/ domingo 16 de agosto de 2020

Café y Cultura | Intemperante consejero

Pudiera decirse que muy pocas bebidas han logrado ofrecer tanto placer y alcanzado gran aprecio como una taza de café recién hecho. Y pudiera también decirse que muy pocas bebidas han sido tan celebradas y atacadas como el café.

Dicho lo anterior, vendrá a bien leer esta página publicada en El Diario del Hogar, en 1882:

“¡Ya no más plagas, señor gobernador, ya no más profanaciones al arte, ya no más escándalos en las calles céntricas! Esto lo decimos porque sabemos que se trata de establecer algunos de estos focos de prostitución con nombre de cafés cantantes en las calles de Vergara y del Coliseo; como quien dice frente por frente, vis-a-vis de nuestros teatros Nacional y Principal. Así como no se permiten los jacalones, esperamos que tampoco se permitan estos pretextos (sic) para llevar a cabo orgías y algo peor, en perjuicio de la moral pública”.

Pese a lo que se haya dicho, se diga y se dirá, con especial sutileza el café se ha convertido en un compañero inseparable.

Su aroma exótico y su velada historia han contribuido a que este néctar considerado por algunos como un afrodisíaco, haya evolucionado conquistando sin enmienda, poco a poco, hasta los más exigentes paladares. Indubitablemente su deleite no se sitúa en ser solo una bebida estimulante que a decir de muchos satisface la sed, sino que su aroma y sabor ofrecen una innegable gama de sensaciones que exaltan el estado físico y emocional de quien se goza en la melodía de su degustación.

Las más serias elucubraciones emergen de este brebaje. Con un café en la mano la sociedad piensa y habla, disuelve pudores y se inspira... Espresso, espresso cortado, espresso largo, hasta el aguado americano.

Alfonso Reyes lo llamaba “guerrero árabe que corre su pólvora incierta”, quizá porque en los cafés nacen inusitados grupos, afinidades extrañas, añorados encuentros.

Ya lo ha dicho también Ernesto Sabato: “Creo en los cafés, en el diálogo; creo en la dignidad de la persona, en la libertad. Siento nostalgia, casi ansiedad de un Infinito, pero humano, a nuestra medida”.

No olvidemos que Talleyrand, el célebre político francés, consignaba que el café debe ser negro como el diablo, caliente como el infierno, puro como un ángel y dulce como el amor.

Esta cita trae a mi memoria otras que lo arropan equivalentemente como bebida inspiradora.

La sutileza de estas frases entreteje y revela una relación del brebaje con el amor, con el amante que no solo ama a su mujer, sino a su taza de café caliente llamada alguna vez “el divino infierno”.

Simbiosis de calor y café, tesoro de valores ocultos, deleite sensual desprendido de las palabras de Talleyrand... ¡Oh el café! Intemperante consejero en los instantes más íntimos.

Ojeemos este poema tomado del libro El pájaro rompió su jaula y se echó a volar, de Kyn Tanilla, avión; 1917-Poemas-1923:

La vida de siempre en las calles

canto de autos de tranvías de gentes

encontrar a veces labios rojos

o bien ojos buscadores de amor

calor de verano

bajo las enaguas de las muchachas

cielo azul

amar besar reír

y las frutas calientes de sol

y suavemente aburrirse de este mundillo burgués

comer beber dormir

en el aire lleno de microbios

por eso mi corazón partir muy lejos muy lejos muy lejos

nacer para volver a morir

sobre tus senos calientes

como dos tazas de café con leche

de mi desayuno tempranero.

amparo.gberumen@gmail.com

Su aroma y sabor ofrecen una innegable gama de sensaciones que exaltan el estado físico y emocional de quien se goza en la melodía de su degustación.

Pudiera decirse que muy pocas bebidas han logrado ofrecer tanto placer y alcanzado gran aprecio como una taza de café recién hecho. Y pudiera también decirse que muy pocas bebidas han sido tan celebradas y atacadas como el café.

Dicho lo anterior, vendrá a bien leer esta página publicada en El Diario del Hogar, en 1882:

“¡Ya no más plagas, señor gobernador, ya no más profanaciones al arte, ya no más escándalos en las calles céntricas! Esto lo decimos porque sabemos que se trata de establecer algunos de estos focos de prostitución con nombre de cafés cantantes en las calles de Vergara y del Coliseo; como quien dice frente por frente, vis-a-vis de nuestros teatros Nacional y Principal. Así como no se permiten los jacalones, esperamos que tampoco se permitan estos pretextos (sic) para llevar a cabo orgías y algo peor, en perjuicio de la moral pública”.

Pese a lo que se haya dicho, se diga y se dirá, con especial sutileza el café se ha convertido en un compañero inseparable.

Su aroma exótico y su velada historia han contribuido a que este néctar considerado por algunos como un afrodisíaco, haya evolucionado conquistando sin enmienda, poco a poco, hasta los más exigentes paladares. Indubitablemente su deleite no se sitúa en ser solo una bebida estimulante que a decir de muchos satisface la sed, sino que su aroma y sabor ofrecen una innegable gama de sensaciones que exaltan el estado físico y emocional de quien se goza en la melodía de su degustación.

Las más serias elucubraciones emergen de este brebaje. Con un café en la mano la sociedad piensa y habla, disuelve pudores y se inspira... Espresso, espresso cortado, espresso largo, hasta el aguado americano.

Alfonso Reyes lo llamaba “guerrero árabe que corre su pólvora incierta”, quizá porque en los cafés nacen inusitados grupos, afinidades extrañas, añorados encuentros.

Ya lo ha dicho también Ernesto Sabato: “Creo en los cafés, en el diálogo; creo en la dignidad de la persona, en la libertad. Siento nostalgia, casi ansiedad de un Infinito, pero humano, a nuestra medida”.

No olvidemos que Talleyrand, el célebre político francés, consignaba que el café debe ser negro como el diablo, caliente como el infierno, puro como un ángel y dulce como el amor.

Esta cita trae a mi memoria otras que lo arropan equivalentemente como bebida inspiradora.

La sutileza de estas frases entreteje y revela una relación del brebaje con el amor, con el amante que no solo ama a su mujer, sino a su taza de café caliente llamada alguna vez “el divino infierno”.

Simbiosis de calor y café, tesoro de valores ocultos, deleite sensual desprendido de las palabras de Talleyrand... ¡Oh el café! Intemperante consejero en los instantes más íntimos.

Ojeemos este poema tomado del libro El pájaro rompió su jaula y se echó a volar, de Kyn Tanilla, avión; 1917-Poemas-1923:

La vida de siempre en las calles

canto de autos de tranvías de gentes

encontrar a veces labios rojos

o bien ojos buscadores de amor

calor de verano

bajo las enaguas de las muchachas

cielo azul

amar besar reír

y las frutas calientes de sol

y suavemente aburrirse de este mundillo burgués

comer beber dormir

en el aire lleno de microbios

por eso mi corazón partir muy lejos muy lejos muy lejos

nacer para volver a morir

sobre tus senos calientes

como dos tazas de café con leche

de mi desayuno tempranero.

amparo.gberumen@gmail.com

Su aroma y sabor ofrecen una innegable gama de sensaciones que exaltan el estado físico y emocional de quien se goza en la melodía de su degustación.