/ domingo 23 de febrero de 2020

Café Cultura | Tin tines de Carnaval

Ha llegado de nuevo el carnaval con su halo imaginativo. Carnaval, festejos alegóricos que se llevan a cabo en los diversos rincones del planeta durante estos días previos a la Cuaresma, caracterizados por bailes, desfiles, mascaradas. Y aunque el origen del vocablo no se ha precisado, pudiera remontarse a los términos carnem levare o carnelevarium, que en latín medieval significan retirar o quitar la carne, haciendo referencia esta expresión al periodo de cuarenta días en que los católicos se abstenían de comer carne, celebrado por lo general durante los tres días llamados carnestolendas, que anteceden al miércoles de ceniza. Otras fuentes dictan que el vocablo proviene de los carrus navalis, aquellos navíos puestos sobre ruedas que en su culto a la fertilidad recorrían la Roma pagana.

Al ser fortuito el origen de esta palabra, se puede pensar también que las raíces del carnaval han quedado extraviadas en la historia, permaneciendo unidas estas festividades, sin embargo, a ciertos rituales de la antigüedad. Recuérdese que los egipcios rendían culto a Isis –diosa de la fertilidad-, con desfiles y fiestas. Y que seis siglos a.C. los griegos honraron la fertilidad en Dioniso –dios del vino y el éxtasis-, al pasear su imagen por Atenas en un cortejo de cantantes y bailarines enmascarados, siendo éste uno de los ritos de las sociedades agrícolas para las que el otoño tenía retumbos de muerte, y la primavera de resurrección.

Relacionado el carnaval con las fiestas paganas, a más de las dionisíacas griegas y las bacanales, se celebraban las fiestas lupercales y saturnales romanas, y las celtas del muérdago. Durante las fiestas saturnales, los antiguos romanos alteraban el orden al ser liberados los esclavos y abandonarse los amos al placer del cuerpo, olvidando el cuidado y la preocupación. Aún en los primeros años de nuestra era, hombres y mujeres se ponían máscaras e intercambiaban ropas, entregándose al goce del baile y a todo tipo de excesos en honor a Baco y a Venus: vino y amor, dualidad de dualidades…

Leamos de Lucrecio este fragmento:

El tacto, pues, el tacto (…)

es un sentido del cuerpo, cuando una cosa externa

se insinúa, o cuando hiere lo que en el cuerpo ha nacido

o cuando se alegra por Venus excitado y el sexo mana.

Realizado con el asentimiento papal, el carnaval de Roma era en la Edad Media el más espectacular. De la Florencia de los siglos XV y XVI proceden las más celebradas canciones, los canti carnascialeschi, que incitaban a disfrutar plenariamente de la juventud. En Francia e Italia se arraigó de manera especial durante esa época el baile de disfraces, atesorándose toda la influencia carnavalesca en el desarrollo del teatro popular. “El carnaval del mundo engaña tanto,/ que las vidas son breves mascaradas;/ aquí aprendemos a reír con llanto,/ y también a llorar con carcajadas” –escribió Juan de Dios Peza.

Tras alcanzar su máximo valor estético en VENECIA, la fiesta del carnaval se fue despojando con el paso del tiempo, no sólo de aquellas manifestaciones paganas primitivas sino de su carácter transgresor, conservando su sello de fiesta colectiva en la que destacan el carnaval de Niza, el de Cádiz, el de Río de Janeiro con su íntimo fulgor lusitano. Y, por supuesto, el Mardi Gras de mi siempre entrañable Nueva Orleans, que me atrajo hace ya tiempo a escribir allá, tras la ventana de un café mirando a la calle, este breve texto:

Mardi Gras, afirmación ferviente de la existencia, memoria arquetipal de mis silencios, de mis anudamientos. Las calles de Nueva Orleans huelen a lo que quiero, grata confusión que turba mi cerebro. Quiero jugar los juegos de la imaginación, volar, volar y ser después la que creen que soy. Honrar los textos romanos, los sagrados védicos. Ir donde van todos y apartarme de todos. Bailar la danza de los racimos celularios, girar y disiparme en lo alto como el humo de los cigarros. ¡Oh, el carnaval! poesía en sí misma vertida, placer en los instantes. Por el crepúsculo se extiende el canto soñador de los mortales: voces azules y violetas abren el aire, lo traspasan. Encima del contoneo sensual los cielos amanecen atónitos, tal si empezara apenas el primer día de la Creación. Y puede ahora que todo pase y se pierda la estela festiva, mas no la del recuerdo. La inocente felicidad se aleja del placer de estar en lo que es...

amparo.gberumen@gmail.com

Durante las fiestas saturnales, los antiguos romanos alteraban el orden al ser liberados los esclavos y abandonarse los amos al placer del cuerpo

Ha llegado de nuevo el carnaval con su halo imaginativo. Carnaval, festejos alegóricos que se llevan a cabo en los diversos rincones del planeta durante estos días previos a la Cuaresma, caracterizados por bailes, desfiles, mascaradas. Y aunque el origen del vocablo no se ha precisado, pudiera remontarse a los términos carnem levare o carnelevarium, que en latín medieval significan retirar o quitar la carne, haciendo referencia esta expresión al periodo de cuarenta días en que los católicos se abstenían de comer carne, celebrado por lo general durante los tres días llamados carnestolendas, que anteceden al miércoles de ceniza. Otras fuentes dictan que el vocablo proviene de los carrus navalis, aquellos navíos puestos sobre ruedas que en su culto a la fertilidad recorrían la Roma pagana.

Al ser fortuito el origen de esta palabra, se puede pensar también que las raíces del carnaval han quedado extraviadas en la historia, permaneciendo unidas estas festividades, sin embargo, a ciertos rituales de la antigüedad. Recuérdese que los egipcios rendían culto a Isis –diosa de la fertilidad-, con desfiles y fiestas. Y que seis siglos a.C. los griegos honraron la fertilidad en Dioniso –dios del vino y el éxtasis-, al pasear su imagen por Atenas en un cortejo de cantantes y bailarines enmascarados, siendo éste uno de los ritos de las sociedades agrícolas para las que el otoño tenía retumbos de muerte, y la primavera de resurrección.

Relacionado el carnaval con las fiestas paganas, a más de las dionisíacas griegas y las bacanales, se celebraban las fiestas lupercales y saturnales romanas, y las celtas del muérdago. Durante las fiestas saturnales, los antiguos romanos alteraban el orden al ser liberados los esclavos y abandonarse los amos al placer del cuerpo, olvidando el cuidado y la preocupación. Aún en los primeros años de nuestra era, hombres y mujeres se ponían máscaras e intercambiaban ropas, entregándose al goce del baile y a todo tipo de excesos en honor a Baco y a Venus: vino y amor, dualidad de dualidades…

Leamos de Lucrecio este fragmento:

El tacto, pues, el tacto (…)

es un sentido del cuerpo, cuando una cosa externa

se insinúa, o cuando hiere lo que en el cuerpo ha nacido

o cuando se alegra por Venus excitado y el sexo mana.

Realizado con el asentimiento papal, el carnaval de Roma era en la Edad Media el más espectacular. De la Florencia de los siglos XV y XVI proceden las más celebradas canciones, los canti carnascialeschi, que incitaban a disfrutar plenariamente de la juventud. En Francia e Italia se arraigó de manera especial durante esa época el baile de disfraces, atesorándose toda la influencia carnavalesca en el desarrollo del teatro popular. “El carnaval del mundo engaña tanto,/ que las vidas son breves mascaradas;/ aquí aprendemos a reír con llanto,/ y también a llorar con carcajadas” –escribió Juan de Dios Peza.

Tras alcanzar su máximo valor estético en VENECIA, la fiesta del carnaval se fue despojando con el paso del tiempo, no sólo de aquellas manifestaciones paganas primitivas sino de su carácter transgresor, conservando su sello de fiesta colectiva en la que destacan el carnaval de Niza, el de Cádiz, el de Río de Janeiro con su íntimo fulgor lusitano. Y, por supuesto, el Mardi Gras de mi siempre entrañable Nueva Orleans, que me atrajo hace ya tiempo a escribir allá, tras la ventana de un café mirando a la calle, este breve texto:

Mardi Gras, afirmación ferviente de la existencia, memoria arquetipal de mis silencios, de mis anudamientos. Las calles de Nueva Orleans huelen a lo que quiero, grata confusión que turba mi cerebro. Quiero jugar los juegos de la imaginación, volar, volar y ser después la que creen que soy. Honrar los textos romanos, los sagrados védicos. Ir donde van todos y apartarme de todos. Bailar la danza de los racimos celularios, girar y disiparme en lo alto como el humo de los cigarros. ¡Oh, el carnaval! poesía en sí misma vertida, placer en los instantes. Por el crepúsculo se extiende el canto soñador de los mortales: voces azules y violetas abren el aire, lo traspasan. Encima del contoneo sensual los cielos amanecen atónitos, tal si empezara apenas el primer día de la Creación. Y puede ahora que todo pase y se pierda la estela festiva, mas no la del recuerdo. La inocente felicidad se aleja del placer de estar en lo que es...

amparo.gberumen@gmail.com

Durante las fiestas saturnales, los antiguos romanos alteraban el orden al ser liberados los esclavos y abandonarse los amos al placer del cuerpo