/ domingo 5 de junio de 2022

Café Cultura | El más mediático y peregrino

Lo que vamos a hacer es mantener la esperanza viva,

porque sin ella nos hundiremos.

John Lennon.

Estos días de agitación política en México y la falta de un liderazgo nacional me han llevado inexorablemente a pensar en las grandes figuras universales. A recordar el día en que líderes y fieles del mundo dieron su último adiós a Juan Pablo II. Aun en sus funerales, Karol Wojtyla seguía siendo un personaje singularísimo: a sus honras fúnebres acudieron casi doscientos mandatarios, dirigentes políticos y religiosos cuyos estados y credos nunca estuvieron representados a tan alto nivel en exequias papales previas. Asistieron regentes de las iglesias ortodoxa y apostólica de Armenia; los presidentes de Irán y Siria; el canciller de Israel acompañado de un Rabino... Porque al margen de lo religioso, en disímbolas visiones Juan Pablo II entabló un diálogo leal con jefes de Estado y gobiernos en todo el mundo.

En su testamento, escrito en polaco en lenguaje íntimo, reflexiona sobre la Religión, la Iglesia, la Política: “No dejo detrás ninguna propiedad de la que haya que disponer. En cuanto a las cosas de uso cotidiano que me sirvieron, pido que se distribuyan como se considere oportuno. Que se quemen las notas personales...”

Estas imágenes han traído también a mi memoria la figura de Gandhi, aquel joven universitario indio de férreo espíritu nacionalista, que volviera a su patria con un bagaje de tendencia europea. Inspirado en Tolstói –cuya pasión por las ciencias no destruyó su interés en la formación del espíritu y el enriquecimiento de la memoria–, Gandhi encauza su vida a favor de un universo de Paz y Amor. En el Nuevo Testamento encontró la “no-violencia”, y en el Corán la luz que a sus ojos abrió otros pasajes, lo que explica que en la dogmática gandhiana no se halle fielmente ilustrada la tradición hindú. En su movimiento de autogobierno, Gandhi utilizó la rueca como significación de la vida sencilla en India y recrea la industria autóctona en el hilado a mano. El Mahatma que nunca desmayó en su campaña a favor de los derechos de los indios residentes en Sudáfrica, encontró la muerte cuando al salir de su casa se dirigía a hacer oración.

Y como lo hiciera el entrañable adalid indio, el polaco Juan Pablo II se embebió en la defensa de los derechos humanos. A su réquiem asistieron unos cuatro millones de fieles que casi duplicaron la población de Roma. Y los habitantes de todas las culturas y todos los credos en el mundo atestiguaron por la televisión los actos ceremoniales. Leamos un fragmento del poema Las gotas de una lluvia primaveral, de Karol Jozef Wojtyla, es decir, de Juan Pablo II:

Contempla esas gotas de la lluvia reciente,

el verdor primaveral de las hojas en ellas se concentra;

todas las hojas, bajo el peso de las gotas

desbordan sus límites.

Tus ojos se inundan de maravillas.

¿Conoces, sin embargo, el fondo de tu pensamiento?

En vano quieres acallarlo...

Es por el pensamiento como llegas tan adentro

del esplendor de las cosas,

y en ti mismo debes abrirle

siempre mayormente, el espacio...

“Me voy, pero no me voy”, dijo Juan Pablo II al despedirse de México. Y se fue, pero no se fue. Cómo podría haberse ido aquel que en el prójimo encontró sentido a su propia existencia; aquel que agradeció a todos y a todos pidió perdón. Su inédito pontificado quedará inscrito en la memoria. En el entendimiento. En el pensamiento por donde se llega tan adentro del esplendor de las cosas, dice el poema.

amparo.gberumen@gmail.com

Lo que vamos a hacer es mantener la esperanza viva,

porque sin ella nos hundiremos.

John Lennon.

Estos días de agitación política en México y la falta de un liderazgo nacional me han llevado inexorablemente a pensar en las grandes figuras universales. A recordar el día en que líderes y fieles del mundo dieron su último adiós a Juan Pablo II. Aun en sus funerales, Karol Wojtyla seguía siendo un personaje singularísimo: a sus honras fúnebres acudieron casi doscientos mandatarios, dirigentes políticos y religiosos cuyos estados y credos nunca estuvieron representados a tan alto nivel en exequias papales previas. Asistieron regentes de las iglesias ortodoxa y apostólica de Armenia; los presidentes de Irán y Siria; el canciller de Israel acompañado de un Rabino... Porque al margen de lo religioso, en disímbolas visiones Juan Pablo II entabló un diálogo leal con jefes de Estado y gobiernos en todo el mundo.

En su testamento, escrito en polaco en lenguaje íntimo, reflexiona sobre la Religión, la Iglesia, la Política: “No dejo detrás ninguna propiedad de la que haya que disponer. En cuanto a las cosas de uso cotidiano que me sirvieron, pido que se distribuyan como se considere oportuno. Que se quemen las notas personales...”

Estas imágenes han traído también a mi memoria la figura de Gandhi, aquel joven universitario indio de férreo espíritu nacionalista, que volviera a su patria con un bagaje de tendencia europea. Inspirado en Tolstói –cuya pasión por las ciencias no destruyó su interés en la formación del espíritu y el enriquecimiento de la memoria–, Gandhi encauza su vida a favor de un universo de Paz y Amor. En el Nuevo Testamento encontró la “no-violencia”, y en el Corán la luz que a sus ojos abrió otros pasajes, lo que explica que en la dogmática gandhiana no se halle fielmente ilustrada la tradición hindú. En su movimiento de autogobierno, Gandhi utilizó la rueca como significación de la vida sencilla en India y recrea la industria autóctona en el hilado a mano. El Mahatma que nunca desmayó en su campaña a favor de los derechos de los indios residentes en Sudáfrica, encontró la muerte cuando al salir de su casa se dirigía a hacer oración.

Y como lo hiciera el entrañable adalid indio, el polaco Juan Pablo II se embebió en la defensa de los derechos humanos. A su réquiem asistieron unos cuatro millones de fieles que casi duplicaron la población de Roma. Y los habitantes de todas las culturas y todos los credos en el mundo atestiguaron por la televisión los actos ceremoniales. Leamos un fragmento del poema Las gotas de una lluvia primaveral, de Karol Jozef Wojtyla, es decir, de Juan Pablo II:

Contempla esas gotas de la lluvia reciente,

el verdor primaveral de las hojas en ellas se concentra;

todas las hojas, bajo el peso de las gotas

desbordan sus límites.

Tus ojos se inundan de maravillas.

¿Conoces, sin embargo, el fondo de tu pensamiento?

En vano quieres acallarlo...

Es por el pensamiento como llegas tan adentro

del esplendor de las cosas,

y en ti mismo debes abrirle

siempre mayormente, el espacio...

“Me voy, pero no me voy”, dijo Juan Pablo II al despedirse de México. Y se fue, pero no se fue. Cómo podría haberse ido aquel que en el prójimo encontró sentido a su propia existencia; aquel que agradeció a todos y a todos pidió perdón. Su inédito pontificado quedará inscrito en la memoria. En el entendimiento. En el pensamiento por donde se llega tan adentro del esplendor de las cosas, dice el poema.

amparo.gberumen@gmail.com