el negocio que ha dejado a familias incompletas?

Hoy repito lo que antes dije y que cierta persona me tachó como exageración a través de un correo electrónico, sin embargo, lo sostengo: “¡Triste por mi México, mi México lindo y que herido”.

¡Hasta la próxima!

Escríbame a:

licajimenezmcc@hotmail.com

Y recuerde, para mañana ¡Despierte, no se duerma que será un gran día!

Los medios de comunicación nacionales han dado cuenta de manera puntual de la tragedia ocurrida en el estado de Hidalgo, en la que, hasta el momento de escribir este texto, cerca de 80 personas habrían perdido la vida y un número menor, pero igual de macabro, se encontraba internado en el hospital militar con heridas de gravedad. Lamentable hecho que, sin duda, viene a darle una tonalidad enrojecida a un fenómeno delincuencial que ya presentaba salpicaduras de sangre por los intereses incidían en él.

Fue en el municipio de Tlahuelilpan, ubicado en la entidad que gobierna Omar Fayad y el que, curiosamente, es uno de los más golpeados en materia de economía en esa región, en donde se suscitó este lamentable hecho que ha enlutado a todo el país y que, con suma tristeza, nos remite al dicho que constantemente repetían nuestros abuelos y que reza “Nadie escarmienta en cabeza ajena”.

Esto último lo traigo a colación pues las mismas investigaciones periodísticas y extraoficiales indican que miembros del Ejército Nacional y autoridades locales estuvieron conminando a los residentes del lugar a que se retiraran del ducto del cual estaban extrayendo el combustible, obteniendo, como única respuesta, agresiones de la población civil que los rebasaba en número; minutos después sobrevino la explosión, arrebatando, de manera casi inmediata, la vida de varios “improvisados huachicoleros”, mientras otros huían despavoridos.

¿Por qué lo cito de esta manera? No es mi intención herir los sentimientos de alguien pues, aunque debemos reconocer que es un hecho trágico, también es importante reflexionar en que todas las personas que estaban en ese sitio cometían, con plena conciencia, un delito cuya lucha se ha vuelto un estandarte en la naciente administración de Andrés Manuel López Obrador y, la expresión “comunitaria” de este ilícito estaba por demás de manifiesto al momento de la explosión.

Llama la atención, poderosamente, en una de las pesquisas hechas por un reportero de un medio de impacto nacional, en la que destaca que la llamada realizada al 911 con la que se reportó la fuga de hidrocarburo de una las tomas clandestinas ocurrió a las 17 horas y dos horas después estalló. En tanto que, durante ese lapso, corrió como “reguero de pólvora” entre los habitantes de Tlahuelilpan que había “gasolina gratis” para todos los que fueran, pues alguien había “picado” el ducto y había brotado una enorme fuente del mencionado hidrocarburo.

Más tardó en emerger la gasolina que aquello en llenarse de hombres, mujeres y menores de edad que, mientras reían, jugaban y se bañaban en el peligroso líquido, aprovechaban para llenar todo tipo de recipientes para llevar a casa el producto y venderlo después. Hay quien asegura haber visto a varias personas fumar cerca del punto en el que emergió el chorro incesante del combustible.

El momento de la explosión que quedó grabado en video y circuló rápidamente por las redes sociales, es verdaderamente impresionante. La lengua de fuego se alzó por los cielos y latigueó de derecha a izquierda levantando un infierno entre las zanjas del sembradío que rodeaba lo que parecía ser la gruta que daba acceso al inframundo. Los mismos hombres y mujeres que danzaban jubilosos, corrían envueltos en las llamas lanzando gritos de dolor, mientras que los uniformados expectantes les decían que se tiraran al suelo y rodaran sobre su eje para sofocar el fuego que les rodeaba. Las sonrisas se convirtieron en gestos deformes por el sufrimiento y las carcajadas cambiaron por sollozos.

Sin duda, gran parte de la culpa, fue de los mismos protagonistas que se incitaron entre sí a la práctica riesgosa del saqueo de lo inflamable, a la irresponsable actividad de sustraer lo que, a todas luces, de manera figurada y literal, representaba un albur para sus vidas. Definitivamente en este caso no es el gobierno, ni un hombre, apodo o personaje. Fue la necedad sembrada en la cultura colectiva de nuestra sinrazón la que orilló al hombre a acercarse al riesgo en vez de huir de él.

¿Quién fue el mostrenco que acercó el granate incandescente al combustible? Seguramente el mismo que incitó a lanzarle de pedradas a los militares cuando éstos le gritaban a la población que “se alejaran por su seguridad”. Quizá el mismo que propició las burlas y las carcajadas a los uniformados cuando los vieron replegarse al ser superados y al no poder emplear la fuerza por el acicate posterior de la Comisión de Derechos Humanos. ¡Hoy ya no tiene caso saberlo, pues seguramente, fue el primero en arder!

¿Era lo que hacía falta para erradicar de tajo esta actividad? ¿Se necesitaba el ejemplo para que se desista del robo de gasolina? ¿Era imperiosa la presencia de la parca para que, con su guadaña se pudiera cortar con este negocio llevándose 70 vidas de por medio? ¿Solamente así recordaremos las lecciones que nos daban los abuelos de no tomar lo que no es de uno o bastará con la “cartilla de la moralidad”? ¿De verdad con esto se cerrará el negocio que ha dejado a familias incompletas?

Hoy repito lo que antes dije y que cierta persona me tachó como exageración a través de un correo electrónico, sin embargo, lo sostengo: “¡Triste por mi México, mi México lindo y que herido”.

¡Hasta la próxima!

Escríbame a:

licajimenezmcc@hotmail.com

Y recuerde, para mañana ¡Despierte, no se duerma que será un gran día!