/ lunes 27 de enero de 2020

Con café y a media luz | “Temibles aspiraciones de hoy”

Hace días, debido a mi trabajo burocrático, fui invitado al arranque de una exposición de carreras profesionales de más de una veintena de universidades de nuestra zona sur de Tamaulipas, llevada al cabo en un centro de bachilleres tecnológico y de servicios. Como hacía mucho que no iba a un evento de este tipo, me di el tiempo necesario y, gustosamente, acudí con puntualidad.

Debo confesarle, gentil amigo lector, que me sorprendió el ver cuánto ha crecido la oferta educativa a nivel de licenciatura en esta parte del país. Institutos públicos y privados que buscan dar servicio de calidad educativa a todos los niveles socioeconómicos a través de muy diversos programas de becas para que, aquel que lo desee, pueda alcanzar un título profesional.

Si bien es cierto que, en el orden de los planteles públicos la UAT y el Tecnológico de Ciudad Madero, siguen siendo las escuelas que más alumnos captan, también es verdad que el Tecnológico de Altamira, la Universidad Tecnológica y la Universidad Politécnica, les siguen los pasos muy de cerca, pues tienen participación federal o estatal y, en algunos de los casos, están apoyadas por ambas entidades gubernamentales.

También me llamó la atención que, según me dijeron, la competencia en las escuelas privadas es cada vez más difícil, compleja, cerrada y con mayor fiereza. Pues en la zona conurbada, de la noche a la mañana, llegaron al mercado firmas educativas provenientes del norte, centro y sur del territorio nacional. Ahora se “pelean” una “rebanada de ese pastel” con firmas locales sumamente conocidas, otras que han arribado de Torreón, Aguascalientes y centro de Veracruz.

En ese recorrido que realicé no solo hablé con los promotores escolares o “asesores educativos” que es el nombre adecuado para los hombres y mujeres que han encontrado en este quehacer, un trabajo digno. También charlé con aquellos jovencitos que me permitieron un instante de su tiempo para satisfacer mi malsana curiosidad y, permítame decirle, que las aspiraciones que tienen algunos chicos de hoy ocasionan escalofríos.

Muy atrás quedaron aquellos años en que “la muchachada” exitosa era aquella que le apostaba a formarse en las escuelas de derecho, medicina, arquitectura o ingeniería. Cualquier “niño” que le decía eso a sus padres, por el simple hecho de la convicción mostrada, ya se convertía en un verdadero orgullo para la familia, en tanto que los “desubicados” – como nos llamaban los abuelos - a mitad de los noventas, éramos los que deseábamos cursar las carreras de biología, diseño de interiores, comunicación o educación artística y otras similares.

Esa apreciación no era errónea, simple y llanamente era que la dinámica social y económica cambiaba sumamente rápido y las necesidades daban origen a nuevos trabajos, estos a nuevos oficios y, estos últimos, a programas profesionalizantes que se albergarían en las aulas universitarias. Esta concatenación no era comprensible para los mayores en nuestras casas y, por ende, se sobrevenía el reproche escrito al final del párrafo anterior.

Sin embargo, hoy las cosas cambian radicalmente. Mientras que en los noventas la aspiración era estudiar para tener un trabajo digno que pudiera dar una buena calidad de vida, tal pareciera que en estos días el objetivo es no trabajar, participar en programas gratuitos de manutención y ser estrella de las redes sociales.

La pregunta era concreta: “¿Qué carrera te gustaría estudiar?”; y las respuestas se las comparto en los siguientes párrafos.

Con el primer grupo que conversé, formado por cuatro jovencitas, solo una me contestó que deseaba ser ingeniero como su papá, la niña aún no sabía exactamente qué ingeniería estudiar pues, aunque su progenitor estaba titulado en el área industrial, ella se sentía más atraída por los tópicos relativos al impacto ambiental.

Las respuestas de las otras tres le dieron más vergüenza a este servidor que a ellas. La primera me contestó que se casaría con un prominente personaje de la mafia mexicana para no tener que trabajar nunca. La segunda aseguró que abriría un perfil Instagram y que se dedicaría a mostrar sus colecciones de ropa o a dar consejos de moda. La tercera, sin pudor alguno, sostuvo que muy pronto se convertiría en estrella de cine para adultos y así viajaría por el mundo siendo “feliz”.

En el caso de los varones, muy pocos sabían por cuál opción encauzarían sus vidas. Otros más buscaban huir de las matemáticas y se “topaban con pared” al darse cuenta de que todos los programas académicos llevaban, por lo menos, dos materias relacionadas con los números y las fórmulas. Otros, tristemente, me dijeron que estudiarían en el nivel superior solo por darle gusto a sus padres o, en otras palabras, para que estos ya no estuvieran “molestando”. Usted me entiende.

Algunos me contestaron con otra pregunta: “¿Para qué estudiar si con la beca basta?”

De las respuestas que más me llamaron la atención fue la de un chico que, sin miramiento, me dijo seriamente: “¡Yo no voy a estudiar!” Y completó la frase diciendo que muy pronto formaría parte de cierto grupo delictivo. Yo sonreí con indulgencia ante el comentario y la frialdad de su rostro y lo inmutable de su gesto me hicieron comprender que estaba hablando en serio. El mozalbete, sin más qué decir, se dio la vuelta y se fue.

Sin duda alguna, gentil amigo lector, cada una de las carreras que existen en nuestros días, están diseñadas con base en las necesidades que manifiesta la sociedad globalizada a la que pertenecemos. Se crean fundamentadas en la pertinencia y están enlazadas gracias a los programas de vinculación esperando que, aquellos quienes las cursan, se incorporen rápida y exitosamente en el mercado laboral. Ninguna escuela apertura una carrera profesional esperando que sus egresados fracasen en la vida por haberla estudiado, por tanto, cada programa educativo al que aspire a ingresar un jovencito vale la pena ser estudiado, reflexionado y orientado por los padres de familia para que, al final, elija la mejor opción según sus aptitudes y actitudes.

Aquellos que están pensando en no estudiar y dedicarse a otros “menesteres” también deberían acercarse a sus progenitores y pedir la ayuda necesaria para que no yerren en el camino de sus vidas y puedan ser exitosos sin estar equivocados.

Y hasta aquí, gentil amigo lector, pues como decía cierto periodista: “El tiempo apremia y el espacio se agota.”

Hace días, debido a mi trabajo burocrático, fui invitado al arranque de una exposición de carreras profesionales de más de una veintena de universidades de nuestra zona sur de Tamaulipas, llevada al cabo en un centro de bachilleres tecnológico y de servicios. Como hacía mucho que no iba a un evento de este tipo, me di el tiempo necesario y, gustosamente, acudí con puntualidad.

Debo confesarle, gentil amigo lector, que me sorprendió el ver cuánto ha crecido la oferta educativa a nivel de licenciatura en esta parte del país. Institutos públicos y privados que buscan dar servicio de calidad educativa a todos los niveles socioeconómicos a través de muy diversos programas de becas para que, aquel que lo desee, pueda alcanzar un título profesional.

Si bien es cierto que, en el orden de los planteles públicos la UAT y el Tecnológico de Ciudad Madero, siguen siendo las escuelas que más alumnos captan, también es verdad que el Tecnológico de Altamira, la Universidad Tecnológica y la Universidad Politécnica, les siguen los pasos muy de cerca, pues tienen participación federal o estatal y, en algunos de los casos, están apoyadas por ambas entidades gubernamentales.

También me llamó la atención que, según me dijeron, la competencia en las escuelas privadas es cada vez más difícil, compleja, cerrada y con mayor fiereza. Pues en la zona conurbada, de la noche a la mañana, llegaron al mercado firmas educativas provenientes del norte, centro y sur del territorio nacional. Ahora se “pelean” una “rebanada de ese pastel” con firmas locales sumamente conocidas, otras que han arribado de Torreón, Aguascalientes y centro de Veracruz.

En ese recorrido que realicé no solo hablé con los promotores escolares o “asesores educativos” que es el nombre adecuado para los hombres y mujeres que han encontrado en este quehacer, un trabajo digno. También charlé con aquellos jovencitos que me permitieron un instante de su tiempo para satisfacer mi malsana curiosidad y, permítame decirle, que las aspiraciones que tienen algunos chicos de hoy ocasionan escalofríos.

Muy atrás quedaron aquellos años en que “la muchachada” exitosa era aquella que le apostaba a formarse en las escuelas de derecho, medicina, arquitectura o ingeniería. Cualquier “niño” que le decía eso a sus padres, por el simple hecho de la convicción mostrada, ya se convertía en un verdadero orgullo para la familia, en tanto que los “desubicados” – como nos llamaban los abuelos - a mitad de los noventas, éramos los que deseábamos cursar las carreras de biología, diseño de interiores, comunicación o educación artística y otras similares.

Esa apreciación no era errónea, simple y llanamente era que la dinámica social y económica cambiaba sumamente rápido y las necesidades daban origen a nuevos trabajos, estos a nuevos oficios y, estos últimos, a programas profesionalizantes que se albergarían en las aulas universitarias. Esta concatenación no era comprensible para los mayores en nuestras casas y, por ende, se sobrevenía el reproche escrito al final del párrafo anterior.

Sin embargo, hoy las cosas cambian radicalmente. Mientras que en los noventas la aspiración era estudiar para tener un trabajo digno que pudiera dar una buena calidad de vida, tal pareciera que en estos días el objetivo es no trabajar, participar en programas gratuitos de manutención y ser estrella de las redes sociales.

La pregunta era concreta: “¿Qué carrera te gustaría estudiar?”; y las respuestas se las comparto en los siguientes párrafos.

Con el primer grupo que conversé, formado por cuatro jovencitas, solo una me contestó que deseaba ser ingeniero como su papá, la niña aún no sabía exactamente qué ingeniería estudiar pues, aunque su progenitor estaba titulado en el área industrial, ella se sentía más atraída por los tópicos relativos al impacto ambiental.

Las respuestas de las otras tres le dieron más vergüenza a este servidor que a ellas. La primera me contestó que se casaría con un prominente personaje de la mafia mexicana para no tener que trabajar nunca. La segunda aseguró que abriría un perfil Instagram y que se dedicaría a mostrar sus colecciones de ropa o a dar consejos de moda. La tercera, sin pudor alguno, sostuvo que muy pronto se convertiría en estrella de cine para adultos y así viajaría por el mundo siendo “feliz”.

En el caso de los varones, muy pocos sabían por cuál opción encauzarían sus vidas. Otros más buscaban huir de las matemáticas y se “topaban con pared” al darse cuenta de que todos los programas académicos llevaban, por lo menos, dos materias relacionadas con los números y las fórmulas. Otros, tristemente, me dijeron que estudiarían en el nivel superior solo por darle gusto a sus padres o, en otras palabras, para que estos ya no estuvieran “molestando”. Usted me entiende.

Algunos me contestaron con otra pregunta: “¿Para qué estudiar si con la beca basta?”

De las respuestas que más me llamaron la atención fue la de un chico que, sin miramiento, me dijo seriamente: “¡Yo no voy a estudiar!” Y completó la frase diciendo que muy pronto formaría parte de cierto grupo delictivo. Yo sonreí con indulgencia ante el comentario y la frialdad de su rostro y lo inmutable de su gesto me hicieron comprender que estaba hablando en serio. El mozalbete, sin más qué decir, se dio la vuelta y se fue.

Sin duda alguna, gentil amigo lector, cada una de las carreras que existen en nuestros días, están diseñadas con base en las necesidades que manifiesta la sociedad globalizada a la que pertenecemos. Se crean fundamentadas en la pertinencia y están enlazadas gracias a los programas de vinculación esperando que, aquellos quienes las cursan, se incorporen rápida y exitosamente en el mercado laboral. Ninguna escuela apertura una carrera profesional esperando que sus egresados fracasen en la vida por haberla estudiado, por tanto, cada programa educativo al que aspire a ingresar un jovencito vale la pena ser estudiado, reflexionado y orientado por los padres de familia para que, al final, elija la mejor opción según sus aptitudes y actitudes.

Aquellos que están pensando en no estudiar y dedicarse a otros “menesteres” también deberían acercarse a sus progenitores y pedir la ayuda necesaria para que no yerren en el camino de sus vidas y puedan ser exitosos sin estar equivocados.

Y hasta aquí, gentil amigo lector, pues como decía cierto periodista: “El tiempo apremia y el espacio se agota.”