/ domingo 14 de febrero de 2021

Café Cultura | La fiesta inolvidable

Hace poco recordaba que a propósito de las celebraciones por los ochenta años de Gabriel García Márquez, los cuarenta de la primera edición de Cien Años de Soledad, y los veinticinco desde que Gabo recibiera el Nobel, las Academias de la Lengua en los países de habla hispana sacaron a la luz una edición popular de esta obra que reproduce, en sus 47 millones de ejemplares, la oralidad de la Abuela esparcida en el aire letárgico para decir que el hombre es igual en todos los ámbitos.

Esta iniciativa surgió de la Academia Colombiana de la Lengua, por tener el feliz referente de la edición con que la Real Academia de la Lengua Española y la Asociación de Academias de la Lengua, habían celebrado los cuatrocientos años del Quijote con 2.6 millones de ejemplares vendidos y, de estos, 2.1 millones en América.

Como parte de las celebraciones, la edición fue presentada en el IV Congreso Internacional de la Lengua Española, realizado del 26 al 29 de marzo de 2007 en la ciudad colombiana de Cartagena de Indias. Y al leer la novela hace poco por primera vez, porque cada vez que la he leído se renueva y me renueva, y al poblarse de mariposas amarillas mi cabeza y prefigurarse en mi aura olorosos ramos de rosas amarillas, aparecen vigentes sin que quiera evitarlo, los retratos de aquella reunión que hace dieciocho años ofreciera mi amiga Magdalena Rodríguez, allá en el Siqueiros Piano-Bar junto al Polyforum, en la Ciudad de México. Punto de encuentro cuyos muros se han convertido en galería de homenaje a figuras del ámbito artístico e intelectual, ingeniosas creaciones del reconocido caricaturista Luis Carreño.

Aquella noche Magdalena me recibió con su cálido abrazo, invitándome a ocupar un lugar que desde el primer instante consideré de gran privilegio. Ya en la mesa observé que las luces se orientaban a la actriz Margarita Gralia, quien era entrevistada en ese momento. Más allá de los reflectores departían animadamente la señora María Victoria, Yolanda Montes Tongolele, Evita Muñoz Chachita, Luis Carreño, el comediante Mauricio Herrera, y una pareja de escultores.

Mientras sorbía una Herradura reposado, volvió a recorrer mi pupila aquel sitio instigador con su barra central que a partir del teclado se contorneaba en largos trazos recreadores de un piano de cola. Y allí, alrededor del estético diseño de barra, algunos contertulios del pequeño grupo de invitados celebraban las resonancias de la tecla feliz.

Minutos después arribó, con su intrínseco atuendo, la Nobel de la Paz Rigoberta Menchú. Al escuchar su charla apasionada, pude saber por qué esta mujer indígena de origen guatemalteco mereció ser distinguida entre más de ciento cincuenta nominados al Nobel en 1992. Celebrar plática y sorbo y percibir en su ser el espiritualismo maya, me dejó una sensación entrañable…

De pronto se hizo un breve silencio y la atención de todos quedó fija en el marco de la puerta primera, donde apareció el Maestro Gabriel García Márquez. ¡Con paso lento entretejido a las salutaciones y a la música, Gabo ocupó su lugar cercano a donde yo me encontraba… Cuán memorables aquellas horas con el Señor de nuestras letras que compartió charla y anécdota!

Sin sentir el deslizamiento de los instantes, copas y bocados parecían viajar por los aires aromando aquella plática fascinadora. Pasada la medianoche el piano desbordó en emociones e ipso facto, el contoneo de Tongolele evocando el ayer, encendió el ámbito y en algunos el hálito. Después Gabo se acercó al piano acompañado de la Menchú y empezó a cantar. En un pestañeo ya estábamos todos alrededor de ellos cantando.

Sin perder detalle de la concretísima velada, inscribí mi atención en estas dos personalidades del Premio Nobel. Alguien ha dicho que un hombre llega a tomar conciencia de su ser cada día y en ello finca sus actos, en ello finca su respiración sustentada en sueños. Experimenté un gozo íntimo al comprobar una vez más que los realmente grandes no recurren a la apariencia. “Ser siendo completamente en los abismos”, gran enseñanza en las opacidades que nos llevan a hacer de la pose un estilo de vida…

Ajena al paso de los minutos, me recreé en los cantares de la vid. Llegado el instante de su despedida, Gabo nos abrazó uno a uno y entonces, solo entonces, pudimos darnos cuenta de que las manecillas del reloj transpuesto habían marcado la hora del sueño.

Cuando todos los invitados se habían marchado, abracé a Magdalena con gran afecto y platicamos todavía unos momentos. Hoy que escribo estas líneas pensando en ello, celebro mi lugar en la fiesta inolvidable. Pero celebro más el alto valor de su amistad.

amparo.gberumen@gmail.com

Ralph W. Emerson

"La única manera de poseer un amigo es serlo"

Hace poco recordaba que a propósito de las celebraciones por los ochenta años de Gabriel García Márquez, los cuarenta de la primera edición de Cien Años de Soledad, y los veinticinco desde que Gabo recibiera el Nobel, las Academias de la Lengua en los países de habla hispana sacaron a la luz una edición popular de esta obra que reproduce, en sus 47 millones de ejemplares, la oralidad de la Abuela esparcida en el aire letárgico para decir que el hombre es igual en todos los ámbitos.

Esta iniciativa surgió de la Academia Colombiana de la Lengua, por tener el feliz referente de la edición con que la Real Academia de la Lengua Española y la Asociación de Academias de la Lengua, habían celebrado los cuatrocientos años del Quijote con 2.6 millones de ejemplares vendidos y, de estos, 2.1 millones en América.

Como parte de las celebraciones, la edición fue presentada en el IV Congreso Internacional de la Lengua Española, realizado del 26 al 29 de marzo de 2007 en la ciudad colombiana de Cartagena de Indias. Y al leer la novela hace poco por primera vez, porque cada vez que la he leído se renueva y me renueva, y al poblarse de mariposas amarillas mi cabeza y prefigurarse en mi aura olorosos ramos de rosas amarillas, aparecen vigentes sin que quiera evitarlo, los retratos de aquella reunión que hace dieciocho años ofreciera mi amiga Magdalena Rodríguez, allá en el Siqueiros Piano-Bar junto al Polyforum, en la Ciudad de México. Punto de encuentro cuyos muros se han convertido en galería de homenaje a figuras del ámbito artístico e intelectual, ingeniosas creaciones del reconocido caricaturista Luis Carreño.

Aquella noche Magdalena me recibió con su cálido abrazo, invitándome a ocupar un lugar que desde el primer instante consideré de gran privilegio. Ya en la mesa observé que las luces se orientaban a la actriz Margarita Gralia, quien era entrevistada en ese momento. Más allá de los reflectores departían animadamente la señora María Victoria, Yolanda Montes Tongolele, Evita Muñoz Chachita, Luis Carreño, el comediante Mauricio Herrera, y una pareja de escultores.

Mientras sorbía una Herradura reposado, volvió a recorrer mi pupila aquel sitio instigador con su barra central que a partir del teclado se contorneaba en largos trazos recreadores de un piano de cola. Y allí, alrededor del estético diseño de barra, algunos contertulios del pequeño grupo de invitados celebraban las resonancias de la tecla feliz.

Minutos después arribó, con su intrínseco atuendo, la Nobel de la Paz Rigoberta Menchú. Al escuchar su charla apasionada, pude saber por qué esta mujer indígena de origen guatemalteco mereció ser distinguida entre más de ciento cincuenta nominados al Nobel en 1992. Celebrar plática y sorbo y percibir en su ser el espiritualismo maya, me dejó una sensación entrañable…

De pronto se hizo un breve silencio y la atención de todos quedó fija en el marco de la puerta primera, donde apareció el Maestro Gabriel García Márquez. ¡Con paso lento entretejido a las salutaciones y a la música, Gabo ocupó su lugar cercano a donde yo me encontraba… Cuán memorables aquellas horas con el Señor de nuestras letras que compartió charla y anécdota!

Sin sentir el deslizamiento de los instantes, copas y bocados parecían viajar por los aires aromando aquella plática fascinadora. Pasada la medianoche el piano desbordó en emociones e ipso facto, el contoneo de Tongolele evocando el ayer, encendió el ámbito y en algunos el hálito. Después Gabo se acercó al piano acompañado de la Menchú y empezó a cantar. En un pestañeo ya estábamos todos alrededor de ellos cantando.

Sin perder detalle de la concretísima velada, inscribí mi atención en estas dos personalidades del Premio Nobel. Alguien ha dicho que un hombre llega a tomar conciencia de su ser cada día y en ello finca sus actos, en ello finca su respiración sustentada en sueños. Experimenté un gozo íntimo al comprobar una vez más que los realmente grandes no recurren a la apariencia. “Ser siendo completamente en los abismos”, gran enseñanza en las opacidades que nos llevan a hacer de la pose un estilo de vida…

Ajena al paso de los minutos, me recreé en los cantares de la vid. Llegado el instante de su despedida, Gabo nos abrazó uno a uno y entonces, solo entonces, pudimos darnos cuenta de que las manecillas del reloj transpuesto habían marcado la hora del sueño.

Cuando todos los invitados se habían marchado, abracé a Magdalena con gran afecto y platicamos todavía unos momentos. Hoy que escribo estas líneas pensando en ello, celebro mi lugar en la fiesta inolvidable. Pero celebro más el alto valor de su amistad.

amparo.gberumen@gmail.com

Ralph W. Emerson

"La única manera de poseer un amigo es serlo"