/ viernes 17 de julio de 2020

Con café y a media luz | La libertad de las ideas

Cuando “Calzonzin”, personaje emergido de la imaginación del prolífico monero mexicano Alberto del Río e interpretado magistralmente por Fernando Arau, llega al ficticio “San Garabato de las Tunas” y es confundido con un inspector del Gobierno federal, es abordado de manera inmediata por las autoridades y personalidades del lugar, quienes tratan de complacerlo para evitar ser denunciados por el visitante.

A mitad de la cantina, lugar en el que se desarrolla el encuentro, Don Perpetuo del Rosal, presidente municipal y cacique, le señala a un individuo del fondo que acaba de sufrir un accidente, mientras que le dice: “Permítame presentarle a nuestro ilustre periodista”, a lo que el personaje central de los “Supermachos” contesta en un tono entre sorprendido y apenado: “¡Ah caray, nomás que no traje dinero!”

En esta escena se resume mucho de cierto de la vida del periodista de los cincuentas y hasta buena parte de los noventas.

Cuando la revolución digital inició, la libertad de expresión en México vivió un despertar informativo gracias, principalmente, a la velocidad en la que se transmitían los datos y se interconectaba el mundo, cito con mucho respeto y como mero ejemplo, al caso de la masacre de Aguas Blancas en el estado de Guerrero, con la que se intentó frenar de golpe la insurrección de varios movimientos campesinos que, a la postre, coadyuvaron a la creación y fortalecimiento del EZLN.

Aunque el reporte oficial de los cuerpos policiacos de aquel entonces señaló que los ejidatarios agredieron a las fuerzas civiles y estas se limitaron a repeler el ataque, un video que le dio la vuelta al mundo demostró lo contrario y desmintió al Gobierno estatal y, de refilón, salpicó de rojo al ejercicio del Poder Ejecutivo que era representado por Ernesto Zedillo Ponce de León.

Basta y sobra decir que “los ojos del periodismo mundial” se posaron sobre nuestro país y divulgó, como nunca, lo acontecido.

Hoy, con la llegada de las redes sociales y ante la necesidad del autoempleo, la responsabilidad de informar de manera certera y sobria que caía en los periodistas adscritos a un medio de comunicación consolidado en el entorno empresarial ha empezado a tocar a una nueva figura que, cada vez, cobra mayor presencia en la sociedad mexicana. Me refiero al comunicador independiente.

Muchos, formados en las escuelas profesionales de periodismo y comunicación, algunos otros emergidos del aprendizaje empírico de varios años y unos más, porque los hay, que se erigen a sí mismos como transmisores del hecho informativo por un acto de mera coincidencia y obra de la casualidad del destino, armados con un teléfono inteligente y una cuenta de redes sociales, descubriendo una nueva forma de obtener un ingreso económico.

Los dos primeros, por la formación académica universitaria o las experiencias que dio el oficio a través de su desarrollo, están conscientes de la responsabilidad del acto de informar, conocen de antemano los valores de la nota periodística y son parte fundamental del tratamiento al hecho para que se convierta en noticia. Los últimos, son tendientes –aunque no todos– a explotar de manera impropia el suceso, cayendo sin darse cuenta, en “el amarillismo” y en algunos casos hasta en la desinformación. A la que hoy le han llamado, pomposamente, “infodemia”.

En esta etapa de un México demandante por conocer la verdad que se ha ocultado durante tantos años y anhelante de una transparencia en el ejercicio del poder público en todos los niveles, con la apertura de los gobiernos y de las figuras políticas ante la imperiosa necesidad de demostrar honestidad, aunado a la gratuidad de las redes sociales y los costos cada vez más simbólicos de la tecnología que se pone al alcance de todos, el contexto social se ha vuelto un perfecto escenario para la aparición de los personajes descritos.

De los dos primeros rubros, en nuestra zona, conozco por lo menos a tres que han invertido tiempo, recursos y preparación para conformar una marca empresarial independiente destinada a la producción mediática de carácter informativo, divulgación cultural y de entretenimiento de la masa que hoy consume y procesa los mensajes a través de otros canales distintos a los tradicionales.

A ellos les aplaudo el esfuerzo, la dedicación y el empeño por ganarse la credibilidad de la audiencia y el respeto de las autoridades quienes, en un principio, los consideraron menos importantes por no pertenecer a un medio de comunicación establecido y de renombre y hoy se dan cuenta de la valía de su labor diaria en aras de la verdad, aunque del tercer tópico también ha aparecido un sinnúmero de individuos y con cada día que transcurre hay más.

En este tiempo en el que algunas personas han decidido echarse a cuestas la labor de informar y, como moneda de cambio, se ha puesto en entredicho la labor del periodista y comunicador de profesión que, por preguntar y construir la pieza informativa, se le ha llamado “chayotero” cuando muchas veces ni siquiera se conoce el significado del concepto, es necesario recordar a las partes que inciden –gobierno, sociedad, empíricos, profesionales e improvisados– que se es únicamente intermediario y vehículo de la noticia y, para que esta surja, se indaga el hecho con sus causas y consecuencias y se cuestiona la declaración para que se desarrolle el análisis y la generación de criterio y así se pueda crecer en la transparencia, la pluralidad, el respeto, la tolerancia y la democracia.

Hacerse responsable de la libertad de las ideas no es volverse actor del libertinaje de la información abusando de improperios o de críticas sesgadas y parciales con el objetivo de ganar adeptos. Es volverse el vínculo entre la sociedad y el acontecer que surge de ella. No obstante, a los miembros de la comunidad, aunque no estén de acuerdo, nada les otorga el derecho del insulto, la ofensa o la adjetivación malsana.

Hoy, el ejercicio periodístico es más transparente que nunca por la misma competencia mediática, la aparición de las redes, la velocidad de la información, la preparación de los profesionales, la presencia de improvisados y, principalmente, por la exigencia de la sociedad.

Cada uno es responsable de la libertad de sus ideas, de la construcción de sus palabras y de la divulgación de su voz que lleva noticias, aunque por unos se juzguen a otros, no todos son “chayoteros”.

Cuando “Calzonzin”, personaje emergido de la imaginación del prolífico monero mexicano Alberto del Río e interpretado magistralmente por Fernando Arau, llega al ficticio “San Garabato de las Tunas” y es confundido con un inspector del Gobierno federal, es abordado de manera inmediata por las autoridades y personalidades del lugar, quienes tratan de complacerlo para evitar ser denunciados por el visitante.

A mitad de la cantina, lugar en el que se desarrolla el encuentro, Don Perpetuo del Rosal, presidente municipal y cacique, le señala a un individuo del fondo que acaba de sufrir un accidente, mientras que le dice: “Permítame presentarle a nuestro ilustre periodista”, a lo que el personaje central de los “Supermachos” contesta en un tono entre sorprendido y apenado: “¡Ah caray, nomás que no traje dinero!”

En esta escena se resume mucho de cierto de la vida del periodista de los cincuentas y hasta buena parte de los noventas.

Cuando la revolución digital inició, la libertad de expresión en México vivió un despertar informativo gracias, principalmente, a la velocidad en la que se transmitían los datos y se interconectaba el mundo, cito con mucho respeto y como mero ejemplo, al caso de la masacre de Aguas Blancas en el estado de Guerrero, con la que se intentó frenar de golpe la insurrección de varios movimientos campesinos que, a la postre, coadyuvaron a la creación y fortalecimiento del EZLN.

Aunque el reporte oficial de los cuerpos policiacos de aquel entonces señaló que los ejidatarios agredieron a las fuerzas civiles y estas se limitaron a repeler el ataque, un video que le dio la vuelta al mundo demostró lo contrario y desmintió al Gobierno estatal y, de refilón, salpicó de rojo al ejercicio del Poder Ejecutivo que era representado por Ernesto Zedillo Ponce de León.

Basta y sobra decir que “los ojos del periodismo mundial” se posaron sobre nuestro país y divulgó, como nunca, lo acontecido.

Hoy, con la llegada de las redes sociales y ante la necesidad del autoempleo, la responsabilidad de informar de manera certera y sobria que caía en los periodistas adscritos a un medio de comunicación consolidado en el entorno empresarial ha empezado a tocar a una nueva figura que, cada vez, cobra mayor presencia en la sociedad mexicana. Me refiero al comunicador independiente.

Muchos, formados en las escuelas profesionales de periodismo y comunicación, algunos otros emergidos del aprendizaje empírico de varios años y unos más, porque los hay, que se erigen a sí mismos como transmisores del hecho informativo por un acto de mera coincidencia y obra de la casualidad del destino, armados con un teléfono inteligente y una cuenta de redes sociales, descubriendo una nueva forma de obtener un ingreso económico.

Los dos primeros, por la formación académica universitaria o las experiencias que dio el oficio a través de su desarrollo, están conscientes de la responsabilidad del acto de informar, conocen de antemano los valores de la nota periodística y son parte fundamental del tratamiento al hecho para que se convierta en noticia. Los últimos, son tendientes –aunque no todos– a explotar de manera impropia el suceso, cayendo sin darse cuenta, en “el amarillismo” y en algunos casos hasta en la desinformación. A la que hoy le han llamado, pomposamente, “infodemia”.

En esta etapa de un México demandante por conocer la verdad que se ha ocultado durante tantos años y anhelante de una transparencia en el ejercicio del poder público en todos los niveles, con la apertura de los gobiernos y de las figuras políticas ante la imperiosa necesidad de demostrar honestidad, aunado a la gratuidad de las redes sociales y los costos cada vez más simbólicos de la tecnología que se pone al alcance de todos, el contexto social se ha vuelto un perfecto escenario para la aparición de los personajes descritos.

De los dos primeros rubros, en nuestra zona, conozco por lo menos a tres que han invertido tiempo, recursos y preparación para conformar una marca empresarial independiente destinada a la producción mediática de carácter informativo, divulgación cultural y de entretenimiento de la masa que hoy consume y procesa los mensajes a través de otros canales distintos a los tradicionales.

A ellos les aplaudo el esfuerzo, la dedicación y el empeño por ganarse la credibilidad de la audiencia y el respeto de las autoridades quienes, en un principio, los consideraron menos importantes por no pertenecer a un medio de comunicación establecido y de renombre y hoy se dan cuenta de la valía de su labor diaria en aras de la verdad, aunque del tercer tópico también ha aparecido un sinnúmero de individuos y con cada día que transcurre hay más.

En este tiempo en el que algunas personas han decidido echarse a cuestas la labor de informar y, como moneda de cambio, se ha puesto en entredicho la labor del periodista y comunicador de profesión que, por preguntar y construir la pieza informativa, se le ha llamado “chayotero” cuando muchas veces ni siquiera se conoce el significado del concepto, es necesario recordar a las partes que inciden –gobierno, sociedad, empíricos, profesionales e improvisados– que se es únicamente intermediario y vehículo de la noticia y, para que esta surja, se indaga el hecho con sus causas y consecuencias y se cuestiona la declaración para que se desarrolle el análisis y la generación de criterio y así se pueda crecer en la transparencia, la pluralidad, el respeto, la tolerancia y la democracia.

Hacerse responsable de la libertad de las ideas no es volverse actor del libertinaje de la información abusando de improperios o de críticas sesgadas y parciales con el objetivo de ganar adeptos. Es volverse el vínculo entre la sociedad y el acontecer que surge de ella. No obstante, a los miembros de la comunidad, aunque no estén de acuerdo, nada les otorga el derecho del insulto, la ofensa o la adjetivación malsana.

Hoy, el ejercicio periodístico es más transparente que nunca por la misma competencia mediática, la aparición de las redes, la velocidad de la información, la preparación de los profesionales, la presencia de improvisados y, principalmente, por la exigencia de la sociedad.

Cada uno es responsable de la libertad de sus ideas, de la construcción de sus palabras y de la divulgación de su voz que lleva noticias, aunque por unos se juzguen a otros, no todos son “chayoteros”.