/ domingo 2 de agosto de 2020

Café y Cultura | Glosas golosas

Cuando Pablo Neruda decidió entrar con su pluma a la cocina, sus textos quedaron aromados de especias y aderezos innumerables. Y quedaron unidos para siempre a las uvas más suculentas. Tratado de esmerada pasión, efecto propagador del cántico del fruto que se paladea completo. Mesas nerudianas, trago y bocado, simbiosis gozosa…

Y cuando los textos gastronómicos adquirieron relevancia, el yantar se elevó a himno de ángeles bautizado por las virtudes de la vid. Porque de antiguo el devenir fue abriendo a la gastronomía los espacios más íntimos, y los literatos establecieron en todas las lenguas una estrecha relación entre literatura y cocina. Quizá por ello se haya dicho que la literatura tiene algo de actividad culinaria, de una cocina de lo literario donde se guisan y asan sentimientos, emociones, temores; donde se hierven fantasías y se conservan sueños, a la espera de una degustación en el mismísimo comedor de la lectura.

Asgamos y celebremos en Miguel de Cervantes estas líneas por demás conocidas, del primer capítulo de El Quijote: “En un lugar de La Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor. Una olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados…”

Y así como los países de Chile y Guatemala celebran con Neruda y Asturias “la confluencia de ajíes y páprika”, y en México han quedado unidos al paladar y a la imaginación los deleitosos escritos de Salvador Novo, Alfonso Reyes, Artemio de Valle Arizpe, Salvador Díaz Mirón, Octavio Paz, y otros ilustres como la ilustradísima Sor Juana, así celebra España la inscripción de antiguas recetas de platos propios de La Mancha “como Galianos, Tojunto, Morteruelo, Hartatunas, Atascaburras, Ajopringue, Tiznao, Ajomataero” y otros más. Y celebra que la pepitoria de gallina, delicia extendida por todo su territorio, fuese también mencionada por Cervantes y no sólo por él, sino también por otros grandes como los clásicos Góngora, Quevedo, Lope de Vega…

Pero volvamos con el chileno Neruda en la pluma del hermoso peruano Mario Vargas Llosa, y su relato del instante en que éste lo conoció: “La impresión me cortó el habla. Por fin alcancé a balbucear unas frases de admiración. Él, que recibía los halagos con la naturalidad de un consumado soberano, dijo que la noche estaba linda para comernos ‘esas prietas’ (esas morcillas) …” y agrega Vargas Llosa que el poeta chileno era un hombre “gordo, simpático, chismoso, engreído, goloso (Matilde, precipítese hacia esa fuente y resérveme la mejor presa) …” No sobra decir aquí que Matilde fue la devota compañera del poeta chileno.

Regodeémonos en el imaginario nerudiano, y en su poema ATENCIÓN AL MERCADO, sitio que le fue hondamente gozoso por su amenidad colorida y el griterío de sus oferentes…

¡Cuidado con el queso!

No vino aquí sólo para venderse:

vino a mostrar el don de su materia,

su inocencia compacta,

el espesor materno

de su geología.

Pero ríe el tomate a todo labio.

Se abunda, se desmaya la delicia

de su carne gozosa

y la luz vertical entra a puñales

en la desnuda prole tomatera,

mientras la palidez de las manzanas

compite con el río de la aurora

de donde sale el día a su galope,

a su guerra, a su amor, a sus cucharas.

(…)

y con el hambre de Valparaíso

no quedaron repollos ni merluzas:

todo se fue, se lo llevó el gentío,

todo fue a boca descendido

como si un gran tonel se derramara

y cayó la garganta de la vida

a convertirse en sueño y movimiento.

Termino aquí, Mercado. Hasta mañana.

Me llevo esta lechuga.

amparo.gberumen@gmail.com

Lope de Vega

Almorzamos unos torreznos

con sus duelos y quebrantos…"

Cuando Pablo Neruda decidió entrar con su pluma a la cocina, sus textos quedaron aromados de especias y aderezos innumerables. Y quedaron unidos para siempre a las uvas más suculentas. Tratado de esmerada pasión, efecto propagador del cántico del fruto que se paladea completo. Mesas nerudianas, trago y bocado, simbiosis gozosa…

Y cuando los textos gastronómicos adquirieron relevancia, el yantar se elevó a himno de ángeles bautizado por las virtudes de la vid. Porque de antiguo el devenir fue abriendo a la gastronomía los espacios más íntimos, y los literatos establecieron en todas las lenguas una estrecha relación entre literatura y cocina. Quizá por ello se haya dicho que la literatura tiene algo de actividad culinaria, de una cocina de lo literario donde se guisan y asan sentimientos, emociones, temores; donde se hierven fantasías y se conservan sueños, a la espera de una degustación en el mismísimo comedor de la lectura.

Asgamos y celebremos en Miguel de Cervantes estas líneas por demás conocidas, del primer capítulo de El Quijote: “En un lugar de La Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor. Una olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados…”

Y así como los países de Chile y Guatemala celebran con Neruda y Asturias “la confluencia de ajíes y páprika”, y en México han quedado unidos al paladar y a la imaginación los deleitosos escritos de Salvador Novo, Alfonso Reyes, Artemio de Valle Arizpe, Salvador Díaz Mirón, Octavio Paz, y otros ilustres como la ilustradísima Sor Juana, así celebra España la inscripción de antiguas recetas de platos propios de La Mancha “como Galianos, Tojunto, Morteruelo, Hartatunas, Atascaburras, Ajopringue, Tiznao, Ajomataero” y otros más. Y celebra que la pepitoria de gallina, delicia extendida por todo su territorio, fuese también mencionada por Cervantes y no sólo por él, sino también por otros grandes como los clásicos Góngora, Quevedo, Lope de Vega…

Pero volvamos con el chileno Neruda en la pluma del hermoso peruano Mario Vargas Llosa, y su relato del instante en que éste lo conoció: “La impresión me cortó el habla. Por fin alcancé a balbucear unas frases de admiración. Él, que recibía los halagos con la naturalidad de un consumado soberano, dijo que la noche estaba linda para comernos ‘esas prietas’ (esas morcillas) …” y agrega Vargas Llosa que el poeta chileno era un hombre “gordo, simpático, chismoso, engreído, goloso (Matilde, precipítese hacia esa fuente y resérveme la mejor presa) …” No sobra decir aquí que Matilde fue la devota compañera del poeta chileno.

Regodeémonos en el imaginario nerudiano, y en su poema ATENCIÓN AL MERCADO, sitio que le fue hondamente gozoso por su amenidad colorida y el griterío de sus oferentes…

¡Cuidado con el queso!

No vino aquí sólo para venderse:

vino a mostrar el don de su materia,

su inocencia compacta,

el espesor materno

de su geología.

Pero ríe el tomate a todo labio.

Se abunda, se desmaya la delicia

de su carne gozosa

y la luz vertical entra a puñales

en la desnuda prole tomatera,

mientras la palidez de las manzanas

compite con el río de la aurora

de donde sale el día a su galope,

a su guerra, a su amor, a sus cucharas.

(…)

y con el hambre de Valparaíso

no quedaron repollos ni merluzas:

todo se fue, se lo llevó el gentío,

todo fue a boca descendido

como si un gran tonel se derramara

y cayó la garganta de la vida

a convertirse en sueño y movimiento.

Termino aquí, Mercado. Hasta mañana.

Me llevo esta lechuga.

amparo.gberumen@gmail.com

Lope de Vega

Almorzamos unos torreznos

con sus duelos y quebrantos…"