/ domingo 22 de noviembre de 2020

Café Cultura | De nuestra historia

La Revolución Mexicana inició el mismo año del Centenario de la Independencia, 1910. Surgida de una urgente necesidad de reformas, se gestó en un frente antepuesto que involucró prácticamente a todos los sectores de la sociedad, contra la dictadura del general Porfirio Díaz quien insistía en la reelección, pese al movimiento encabezado por Francisco I. Madero. El absolutismo estimuló este proyecto político de los opositores: la subordinación y los abusos constantes impelieron al campesinado a exigir la propiedad de la tierra, y a los obreros a asociarse en pro de sus derechos.

Esta lucha contra el porfirismo se extendió de junio de 1910 a mayo de 1911, cuando el general Díaz se vio obligado a renunciar. Madero subió al poder y permaneció en él de diciembre de 1911 a febrero de 1913, siendo asesinado por órdenes de Huerta, quien pasó a manejar el país de marzo de 1913 a julio de 1914 en que renuncia, viniendo detrás, como sucede en todas las revoluciones, la pugna entre los líderes que aspiraban al mando supremo. Las voces populares dicen que Villa se lanzó contra el Constitucionalismo encabezado por Carranza, quien en 1919 mandó matar a Zapata, cayendo después asesinado en 1920 por órdenes de Obregón, cuya muerte en 1927 fue ocasionada por maniobras de Calles, con quien había dispuesto el asesinato de Villa en 1923.

A vuelapluma, este es el escenario de la Revolución Mexicana en el que adquiere relevancia el personaje de Pancho Villa, el Napoleón bandido, llamado así por el magnate del periodismo norteamericano William Hearst quien, dada su calaña, encontró en el guerrillero un filón de aventuras que explotar, alcanzando Villa mayor renombre en Europa al saberse de su ataque a Columbus (aunque los europeos ignoraran qué tipo de población era Columbus), y cobrara por ello gran fama Villa en el país vecino.

Al ser deplorable la justicia bajo la dictadura del general Díaz, algunos gobiernos habían nombrado como jefes políticos a hombres de dudosa reputación que se contentaron creando un caciquismo tradicional. Villa, entretanto, llevaba en Chihuahua una vida ambivalente al desempeñarse en forma legal como un arriero de gran talento digno de confianza, y por otra parte dedicado al abigeato, actividad que en ese estado no era mal vista por creerse que los cuatreros solo cobraban a los propietarios lo que por derecho les pertenecía. Pero aquí Villa no tenía familia; no tenía educación ni arrastre popular ni nada. Por ello es fácil entender su adhesión al movimiento armado, sin contar la persecución de que era objeto por parte de las autoridades de su natal Durango, luego de huir tras la supuesta defensa de su hermana por un asunto familiar.

LA TIERRA. Es bien sabido que los cuatrocientos años que siguieron a la Conquista, fueron de sometimiento para los pueblos indígenas agrarios. Y que tras la caída de Porfirio Díaz, surgió este movimiento anti-reelección en el que los criollos no eran ya una fuerza histórica que pudiera encarnar la nacionalidad mexicana. En el Plan de San Luis, Francisco I. Madero plantea el regreso de las tierras a sus antiguos dueños. Y mientras arribaba Madero a la silla presidencial, al sur de la capital mexicana, entre las plantaciones de azúcar del montañoso estado de Morelos, un agricultor mestizo de Anenecuilco, “hombre de silencios” robusto y de rostro oscuro, proclamaba la reforma agraria. Era Emiliano Zapata, esperanza y luz de proletarios y campesinos a quienes leía manifiestos en la antigua lengua náhuatl, últimos documentos públicos de la historia de México así escritos. Y Zapata decía: “¡Notlác ximomanca! ¡Uníos a nosotros! Nuestra bandera pertenece al pueblo. Lucharemos juntos. Esta es nuestra gran obra que ofreceremos a nuestra venerada madre, la patria. Si trabajamos por la unidad lograremos nuestro objetivo: ¡tierra, libertad, justicia! No descansaremos hasta recuperar nuestras tierras, las que pertenecieron a nuestros abuelos, y que los codiciosos ladrones nos robaron”. Nuestra venerada madre la patria era para el sureño la Madre Tierra. La que han reverenciado los griegos y los rusos; la tierra venerada en todos los pueblos; la figura de la Madre Creadora que ha reinado en el universo en todo tiempo

Y alcanzó la figura de Emiliano Zapata una fuerza innegable. Aun rondado por Carranza, Zapata reconoció en Villa al único dirigente revolucionario con quien podrá compartir sus ideales agrarios, pese a que los episodios de la Revolución lo refieran como un dirigente controvertido que suscitó en la prensa mexicana contradictorias emociones, apenas consumado su asesinato: Omega le llamó “gorila y troglodita [...] un canalla cuya degeneración es una mancha más para el caudillaje revolucionario”. El Demócrata publicó: “Para quienes eran despojados por el amo, Villa era la justicia; para aquellos cuya sangre hervía aún por el ultraje del 47, Villa era el alma de México frente a Pershing; para quienes especulan con la tierra y con la sangre, Villa era un bandido y un monstruo”.

En su libro, Biografía de un Dios Mexicano, Neil Baldwing cita a Octavio Paz: “Como mito político [...] en la imaginación popular, muchos de nuestros héroes no son solo traducciones de Quetzalcóalt. Son, en realidad, traducciones inconscientes. Esto es significativo, porque el tema del mito de Quetzalcóalt es la legitimización del poder.” Y Baldwing escribe que en el accidentado territorio que rodea a Cuernavaca, a cuatrocientos años de la Conquista, la gente sigue diciendo que cuando el viento sopla, se oye a lo lejos el grito luctuoso del alma de aquel que había hablado al pueblo en esa vieja lengua de Ehécatl...

Historiadas estas imágenes, muchos argumentarán con sobrada razón que la Revolución Mexicana tuvo muy altos representantes dignos de mención. Y si bien, para algunos, Villa y especialmente Zapata fueron figuras míticas, muy pocos podrán negar que junto con Juárez, estos dos líderes revolucionarios son quizá los personajes mejor conocidos de la Historia de México, teniendo Villa, a diferencia de Zapata, la GRAN FORTUNA de recibir los lauros de Martín Luis Guzmán, quien con su pluma prolongó la figura del llamado Caudillo del Norte...

amparo.gberumen@gmail.com

Aun rondado por Carranza, Zapata reconoció en Villa al único dirigente revolucionario con quien podrá compartir sus ideales agrarios

La Revolución Mexicana inició el mismo año del Centenario de la Independencia, 1910. Surgida de una urgente necesidad de reformas, se gestó en un frente antepuesto que involucró prácticamente a todos los sectores de la sociedad, contra la dictadura del general Porfirio Díaz quien insistía en la reelección, pese al movimiento encabezado por Francisco I. Madero. El absolutismo estimuló este proyecto político de los opositores: la subordinación y los abusos constantes impelieron al campesinado a exigir la propiedad de la tierra, y a los obreros a asociarse en pro de sus derechos.

Esta lucha contra el porfirismo se extendió de junio de 1910 a mayo de 1911, cuando el general Díaz se vio obligado a renunciar. Madero subió al poder y permaneció en él de diciembre de 1911 a febrero de 1913, siendo asesinado por órdenes de Huerta, quien pasó a manejar el país de marzo de 1913 a julio de 1914 en que renuncia, viniendo detrás, como sucede en todas las revoluciones, la pugna entre los líderes que aspiraban al mando supremo. Las voces populares dicen que Villa se lanzó contra el Constitucionalismo encabezado por Carranza, quien en 1919 mandó matar a Zapata, cayendo después asesinado en 1920 por órdenes de Obregón, cuya muerte en 1927 fue ocasionada por maniobras de Calles, con quien había dispuesto el asesinato de Villa en 1923.

A vuelapluma, este es el escenario de la Revolución Mexicana en el que adquiere relevancia el personaje de Pancho Villa, el Napoleón bandido, llamado así por el magnate del periodismo norteamericano William Hearst quien, dada su calaña, encontró en el guerrillero un filón de aventuras que explotar, alcanzando Villa mayor renombre en Europa al saberse de su ataque a Columbus (aunque los europeos ignoraran qué tipo de población era Columbus), y cobrara por ello gran fama Villa en el país vecino.

Al ser deplorable la justicia bajo la dictadura del general Díaz, algunos gobiernos habían nombrado como jefes políticos a hombres de dudosa reputación que se contentaron creando un caciquismo tradicional. Villa, entretanto, llevaba en Chihuahua una vida ambivalente al desempeñarse en forma legal como un arriero de gran talento digno de confianza, y por otra parte dedicado al abigeato, actividad que en ese estado no era mal vista por creerse que los cuatreros solo cobraban a los propietarios lo que por derecho les pertenecía. Pero aquí Villa no tenía familia; no tenía educación ni arrastre popular ni nada. Por ello es fácil entender su adhesión al movimiento armado, sin contar la persecución de que era objeto por parte de las autoridades de su natal Durango, luego de huir tras la supuesta defensa de su hermana por un asunto familiar.

LA TIERRA. Es bien sabido que los cuatrocientos años que siguieron a la Conquista, fueron de sometimiento para los pueblos indígenas agrarios. Y que tras la caída de Porfirio Díaz, surgió este movimiento anti-reelección en el que los criollos no eran ya una fuerza histórica que pudiera encarnar la nacionalidad mexicana. En el Plan de San Luis, Francisco I. Madero plantea el regreso de las tierras a sus antiguos dueños. Y mientras arribaba Madero a la silla presidencial, al sur de la capital mexicana, entre las plantaciones de azúcar del montañoso estado de Morelos, un agricultor mestizo de Anenecuilco, “hombre de silencios” robusto y de rostro oscuro, proclamaba la reforma agraria. Era Emiliano Zapata, esperanza y luz de proletarios y campesinos a quienes leía manifiestos en la antigua lengua náhuatl, últimos documentos públicos de la historia de México así escritos. Y Zapata decía: “¡Notlác ximomanca! ¡Uníos a nosotros! Nuestra bandera pertenece al pueblo. Lucharemos juntos. Esta es nuestra gran obra que ofreceremos a nuestra venerada madre, la patria. Si trabajamos por la unidad lograremos nuestro objetivo: ¡tierra, libertad, justicia! No descansaremos hasta recuperar nuestras tierras, las que pertenecieron a nuestros abuelos, y que los codiciosos ladrones nos robaron”. Nuestra venerada madre la patria era para el sureño la Madre Tierra. La que han reverenciado los griegos y los rusos; la tierra venerada en todos los pueblos; la figura de la Madre Creadora que ha reinado en el universo en todo tiempo

Y alcanzó la figura de Emiliano Zapata una fuerza innegable. Aun rondado por Carranza, Zapata reconoció en Villa al único dirigente revolucionario con quien podrá compartir sus ideales agrarios, pese a que los episodios de la Revolución lo refieran como un dirigente controvertido que suscitó en la prensa mexicana contradictorias emociones, apenas consumado su asesinato: Omega le llamó “gorila y troglodita [...] un canalla cuya degeneración es una mancha más para el caudillaje revolucionario”. El Demócrata publicó: “Para quienes eran despojados por el amo, Villa era la justicia; para aquellos cuya sangre hervía aún por el ultraje del 47, Villa era el alma de México frente a Pershing; para quienes especulan con la tierra y con la sangre, Villa era un bandido y un monstruo”.

En su libro, Biografía de un Dios Mexicano, Neil Baldwing cita a Octavio Paz: “Como mito político [...] en la imaginación popular, muchos de nuestros héroes no son solo traducciones de Quetzalcóalt. Son, en realidad, traducciones inconscientes. Esto es significativo, porque el tema del mito de Quetzalcóalt es la legitimización del poder.” Y Baldwing escribe que en el accidentado territorio que rodea a Cuernavaca, a cuatrocientos años de la Conquista, la gente sigue diciendo que cuando el viento sopla, se oye a lo lejos el grito luctuoso del alma de aquel que había hablado al pueblo en esa vieja lengua de Ehécatl...

Historiadas estas imágenes, muchos argumentarán con sobrada razón que la Revolución Mexicana tuvo muy altos representantes dignos de mención. Y si bien, para algunos, Villa y especialmente Zapata fueron figuras míticas, muy pocos podrán negar que junto con Juárez, estos dos líderes revolucionarios son quizá los personajes mejor conocidos de la Historia de México, teniendo Villa, a diferencia de Zapata, la GRAN FORTUNA de recibir los lauros de Martín Luis Guzmán, quien con su pluma prolongó la figura del llamado Caudillo del Norte...

amparo.gberumen@gmail.com

Aun rondado por Carranza, Zapata reconoció en Villa al único dirigente revolucionario con quien podrá compartir sus ideales agrarios