/ domingo 18 de octubre de 2020

Café y Cultura | Mi Coronel

De mano tan docta has sido hecho,

hermosísimo retrato,

que no sabría decir si vives

o dulcemente engañas a mis ojos.

Giovanni de ella Casa

Alguien ha dicho que el retrato es hijo de la nostalgia y de la muerte. Que se contrapone a la ausencia... y parece ser cierto. El catálogo de la memoria con la imagen de los abuelos y su descendencia, me ofrece hoy una visión distinta de mis atardeceres niños con aroma a provincia y jazmín. Sonrío “al evocar la máquina de coser”, al recrear en mente y corazón los retratos del viejo álbum familiar, y los consabidos cuentos de la abuela que los nietos con pícara risilla recitábamos a una voz, mientras las gruesas páginas cumplían sin prisa su cometido de mostrar las escenas tantas veces vistas. Revelaciones antiguas en la vida y los acontecimientos importantes de la familia: las bodas, las navidades, las celebraciones con olor a incensario… Y los protagonistas vestidos a la usanza de aquellos años. Secuencia íntima que regalaba a nuestra conciencia inofensiva la certitud de unidad bajo un techo irrepetible. Devoción de pueblo noble... “Tierra mojada de las tardes olfativas en que un afán misántropo remonta las lascivas soledades del éter...”

De antiguo el hombre se complace al ver su imagen recreada en lienzo o papel. El pensamiento viaja trasponiendo los muros del tiempo en su aspiración por retener aquellos instantes. Los retratistas hurgan hasta extraer del personaje la expresión que a veces se esconde. Algunos desarraigan de su entorno a ese personaje, suprimiendo todo elemento externo con el propósito de realzar la figura humana, cuál, si quisiesen traspasar el espíritu y en cuanto tal, revelar los desánimos, los gozos, y mostrarlos como un paisaje humano iniciado y concluido en la misma esencia.

Rafael Coronel, artista plástico zacatecano que con la obra Mujer de Jerez, obtuvo en 1952 su primer premio en un concurso convocado por el Instituto Nacional de la Juventud Mexicana, ha dicho: “Cuando se deja la figura sola es cuando se llega al énfasis más alto, a la representación más alta del ser humano. En la mayoría de los retratos de Rembrandt, por ejemplo, no hay nada atrás más que luz y un poco de sombra. De eso se trata, de hacer en esta época al ser humano latinoamericano sin ponerle flores como Diego, ni banderas como Siqueiros, ni llamas como Orozco, sino dejar al hombre sin nada...”

En su obra Coronel establece su habilidad para el dibujo y buscan sus trazos el sentir de los personajes: “Las personas que me conmueven más son gente que veo en la calle, las más desvalidas; en África veía a algunos negros muriendo de hambre. A mí no me importa la gente que hace mucho, sino la gente que no puede hacer nada, esa es la que me llama. Porque ahí se encuentra la vida a pesar de todas las paredes y de todas las trampas que les han puesto; me impresiona que la vida se pueda sostener en ese estado de desánimo, en esa agonía, eso es lo que me importa”.

Siempre han existido los artistas que captan a molde la desazón de los otros. Examinan la violencia y la inocuidad y la ambición en una propuesta de lenguaje imaginativo. El drama se desdibuja y otra vez se dibuja en los grises de la inacción, de la espera sin ilusión. Algunos personajes reflejan ese fragmento de misterio, de turbación, del conflicto iterativo que produce enfrentarse a la condición humana...

Yo no sé si el retratista se revela en su obra con otro rostro. No sé si en el álbum de los abuelos me revelo con otro rostro. Esto lo dice una mujer de Jerez. La historia se reescribe...

amparo.gberumen@gmail.com

Yo no sé si el retratista se revela en su obra con otro rostro. No sé si en el álbum de los abuelos me reveló con otro rostro.

De mano tan docta has sido hecho,

hermosísimo retrato,

que no sabría decir si vives

o dulcemente engañas a mis ojos.

Giovanni de ella Casa

Alguien ha dicho que el retrato es hijo de la nostalgia y de la muerte. Que se contrapone a la ausencia... y parece ser cierto. El catálogo de la memoria con la imagen de los abuelos y su descendencia, me ofrece hoy una visión distinta de mis atardeceres niños con aroma a provincia y jazmín. Sonrío “al evocar la máquina de coser”, al recrear en mente y corazón los retratos del viejo álbum familiar, y los consabidos cuentos de la abuela que los nietos con pícara risilla recitábamos a una voz, mientras las gruesas páginas cumplían sin prisa su cometido de mostrar las escenas tantas veces vistas. Revelaciones antiguas en la vida y los acontecimientos importantes de la familia: las bodas, las navidades, las celebraciones con olor a incensario… Y los protagonistas vestidos a la usanza de aquellos años. Secuencia íntima que regalaba a nuestra conciencia inofensiva la certitud de unidad bajo un techo irrepetible. Devoción de pueblo noble... “Tierra mojada de las tardes olfativas en que un afán misántropo remonta las lascivas soledades del éter...”

De antiguo el hombre se complace al ver su imagen recreada en lienzo o papel. El pensamiento viaja trasponiendo los muros del tiempo en su aspiración por retener aquellos instantes. Los retratistas hurgan hasta extraer del personaje la expresión que a veces se esconde. Algunos desarraigan de su entorno a ese personaje, suprimiendo todo elemento externo con el propósito de realzar la figura humana, cuál, si quisiesen traspasar el espíritu y en cuanto tal, revelar los desánimos, los gozos, y mostrarlos como un paisaje humano iniciado y concluido en la misma esencia.

Rafael Coronel, artista plástico zacatecano que con la obra Mujer de Jerez, obtuvo en 1952 su primer premio en un concurso convocado por el Instituto Nacional de la Juventud Mexicana, ha dicho: “Cuando se deja la figura sola es cuando se llega al énfasis más alto, a la representación más alta del ser humano. En la mayoría de los retratos de Rembrandt, por ejemplo, no hay nada atrás más que luz y un poco de sombra. De eso se trata, de hacer en esta época al ser humano latinoamericano sin ponerle flores como Diego, ni banderas como Siqueiros, ni llamas como Orozco, sino dejar al hombre sin nada...”

En su obra Coronel establece su habilidad para el dibujo y buscan sus trazos el sentir de los personajes: “Las personas que me conmueven más son gente que veo en la calle, las más desvalidas; en África veía a algunos negros muriendo de hambre. A mí no me importa la gente que hace mucho, sino la gente que no puede hacer nada, esa es la que me llama. Porque ahí se encuentra la vida a pesar de todas las paredes y de todas las trampas que les han puesto; me impresiona que la vida se pueda sostener en ese estado de desánimo, en esa agonía, eso es lo que me importa”.

Siempre han existido los artistas que captan a molde la desazón de los otros. Examinan la violencia y la inocuidad y la ambición en una propuesta de lenguaje imaginativo. El drama se desdibuja y otra vez se dibuja en los grises de la inacción, de la espera sin ilusión. Algunos personajes reflejan ese fragmento de misterio, de turbación, del conflicto iterativo que produce enfrentarse a la condición humana...

Yo no sé si el retratista se revela en su obra con otro rostro. No sé si en el álbum de los abuelos me revelo con otro rostro. Esto lo dice una mujer de Jerez. La historia se reescribe...

amparo.gberumen@gmail.com

Yo no sé si el retratista se revela en su obra con otro rostro. No sé si en el álbum de los abuelos me reveló con otro rostro.