/ miércoles 8 de abril de 2020

Con café y a media luz | De encierros y desolaciones

Durante los últimos días –y por obvias razones– hemos platicado desde diferentes perspectivas y en distintos momentos discursivos, sobre la postura y quehacer del presidente de los Estados Unidos Mexicanos, Andrés Manuel López Obrador, en el marco de la pandemia que ya está afectando a nuestro país, con una cifra superior a los dos mil enfermos y con un saldo de más de cien víctimas mortales.

Escuchamos con atención el informe de los primeros cien días de su segundo año de gobierno y, aunque se esperaba un plan estratégico para el rescate de la economía, este no llegó. Escuchamos la promesa de planes crediticios para las familias, el impulso a las becas, la continuidad de las obras “sello” de la actual administración y una negación rotunda a las prórrogas fiscales para los empresarios –sin importar su tamaño– y un rechazo contundente a un nuevo endeudamiento ante el Fondo Monetario Internacional.

Se prometió la creación de dos millones de nuevos empleos, sin contar el índice de desocupación que incrementó en el mes de diciembre de 2019 y se omitió el detalle del incremento en el fenómeno delincuencial durante el mes de marzo de 2020 –considerado el más violento de la historia contemporánea de nuestro país– según se dijo, por cuestiones de tiempo en la transmisión.

Con estos tres párrafos, es mi deseo darle puntos suspensivos a la plática que cada tercer día tenemos usted y yo, gentil amigo lector, a los temas relativos a AMLO y su ejercicio en el poder y, si usted me lo permite, platicar de otra temática que, aunque también está derivada del avance de la pandemia, es más particular para la vida de los pobladores de esta región.

El día de ayer, martes, y como parte de las medidas implementadas por el Gobierno local que encabeza Jesús Nader, se instalaron filtros en los accesos a la zona centro de Tampico. De igual manera se “encintaron” los perímetros de las plazas públicas y los paseos peatonales a fin de restringir a su mínima expresión el número de viandantes. Previo a esto, se desinfectaron los puntos de socialización de dicho sector.

Ante el consumo obligado de los recursos elementales por la cuarentena y como parte de las medidas implementadas, este servidor tuvo que acudir al centro de la ciudad y debo comentarle que hubo ciertos detalles que me sorprendieron por la evidente disminución de la dinámica económica que está viviendo Tampico.

El primero de ellos fue una interminable fila de vehículos de la ruta Tampico–Madero quienes, a diferencia de la época de bonanza, ahora se ven más organizados, motivados por la necesidad, respetando a cada uno de los compañeros y, en un gesto de solidaridad, aguardando su turno para dar servicio a los pocos pasajeros que hoy hacen uso de ese servicio.

Vale la pena recalcar que están haciendo rampa en un solo punto de la calle Benito Juárez y no como antes de la pandemia que ocupaban hasta tres esquinas distintas para hacer fila, no avanzar hasta “llenarse” y, por tanto, entorpecer el tránsito vehicular en esa arteria. Ojalá y este orden continúe después de que pase la crisis sanitaria.

Llamó también mi atención la disposición de los consumidores de un centro de abasto de la localidad quienes acataban la normatividad aplicada en esos lugares para evitar la propagación del virus y es que, sin chistar, hombres y mujeres, según fuera el caso, aceptaban que solamente una persona entrara a comprar los comestibles mientras que el otro esperaba en la banqueta. Esto es evidencia de que una parte de la población y del sector comercial estamos conscientes de la grave situación que impera en el ambiente.

En el regreso a mi hogar, pude ser testigo de “las dos caras de la moneda” en el giro restaurantero que, de alguna manera u otra, está ligado al turismo de forma sumamente importante.

Mientras que, por un lado, en un restaurante de prestigio, observé cómo las meseras, de manera sumamente amable, invitaban a los comensales a retirarse pues tenían la indicación de empezar a cerrar el local por su propia seguridad; por el otro, me sorprendió que, en el establecimiento contiguo, perteneciente a la misma actividad económica, se estuviera anunciando con “bombo y platillo” que continuarían ofreciendo sus productos a los consumidores. La gran diferencia entre las disposiciones de ambos establecimientos está marcada por algo que ya hemos señalado en entregas anteriores y que permea en todos los sectores económicos. Me refiero al capital y tamaño de la empresa para soportar el embate de esta crisis.

Por último, me impresionó la responsabilidad de los diferentes negocios que han decidido cerrar sus puertas ante las recomendaciones del gobierno. Esto ha hecho que el centro de la ciudad, antes bullicioso e iluminado, hoy pareciera abandonado; en completa desolación. En cuatro o cinco cuadras que recorrí, pude llegar a contar cerca de sesenta cortinas metálicas cerradas.

Lo que me hizo preguntar hacia mis adentros: ¿Cuántas pérdidas económicas?, ¿Cuánto desempleo traerá consigo?, ¿Cuántos negocios en quiebre? Y, por otro lado, ¿Cuántas vidas salvadas?, ¿Cuántas familias puestas fuera de riesgo?, ¿Cuántos seres humanos no infectados? Más allá de la política mundial, de los precios del petróleo y de la caída de las bolsas, la presencia del Covid–19 en el mundo contemporáneo le ha dejado a la raza humana la mejor de las lecciones, ojalá y la sepamos atesorar, antes de tomar decisiones futuras.

Y hasta aquí pues, como decía cierto periodista, “El tiempo apremia y el espacio se agota”.

Durante los últimos días –y por obvias razones– hemos platicado desde diferentes perspectivas y en distintos momentos discursivos, sobre la postura y quehacer del presidente de los Estados Unidos Mexicanos, Andrés Manuel López Obrador, en el marco de la pandemia que ya está afectando a nuestro país, con una cifra superior a los dos mil enfermos y con un saldo de más de cien víctimas mortales.

Escuchamos con atención el informe de los primeros cien días de su segundo año de gobierno y, aunque se esperaba un plan estratégico para el rescate de la economía, este no llegó. Escuchamos la promesa de planes crediticios para las familias, el impulso a las becas, la continuidad de las obras “sello” de la actual administración y una negación rotunda a las prórrogas fiscales para los empresarios –sin importar su tamaño– y un rechazo contundente a un nuevo endeudamiento ante el Fondo Monetario Internacional.

Se prometió la creación de dos millones de nuevos empleos, sin contar el índice de desocupación que incrementó en el mes de diciembre de 2019 y se omitió el detalle del incremento en el fenómeno delincuencial durante el mes de marzo de 2020 –considerado el más violento de la historia contemporánea de nuestro país– según se dijo, por cuestiones de tiempo en la transmisión.

Con estos tres párrafos, es mi deseo darle puntos suspensivos a la plática que cada tercer día tenemos usted y yo, gentil amigo lector, a los temas relativos a AMLO y su ejercicio en el poder y, si usted me lo permite, platicar de otra temática que, aunque también está derivada del avance de la pandemia, es más particular para la vida de los pobladores de esta región.

El día de ayer, martes, y como parte de las medidas implementadas por el Gobierno local que encabeza Jesús Nader, se instalaron filtros en los accesos a la zona centro de Tampico. De igual manera se “encintaron” los perímetros de las plazas públicas y los paseos peatonales a fin de restringir a su mínima expresión el número de viandantes. Previo a esto, se desinfectaron los puntos de socialización de dicho sector.

Ante el consumo obligado de los recursos elementales por la cuarentena y como parte de las medidas implementadas, este servidor tuvo que acudir al centro de la ciudad y debo comentarle que hubo ciertos detalles que me sorprendieron por la evidente disminución de la dinámica económica que está viviendo Tampico.

El primero de ellos fue una interminable fila de vehículos de la ruta Tampico–Madero quienes, a diferencia de la época de bonanza, ahora se ven más organizados, motivados por la necesidad, respetando a cada uno de los compañeros y, en un gesto de solidaridad, aguardando su turno para dar servicio a los pocos pasajeros que hoy hacen uso de ese servicio.

Vale la pena recalcar que están haciendo rampa en un solo punto de la calle Benito Juárez y no como antes de la pandemia que ocupaban hasta tres esquinas distintas para hacer fila, no avanzar hasta “llenarse” y, por tanto, entorpecer el tránsito vehicular en esa arteria. Ojalá y este orden continúe después de que pase la crisis sanitaria.

Llamó también mi atención la disposición de los consumidores de un centro de abasto de la localidad quienes acataban la normatividad aplicada en esos lugares para evitar la propagación del virus y es que, sin chistar, hombres y mujeres, según fuera el caso, aceptaban que solamente una persona entrara a comprar los comestibles mientras que el otro esperaba en la banqueta. Esto es evidencia de que una parte de la población y del sector comercial estamos conscientes de la grave situación que impera en el ambiente.

En el regreso a mi hogar, pude ser testigo de “las dos caras de la moneda” en el giro restaurantero que, de alguna manera u otra, está ligado al turismo de forma sumamente importante.

Mientras que, por un lado, en un restaurante de prestigio, observé cómo las meseras, de manera sumamente amable, invitaban a los comensales a retirarse pues tenían la indicación de empezar a cerrar el local por su propia seguridad; por el otro, me sorprendió que, en el establecimiento contiguo, perteneciente a la misma actividad económica, se estuviera anunciando con “bombo y platillo” que continuarían ofreciendo sus productos a los consumidores. La gran diferencia entre las disposiciones de ambos establecimientos está marcada por algo que ya hemos señalado en entregas anteriores y que permea en todos los sectores económicos. Me refiero al capital y tamaño de la empresa para soportar el embate de esta crisis.

Por último, me impresionó la responsabilidad de los diferentes negocios que han decidido cerrar sus puertas ante las recomendaciones del gobierno. Esto ha hecho que el centro de la ciudad, antes bullicioso e iluminado, hoy pareciera abandonado; en completa desolación. En cuatro o cinco cuadras que recorrí, pude llegar a contar cerca de sesenta cortinas metálicas cerradas.

Lo que me hizo preguntar hacia mis adentros: ¿Cuántas pérdidas económicas?, ¿Cuánto desempleo traerá consigo?, ¿Cuántos negocios en quiebre? Y, por otro lado, ¿Cuántas vidas salvadas?, ¿Cuántas familias puestas fuera de riesgo?, ¿Cuántos seres humanos no infectados? Más allá de la política mundial, de los precios del petróleo y de la caída de las bolsas, la presencia del Covid–19 en el mundo contemporáneo le ha dejado a la raza humana la mejor de las lecciones, ojalá y la sepamos atesorar, antes de tomar decisiones futuras.

Y hasta aquí pues, como decía cierto periodista, “El tiempo apremia y el espacio se agota”.