/ domingo 25 de abril de 2021

Café Cultura | El acto de leer

Dedico estas líneas a mi hermoso Padre.

En los muy diversos puntos del planeta se realiza y motiva el acto de leer a través de ferias, recitales literarios, en homenajes a escritores, con visitas a las bibliotecas y, por supuesto, se solemniza la lectura en los entornos íntimos. El Día Internacional del Libro se conmemora cada año el 23 de abril, fecha promulgada por la UNESCO en 1995 a fin de honrar el fallecimiento de Cervantes, Shakespeare, y el inca Garcilaso de la Vega.

A propósito de los citados actos y celebraciones, recordaba con beneplácito aquella edición de El costo de leer y otros ensayos que en 2004 auspició el CONACULTA, con un tiraje de diez mil ejemplares repartidos en forma gratuita, para festejar los setenta años de Don Gabriel Zaid.

Usted recordará que un hecho similar se dio también por el festejo de los cincuenta años de El llano en llamas de Juan Rulfo, de cuya edición en formato tabloide y papel periódico se hizo cargo La Jornada.

Producto de un ambicioso proyecto literario, podía encontrarse en el puesto de periódicos esta obra rulfiana, y otras que verían la luz bajo diversas predicciones, a saber: “Imagínate, sales del cine y está lloviendo. Así que vas al puesto de periódicos, compras por ejemplo Cien años de soledad de García Márquez, y te tapas con él de la lluvia”.

Este experimento editorial se echó a volar en un territorio de 2 millones de kilómetros cuadrados en el que existen muy pocas librerías, con el noble intento de revertir los factores que en alta medida nos han convertido en un país audiovisual…

Con esto y más, hoy nos seguimos preguntando cuál ha sido la influencia del libro en nuestra cultura mexicana. Pocos ignoran que las estadísticas oficiales han distanciado a nuestro país de la lectura.

Entre otras razones puede aducirse que, dado el lastre educacional, un gran porcentaje de universitarios la excluyen... No en vano se ha dicho que la educación no debe limitarse a la transmisión del conocimiento, sino que implica un proceso de formación de la conciencia individual en el que tiene un lugar privativo el acto de leer. Y que sea preparado el alumno para la vida partiendo de la vida; que sea preparado para dialogar con la realidad y para conocer y discutir los problemas sociales con un lenguaje propio, claro y sencillo.

El acto de leer ennoblece el espíritu y lleva a quien lo practica a su desarrollo intelectual. Lo lleva a participar en la comunidad y a buscar su transformación.

Aquí puede venir a modo aquella hipótesis de formato evangélico, aproximación al texto bíblico de la semilla de mostaza, que reza lo siguiente:

“La semilla se arroja y en parte se pierde, pero unos pocos escogidos, de los muchos llamados, transformarán su vida y la de otro multiplicando la influencia. Así se extienden las ideas, sobre todo si llegan a penetrar a quienes tienen el poder.

Así se establece un diálogo o tradición a través del espacio y de los siglos, y algunos análisis de Aristóteles imprimen su carácter en las lenguas europeas, y moldean las categorías mentales de cientos de millones que ni siquiera han leído a Aristóteles…”

En mayo de 1978, el inolvidable Jorge Luis Borges volvió a emocionar al mundo con estas, sus sabias palabras: “De los diversos instrumentos del hombre, el más asombroso es, sin duda, el libro. Los demás son extensiones de su cuerpo. El microscopio, el telescopio, son extensiones de su vista; el teléfono es extensión de la voz; luego tenemos el arado y la espada, extensiones de su brazo. Pero el libro es otra cosa: el libro es una extensión de la memoria y de la imaginación”.

En su obra Los demasiados libros, el maestro Zaid anota: “La gente que quisiera ser culta va con temor a las librerías, se marea ante la inmensidad de todo lo que no ha leído, compra algo que le han dicho que es bueno, hace el intento de leerlo, sin éxito, y cuando tiene ya media docena sin leer, se siente tan mal que no se atreve a comprar otros.

En cambio, la gente verdaderamente culta es capaz de tener en su casa miles de libros que no ha leído, sin perder el aplomo, ni el deseo de más”.

En la escena de estos discernimientos librescos, seguirán descollando los esfuerzos por esparcir en nuestro suelo la semilla de la lectura. Por difundir la figura del libro receptáculo de la memoria.

¿Quién no recuerda en las grandes cruzadas por la cultura en nuestro país, la incólume figura de un Vasconcelos imbuyendo en cada mexicano la herencia del pensamiento?

No olvidemos que el comer y el saber son necesidades esenciales que juntas constituyen y dan sentido a la supervivencia. Si el universo subjetivo–imaginativo no se alimenta, erraremos desvinculados a nuestros orígenes, e iremos sin escapatoria al ostracismo en el que se encuentran la mayoría de nuestros políticos.

amparo.gberumen@gmail.com

Dedico estas líneas a mi hermoso Padre.

En los muy diversos puntos del planeta se realiza y motiva el acto de leer a través de ferias, recitales literarios, en homenajes a escritores, con visitas a las bibliotecas y, por supuesto, se solemniza la lectura en los entornos íntimos. El Día Internacional del Libro se conmemora cada año el 23 de abril, fecha promulgada por la UNESCO en 1995 a fin de honrar el fallecimiento de Cervantes, Shakespeare, y el inca Garcilaso de la Vega.

A propósito de los citados actos y celebraciones, recordaba con beneplácito aquella edición de El costo de leer y otros ensayos que en 2004 auspició el CONACULTA, con un tiraje de diez mil ejemplares repartidos en forma gratuita, para festejar los setenta años de Don Gabriel Zaid.

Usted recordará que un hecho similar se dio también por el festejo de los cincuenta años de El llano en llamas de Juan Rulfo, de cuya edición en formato tabloide y papel periódico se hizo cargo La Jornada.

Producto de un ambicioso proyecto literario, podía encontrarse en el puesto de periódicos esta obra rulfiana, y otras que verían la luz bajo diversas predicciones, a saber: “Imagínate, sales del cine y está lloviendo. Así que vas al puesto de periódicos, compras por ejemplo Cien años de soledad de García Márquez, y te tapas con él de la lluvia”.

Este experimento editorial se echó a volar en un territorio de 2 millones de kilómetros cuadrados en el que existen muy pocas librerías, con el noble intento de revertir los factores que en alta medida nos han convertido en un país audiovisual…

Con esto y más, hoy nos seguimos preguntando cuál ha sido la influencia del libro en nuestra cultura mexicana. Pocos ignoran que las estadísticas oficiales han distanciado a nuestro país de la lectura.

Entre otras razones puede aducirse que, dado el lastre educacional, un gran porcentaje de universitarios la excluyen... No en vano se ha dicho que la educación no debe limitarse a la transmisión del conocimiento, sino que implica un proceso de formación de la conciencia individual en el que tiene un lugar privativo el acto de leer. Y que sea preparado el alumno para la vida partiendo de la vida; que sea preparado para dialogar con la realidad y para conocer y discutir los problemas sociales con un lenguaje propio, claro y sencillo.

El acto de leer ennoblece el espíritu y lleva a quien lo practica a su desarrollo intelectual. Lo lleva a participar en la comunidad y a buscar su transformación.

Aquí puede venir a modo aquella hipótesis de formato evangélico, aproximación al texto bíblico de la semilla de mostaza, que reza lo siguiente:

“La semilla se arroja y en parte se pierde, pero unos pocos escogidos, de los muchos llamados, transformarán su vida y la de otro multiplicando la influencia. Así se extienden las ideas, sobre todo si llegan a penetrar a quienes tienen el poder.

Así se establece un diálogo o tradición a través del espacio y de los siglos, y algunos análisis de Aristóteles imprimen su carácter en las lenguas europeas, y moldean las categorías mentales de cientos de millones que ni siquiera han leído a Aristóteles…”

En mayo de 1978, el inolvidable Jorge Luis Borges volvió a emocionar al mundo con estas, sus sabias palabras: “De los diversos instrumentos del hombre, el más asombroso es, sin duda, el libro. Los demás son extensiones de su cuerpo. El microscopio, el telescopio, son extensiones de su vista; el teléfono es extensión de la voz; luego tenemos el arado y la espada, extensiones de su brazo. Pero el libro es otra cosa: el libro es una extensión de la memoria y de la imaginación”.

En su obra Los demasiados libros, el maestro Zaid anota: “La gente que quisiera ser culta va con temor a las librerías, se marea ante la inmensidad de todo lo que no ha leído, compra algo que le han dicho que es bueno, hace el intento de leerlo, sin éxito, y cuando tiene ya media docena sin leer, se siente tan mal que no se atreve a comprar otros.

En cambio, la gente verdaderamente culta es capaz de tener en su casa miles de libros que no ha leído, sin perder el aplomo, ni el deseo de más”.

En la escena de estos discernimientos librescos, seguirán descollando los esfuerzos por esparcir en nuestro suelo la semilla de la lectura. Por difundir la figura del libro receptáculo de la memoria.

¿Quién no recuerda en las grandes cruzadas por la cultura en nuestro país, la incólume figura de un Vasconcelos imbuyendo en cada mexicano la herencia del pensamiento?

No olvidemos que el comer y el saber son necesidades esenciales que juntas constituyen y dan sentido a la supervivencia. Si el universo subjetivo–imaginativo no se alimenta, erraremos desvinculados a nuestros orígenes, e iremos sin escapatoria al ostracismo en el que se encuentran la mayoría de nuestros políticos.

amparo.gberumen@gmail.com