/ domingo 7 de marzo de 2021

Café Cultura | Una proporción oculta

A todas las mujeres de todos los oficios y de todos los credos.

Los hombres han sostenido desde siempre una relación de conflicto con los artilugios del atavío femenino. La Historia del Arte muestra sus impericias al tener que enfrentarse, en los momentos del amor, con gasas espesas y repetidos botoncillos en diminutos ojales. Abalorios, zarcillos, cintas, diademas, broches... Desde que se tiene memoria, maquillajes y objetos variados han sido fuente de lo divertido, y han acentuado su eficacia llevándola a la risa y casi a la caricatura, cuando en una escena de cine por ejemplo, el amante que se enfrenta estas sutilezas, está dotado de notables virtudes viriles que aumentan la sensación de paradoja y desconcierto, en la premura de esos instantes.

El valor seductor de ropajes y accesorios en las obras de arte se ha manifestado en todas las épocas. Tiziano poseía un vasto guardarropa que utilizaba ocasionalmente para sus creaciones; los trajes tan diversos y preciosos eran custodiados con recelo por él. Caso similar fue el de Rembrandt, quien llegó a poseer, en los años dorados de su creación, una impresionante colección de galas, objetos e incrementos de procedencias muy dispares. En las obras de El Greco, la utilización de prendas de piel ofrecen un fuerte estímulo táctil, invitan a acariciar, a traspasar…

¡Qué bien te sienta, Sildana, la ropa de cada día…*

Por naturaleza el hombre, y especialmente la mujer, han cuidado su apariencia proveyéndose de todo cuanto pueda hacerles parecer más bellos, cuál premisa introductoria en los vericuetos del amor. En las obras de arte la postura, la mirada, el peinado y todos los trucos del atuendo, envuelven al espectador en un velo sutil de símbolos que se diluyen en lo ambiguo, llevándolo al campo subjetivo de la imaginación, componente principal del erotismo.

Algunos artistas como Tiziano realizaron ingeniosos experimentos al confrontar en dos cuadros distintos con la misma modelo, la innegable fascinación derivada de vestuarios y accesorios. Otro caso es La maja vestida y La maja desnuda de Francisco de Goya, obra en que, según los expertos, un mecanismo de muelles provoca la fugitiva desnudez de la figura. En esa tendencia puede aparecer La conversión de Magdalena, de Guido Cagnacci, quien no vacila en mostrar el cálido desnudo de una joven tumbada al suelo, junto a sus joyas y vestidos que le habían sido arrancados.

Muchas obras de arte son una respuesta a los moralismos burgueses. Creadores e intelectuales han recibido en la noche del tiempo, los yerros de una sociedad que no acepta posturas alejadas de los cánones. Un célebre ejemplo es el de Oscar Wilde, ensalzado hasta las alturas y luego vituperado. O el mismísimo Baudelaire, el gran poeta bohémien y su colección de poesía Las flores del mal, señalada como vulgar y ofensiva. Caso semejante enfrentó Edouard Manet en 1863, al pintar su Olympia y aguardar dos años para exponerla públicamente, dando tiempo a una “evolución positiva” en la sensibilidad y el criterio. Dicha espera no lo salvó de la gente que se amotinaba frente a la obra, como sucede con los espectáculos de feria. Fue Claude Monet, en la cumbre de su gloria, quien consiguió después de la muerte del autor, el acogimiento de Olympia en el Louvre.

Un volumen compuesto hacia 1540 por el escritor Agnolo Firenzuola, titulado Discurso sobre la belleza de las mujeres, plasma estas ideas: “Nos vemos forzados a creer que este esplendor nace de una proporción oculta y de una medida que no está en nuestros libros, la cual nosotros no conocemos, ni siquiera podemos imaginar, y que es, como se dice de las cosas que no sabemos expresar, un no sé qué”.

Muchos han caminado la geografía del alma sin lograr establecer una tesis universal. Ya entre los grandes, Freud intentó revelar los mecanismos y disfunciones del erotismo, basado en los principios de Eros y Thánatos, “los interruptores” que abren o cierran la puerta del deseo. Ya hacia 1512, Alberto Durero había dicho con amargura: Pero la Belleza, yo no sé qué es!

No parece haber nacido todavía nadie que pueda explicar las encrucijadas de la Belleza, del Erotismo, del Amor. Quien se propusiere determinarlo científicamente, se hallará sin duda extraviado en el firmamento de lo imposible...

*Voz popular.

E-mail: mag_berumen@cafecostenito.com.mx

A todas las mujeres de todos los oficios y de todos los credos.

Los hombres han sostenido desde siempre una relación de conflicto con los artilugios del atavío femenino. La Historia del Arte muestra sus impericias al tener que enfrentarse, en los momentos del amor, con gasas espesas y repetidos botoncillos en diminutos ojales. Abalorios, zarcillos, cintas, diademas, broches... Desde que se tiene memoria, maquillajes y objetos variados han sido fuente de lo divertido, y han acentuado su eficacia llevándola a la risa y casi a la caricatura, cuando en una escena de cine por ejemplo, el amante que se enfrenta estas sutilezas, está dotado de notables virtudes viriles que aumentan la sensación de paradoja y desconcierto, en la premura de esos instantes.

El valor seductor de ropajes y accesorios en las obras de arte se ha manifestado en todas las épocas. Tiziano poseía un vasto guardarropa que utilizaba ocasionalmente para sus creaciones; los trajes tan diversos y preciosos eran custodiados con recelo por él. Caso similar fue el de Rembrandt, quien llegó a poseer, en los años dorados de su creación, una impresionante colección de galas, objetos e incrementos de procedencias muy dispares. En las obras de El Greco, la utilización de prendas de piel ofrecen un fuerte estímulo táctil, invitan a acariciar, a traspasar…

¡Qué bien te sienta, Sildana, la ropa de cada día…*

Por naturaleza el hombre, y especialmente la mujer, han cuidado su apariencia proveyéndose de todo cuanto pueda hacerles parecer más bellos, cuál premisa introductoria en los vericuetos del amor. En las obras de arte la postura, la mirada, el peinado y todos los trucos del atuendo, envuelven al espectador en un velo sutil de símbolos que se diluyen en lo ambiguo, llevándolo al campo subjetivo de la imaginación, componente principal del erotismo.

Algunos artistas como Tiziano realizaron ingeniosos experimentos al confrontar en dos cuadros distintos con la misma modelo, la innegable fascinación derivada de vestuarios y accesorios. Otro caso es La maja vestida y La maja desnuda de Francisco de Goya, obra en que, según los expertos, un mecanismo de muelles provoca la fugitiva desnudez de la figura. En esa tendencia puede aparecer La conversión de Magdalena, de Guido Cagnacci, quien no vacila en mostrar el cálido desnudo de una joven tumbada al suelo, junto a sus joyas y vestidos que le habían sido arrancados.

Muchas obras de arte son una respuesta a los moralismos burgueses. Creadores e intelectuales han recibido en la noche del tiempo, los yerros de una sociedad que no acepta posturas alejadas de los cánones. Un célebre ejemplo es el de Oscar Wilde, ensalzado hasta las alturas y luego vituperado. O el mismísimo Baudelaire, el gran poeta bohémien y su colección de poesía Las flores del mal, señalada como vulgar y ofensiva. Caso semejante enfrentó Edouard Manet en 1863, al pintar su Olympia y aguardar dos años para exponerla públicamente, dando tiempo a una “evolución positiva” en la sensibilidad y el criterio. Dicha espera no lo salvó de la gente que se amotinaba frente a la obra, como sucede con los espectáculos de feria. Fue Claude Monet, en la cumbre de su gloria, quien consiguió después de la muerte del autor, el acogimiento de Olympia en el Louvre.

Un volumen compuesto hacia 1540 por el escritor Agnolo Firenzuola, titulado Discurso sobre la belleza de las mujeres, plasma estas ideas: “Nos vemos forzados a creer que este esplendor nace de una proporción oculta y de una medida que no está en nuestros libros, la cual nosotros no conocemos, ni siquiera podemos imaginar, y que es, como se dice de las cosas que no sabemos expresar, un no sé qué”.

Muchos han caminado la geografía del alma sin lograr establecer una tesis universal. Ya entre los grandes, Freud intentó revelar los mecanismos y disfunciones del erotismo, basado en los principios de Eros y Thánatos, “los interruptores” que abren o cierran la puerta del deseo. Ya hacia 1512, Alberto Durero había dicho con amargura: Pero la Belleza, yo no sé qué es!

No parece haber nacido todavía nadie que pueda explicar las encrucijadas de la Belleza, del Erotismo, del Amor. Quien se propusiere determinarlo científicamente, se hallará sin duda extraviado en el firmamento de lo imposible...

*Voz popular.

E-mail: mag_berumen@cafecostenito.com.mx