/ viernes 10 de julio de 2020

Con café y a media luz | Se dijo y se cumplió

¡Politólogos, periodistas, analistas y empresarios lo dijeron a través de diversos medios de comunicación, desde que se hizo el aviso! Lo advirtieron y no se equivocaron. Los reporteros que cubren la fuente presidencial cada mañana en el salón “Tesorería” de Palacio Nacional fueron insistentes al lanzar el mismo cuestionamiento una y otra vez, aunque construido de diferentes formas. Al final, ocurrió. El presidente de los Estados Unidos de Norteamérica utilizó la visita y parte del discurso de su homólogo mexicano para beneficio propio. El equipo de campaña de Trump difundió el evento a través de sus plataformas para obtener simpatizantes.

Aunque la respuesta y la postura fueron siempre las mismas, por parte del presidente López y resumidas en una sola frase: “Es una visita de Estado referente a la firma del T – MEC”, todo anunciaba que Donald Trump no la veía de la misma manera, pues para él y su campaña por mantenerse en el poder de la “nación de las barras y las estrellas”, el acercamiento con AMLO representaba un cambio de percepción entre el electorado de ascendencia latina y no solo mexicana.

Curiosamente, entre ambos personajes, el intercambio de elogios fue boyante. En ambos sentidos se escucharon adjetivos como “maravilloso”, “amigo”, “cariñoso” y más, pronunciados de manera literal y otros tantos puestos entrelíneas y envueltos en un decorativo y lustroso papel de diplomacia y, como moño, un ribete coronador de demagogia internacional.

Muy lejano quedó el Donald Trump del 2016 que lanzaba consignas en contra de todo lo que “oliera” a mexicano - porque dejó en claro que, para él, todos los latinos son mexicanos – cuando aseguró que a los Estados Unidos solo llegaba “lo peor” y por eso debía evitarse el paso de más migrantes.

Por ese mismo 2016, aseguró que todos los mexicanos que arribaban a ese país eran “narcotraficantes” y “violadores” en uno de los discursos racistas más crudos e insultantes que se hayan escuchado en la historia contemporánea de la humanidad, agraviando no solo el decoro de los paisanos avecindados en el extranjero sino de los que seguimos viviendo en territorio nacional.

Por aquel entonces, el empresario llegó a la silla presidencial de los Estados Unidos y su discurso no cambió, por el contrario, se enardeció y lo que tanto había prometido se comenzó a concretar en una fastuosa y simbólica realidad: Un muro de concreto que dividiría al continente en dos y que, por si fuera poco, lo pagaría el pueblo de México y el resto de Latinoamérica.

Más tarde vino el intenso programa de repatriación a los ciudadanos ilegales sin importar que estos tuvieran descendencia legal norteamericana. Muchos hijos vieron a sus padres y madres ser expulsados del país que llamaban hogar. Las escenas fueron trágicas y devastadoras. Las imágenes gritaban por sí solas el dolor, la desolación, la desesperación y la angustia de hombres y mujeres que eran obligados a separarse de niños y niñas que quedaban “del otro lado de la frontera”.

Por ese mismo tiempo, hubo un acercamiento del recién electo mandatario con su entonces homólogo Enrique Peña Nieto. Ese acto se sintió, entre varios sectores de la sociedad, como una “puñalada trapera” por parte del mexiquense. Recuerdo con claridad que EPN fue invitado apenas unas semanas después de esta reunión a un programa de análisis periodístico en el que el conductor le exigió un recordatorio maternal al “gringo” de la siguiente manera: “Como ciudadano mexicano le exijo que la próxima vez que vea a Donald Trump le …”.

A lo anterior se negó el expresidente de México, sosteniendo que él no le podía faltar el respeto a Mr. Trump. ¡Esta fue otra de las coyunturas que aprovechó hábilmente López Obrador! Con tres o cuatro discursos que empezaron en el 2017 y un libro titulado “Oye Trump” a mitad del mismo año, la masa pensó que AMLO tenía lo que le faltaba a EPN.

En campaña, AMLO descalificó a EPN por no hacer respetar los derechos humanos de los migrantes y etiquetó a Trump como una “vulgar amenaza” y señaló que, una vez ganada la presidencia de la república, iría a los EUA para construir “El Frente Cívico de la Defensa del Migrante”; “Voy a ir a poner a Trump en su lugar” pechó el originario de Macuspana y esa frase con su respectiva fotografía fue motivo de varias portadas de diarios y revistas en esa mañana de 2017.

En nuestros días, en el que uno busca la reelección y el otro llegó al lugar que tanto anhelaba y a mitad de una pandemia mortífera, ambos tuvieron que usar un cubrebocas, pero no para protegerse del Covid-19, sino para evitar que frases impropias deambularan “sin ton, ni son” en un aparente acto de cordialidad política entre dos naciones.

En los discursos nadie “puso en su lugar” al interlocutor, como tampoco se tocó el tema del muro o del problema migratorio que afecta a ambas naciones; no hubo frente cívico ni en hechos ni en palabras y no hubo adjetivos racistas o detractores; estuvieron ausentes las amenazas vulgares y los violadores ilegales. Por el contrario, todo fue un “maravilloso hermanamiento” plagado de loas y agradecimientos, por una razón sencilla, el contexto cambió.

El mexicano está comprometido y no debe olvidar el favor ante la OPEP, aunque después nos lo cobren a un precio considerable, así como debe recordar el tema de los ventiladores gestionados y al norteamericano le urge que, por el momento, queden en el olvido sus discursos y postura “antilatinos” y que los votantes revivan en sus memorias, el lado humano de tan magnánimo empresario.

A fin de cuentas, la política es igual en todos lados.

Y hasta aquí, pues como decía cierto periodista, “El tiempo apremia y el espacio se agota”.

¡Politólogos, periodistas, analistas y empresarios lo dijeron a través de diversos medios de comunicación, desde que se hizo el aviso! Lo advirtieron y no se equivocaron. Los reporteros que cubren la fuente presidencial cada mañana en el salón “Tesorería” de Palacio Nacional fueron insistentes al lanzar el mismo cuestionamiento una y otra vez, aunque construido de diferentes formas. Al final, ocurrió. El presidente de los Estados Unidos de Norteamérica utilizó la visita y parte del discurso de su homólogo mexicano para beneficio propio. El equipo de campaña de Trump difundió el evento a través de sus plataformas para obtener simpatizantes.

Aunque la respuesta y la postura fueron siempre las mismas, por parte del presidente López y resumidas en una sola frase: “Es una visita de Estado referente a la firma del T – MEC”, todo anunciaba que Donald Trump no la veía de la misma manera, pues para él y su campaña por mantenerse en el poder de la “nación de las barras y las estrellas”, el acercamiento con AMLO representaba un cambio de percepción entre el electorado de ascendencia latina y no solo mexicana.

Curiosamente, entre ambos personajes, el intercambio de elogios fue boyante. En ambos sentidos se escucharon adjetivos como “maravilloso”, “amigo”, “cariñoso” y más, pronunciados de manera literal y otros tantos puestos entrelíneas y envueltos en un decorativo y lustroso papel de diplomacia y, como moño, un ribete coronador de demagogia internacional.

Muy lejano quedó el Donald Trump del 2016 que lanzaba consignas en contra de todo lo que “oliera” a mexicano - porque dejó en claro que, para él, todos los latinos son mexicanos – cuando aseguró que a los Estados Unidos solo llegaba “lo peor” y por eso debía evitarse el paso de más migrantes.

Por ese mismo 2016, aseguró que todos los mexicanos que arribaban a ese país eran “narcotraficantes” y “violadores” en uno de los discursos racistas más crudos e insultantes que se hayan escuchado en la historia contemporánea de la humanidad, agraviando no solo el decoro de los paisanos avecindados en el extranjero sino de los que seguimos viviendo en territorio nacional.

Por aquel entonces, el empresario llegó a la silla presidencial de los Estados Unidos y su discurso no cambió, por el contrario, se enardeció y lo que tanto había prometido se comenzó a concretar en una fastuosa y simbólica realidad: Un muro de concreto que dividiría al continente en dos y que, por si fuera poco, lo pagaría el pueblo de México y el resto de Latinoamérica.

Más tarde vino el intenso programa de repatriación a los ciudadanos ilegales sin importar que estos tuvieran descendencia legal norteamericana. Muchos hijos vieron a sus padres y madres ser expulsados del país que llamaban hogar. Las escenas fueron trágicas y devastadoras. Las imágenes gritaban por sí solas el dolor, la desolación, la desesperación y la angustia de hombres y mujeres que eran obligados a separarse de niños y niñas que quedaban “del otro lado de la frontera”.

Por ese mismo tiempo, hubo un acercamiento del recién electo mandatario con su entonces homólogo Enrique Peña Nieto. Ese acto se sintió, entre varios sectores de la sociedad, como una “puñalada trapera” por parte del mexiquense. Recuerdo con claridad que EPN fue invitado apenas unas semanas después de esta reunión a un programa de análisis periodístico en el que el conductor le exigió un recordatorio maternal al “gringo” de la siguiente manera: “Como ciudadano mexicano le exijo que la próxima vez que vea a Donald Trump le …”.

A lo anterior se negó el expresidente de México, sosteniendo que él no le podía faltar el respeto a Mr. Trump. ¡Esta fue otra de las coyunturas que aprovechó hábilmente López Obrador! Con tres o cuatro discursos que empezaron en el 2017 y un libro titulado “Oye Trump” a mitad del mismo año, la masa pensó que AMLO tenía lo que le faltaba a EPN.

En campaña, AMLO descalificó a EPN por no hacer respetar los derechos humanos de los migrantes y etiquetó a Trump como una “vulgar amenaza” y señaló que, una vez ganada la presidencia de la república, iría a los EUA para construir “El Frente Cívico de la Defensa del Migrante”; “Voy a ir a poner a Trump en su lugar” pechó el originario de Macuspana y esa frase con su respectiva fotografía fue motivo de varias portadas de diarios y revistas en esa mañana de 2017.

En nuestros días, en el que uno busca la reelección y el otro llegó al lugar que tanto anhelaba y a mitad de una pandemia mortífera, ambos tuvieron que usar un cubrebocas, pero no para protegerse del Covid-19, sino para evitar que frases impropias deambularan “sin ton, ni son” en un aparente acto de cordialidad política entre dos naciones.

En los discursos nadie “puso en su lugar” al interlocutor, como tampoco se tocó el tema del muro o del problema migratorio que afecta a ambas naciones; no hubo frente cívico ni en hechos ni en palabras y no hubo adjetivos racistas o detractores; estuvieron ausentes las amenazas vulgares y los violadores ilegales. Por el contrario, todo fue un “maravilloso hermanamiento” plagado de loas y agradecimientos, por una razón sencilla, el contexto cambió.

El mexicano está comprometido y no debe olvidar el favor ante la OPEP, aunque después nos lo cobren a un precio considerable, así como debe recordar el tema de los ventiladores gestionados y al norteamericano le urge que, por el momento, queden en el olvido sus discursos y postura “antilatinos” y que los votantes revivan en sus memorias, el lado humano de tan magnánimo empresario.

A fin de cuentas, la política es igual en todos lados.

Y hasta aquí, pues como decía cierto periodista, “El tiempo apremia y el espacio se agota”.