/ domingo 11 de octubre de 2020

Café y Cultura | Tampico, Nacho López y la fotografía

Sin temor a estar equivocada, creo firmemente que el arte de la fotografía ha tenido en nuestro puerto un avance importante. Esto he podido comprobarlo en los años últimos y, muy individualmente, a partir del lanzamiento de nuestro Concurso de Fotografía Luz y Café, inaugurado con gran éxito hace 12 años por el fotógrafo zacatecano Pedro Valtierra. Parece increíble que desde el inicio y al paso de los años, me haya dejado nuestro concurso tantas vivencias entrañables y, por otro lado, tantos aprendizajes insólitos... En este orden de pensamiento, quiero retomar lo que hace justo 12 años escribí aquí mismo: al igual que el arte de la fotografía, nuestro concurso “aspira a la condición de ser memorable”. Empezará sin inicio y acabará sin final, como decía de la música Vinicius de Moraes, y como lo he dicho yo robando sus palabras, para seguir celebrando el arte que da figura a las visiones, a lo real instantáneo y esquivo y al cabo atrapado por el clic fotográfico.

Usted habrá leído en alguna parte, o comprobado, que poetas y escritores han encontrado una y otra vez inspiración en el arte de la fotografía, visto por ellos como historias pendientes de contar. No en vano decía Julio Cortázar que una fotografía lograda presupone una ceñida limitación previa, forjada en buena medida por el reducido campo que abarca la cámara, y también por la forma en que el fotógrafo utiliza estéticamente esa limitación. Quien toma la foto se ve urgido a escoger un punto específico y a limitar un espacio que al valer por sí mismos, lleven al espectador más allá de la anécdota o el relato visual. Porque fotografiar no es solo robar un fragmento a una realidad que pueda abrirse a otra realidad más amplia, sino llevar al observador a los recintos de la imaginación. ¿O se tratará muchas veces, paradójicamente, de imprimir en una imagen fragmentos de una realidad por mucho inexistente?

En el libro Fotografía, que editó Televisa en 2005, el maestro Sergio Pitol escribe: “Cuando Jacques Daguerre descubrió en 1838 ese novedoso proceso que permitía fijar una imagen en placas metálicas y revelarla en un papel especialmente sensibilizado, generó las reacciones más variadas: estupor general, júbilo en los sectores positivistas y desconfianza en los clericales. El Leípzíger Stadtanzeíger publicó esta declaración: “Pretender fijar las imágenes humanas como en un espejo es un proyecto blasfematorio. El hombre ha sido creado a imagen y semejanza de Dios y esa imagen no puede ser fijada por ninguna máquina concebida por el hombre”. Baudelaire fue uno de sus primeros detractores. Daguerre obtiene sus primeras placas cuatrocientos años después del descubrimiento de Gutenberg.

Y si bien la escritura y la fotografía se complementan, y se han complementado de antiguo las diversas expresiones estéticas como es el caso notable de la ópera, será oportuno citar el binomio danza–fotografía para recordar al ilustre tampiqueño Nacho López, y su inacabada pasión por aquella nueva expresión del arte mexicano llamada danza contemporánea, en la que también participaron pintores, compositores, escenógrafos, viniendo a bien recordar aquí, entre muchos más, al célebre José Limón con sus creaciones innumerables como la importantísima Redes, basada en la obra con ese nombre escrita por José Revueltas y musicada por Silvestre Revueltas.

La colección de Nacho López en torno a la danza, es más amplia de lo que pudiera pensarse. Existen imágenes hoy convertidas en verdaderos emblemas del imaginario colectivo, como es el caso de la serie Zapata, del entrañable y otrora coreógrafo y bailarín Guillermo Arriaga –a quien tuve la fortuna de entrevistar hace unos dieciséis años, cuando estuvo en Tampico a invitación del Seminario de Cultura Mexicana–. Y aunque otros fotógrafos también participaron de la danza de aquel entonces con notables trabajos, Nacho López contribuyó al igual que pintores, escritores, músicos, como un artista convencido de los valores de la danza, haciendo públicos innumerables textos e imágenes en publicaciones de aquella época, como la Revista Siempre! Y se dijo: “Escribía notas críticas, comentarios, publicaba las fotos, realizaba una labor de promoción y educación de un público que, según su punto de vista, debía estar a la altura de los vuelos de la danza. Exploró el campo del análisis de la danza con una perspectiva social, y tocó algunos temas que en ese tiempo eran muy vanguardistas, como su significación cultural y su importancia a manera de lenguaje no–verbal, quizá influido parcialmente por James Frazer, y desde luego por Covarrubias”.

Y decía yo en las primeras líneas que el arte de la fotografía ha tenido en nuestro puerto, sin ninguna duda, un avance notable. He podido comprobarlo a lo largo de estos 12 años con nuestro Concurso de Fotografía Luz y Café, pareciendo increíble que me haya traído este concurso tantas vivencias entrañables. Y también por otro lado, tantos ruidos insólitos. Estas estridencias solo demuestran que cabalgamos –sentenció Goethe.

amparo.gberumen@gmail.com

Sin temor a estar equivocada, creo firmemente que el arte de la fotografía ha tenido en nuestro puerto un avance importante. Esto he podido comprobarlo en los años últimos y, muy individualmente, a partir del lanzamiento de nuestro Concurso de Fotografía Luz y Café, inaugurado con gran éxito hace 12 años por el fotógrafo zacatecano Pedro Valtierra. Parece increíble que desde el inicio y al paso de los años, me haya dejado nuestro concurso tantas vivencias entrañables y, por otro lado, tantos aprendizajes insólitos... En este orden de pensamiento, quiero retomar lo que hace justo 12 años escribí aquí mismo: al igual que el arte de la fotografía, nuestro concurso “aspira a la condición de ser memorable”. Empezará sin inicio y acabará sin final, como decía de la música Vinicius de Moraes, y como lo he dicho yo robando sus palabras, para seguir celebrando el arte que da figura a las visiones, a lo real instantáneo y esquivo y al cabo atrapado por el clic fotográfico.

Usted habrá leído en alguna parte, o comprobado, que poetas y escritores han encontrado una y otra vez inspiración en el arte de la fotografía, visto por ellos como historias pendientes de contar. No en vano decía Julio Cortázar que una fotografía lograda presupone una ceñida limitación previa, forjada en buena medida por el reducido campo que abarca la cámara, y también por la forma en que el fotógrafo utiliza estéticamente esa limitación. Quien toma la foto se ve urgido a escoger un punto específico y a limitar un espacio que al valer por sí mismos, lleven al espectador más allá de la anécdota o el relato visual. Porque fotografiar no es solo robar un fragmento a una realidad que pueda abrirse a otra realidad más amplia, sino llevar al observador a los recintos de la imaginación. ¿O se tratará muchas veces, paradójicamente, de imprimir en una imagen fragmentos de una realidad por mucho inexistente?

En el libro Fotografía, que editó Televisa en 2005, el maestro Sergio Pitol escribe: “Cuando Jacques Daguerre descubrió en 1838 ese novedoso proceso que permitía fijar una imagen en placas metálicas y revelarla en un papel especialmente sensibilizado, generó las reacciones más variadas: estupor general, júbilo en los sectores positivistas y desconfianza en los clericales. El Leípzíger Stadtanzeíger publicó esta declaración: “Pretender fijar las imágenes humanas como en un espejo es un proyecto blasfematorio. El hombre ha sido creado a imagen y semejanza de Dios y esa imagen no puede ser fijada por ninguna máquina concebida por el hombre”. Baudelaire fue uno de sus primeros detractores. Daguerre obtiene sus primeras placas cuatrocientos años después del descubrimiento de Gutenberg.

Y si bien la escritura y la fotografía se complementan, y se han complementado de antiguo las diversas expresiones estéticas como es el caso notable de la ópera, será oportuno citar el binomio danza–fotografía para recordar al ilustre tampiqueño Nacho López, y su inacabada pasión por aquella nueva expresión del arte mexicano llamada danza contemporánea, en la que también participaron pintores, compositores, escenógrafos, viniendo a bien recordar aquí, entre muchos más, al célebre José Limón con sus creaciones innumerables como la importantísima Redes, basada en la obra con ese nombre escrita por José Revueltas y musicada por Silvestre Revueltas.

La colección de Nacho López en torno a la danza, es más amplia de lo que pudiera pensarse. Existen imágenes hoy convertidas en verdaderos emblemas del imaginario colectivo, como es el caso de la serie Zapata, del entrañable y otrora coreógrafo y bailarín Guillermo Arriaga –a quien tuve la fortuna de entrevistar hace unos dieciséis años, cuando estuvo en Tampico a invitación del Seminario de Cultura Mexicana–. Y aunque otros fotógrafos también participaron de la danza de aquel entonces con notables trabajos, Nacho López contribuyó al igual que pintores, escritores, músicos, como un artista convencido de los valores de la danza, haciendo públicos innumerables textos e imágenes en publicaciones de aquella época, como la Revista Siempre! Y se dijo: “Escribía notas críticas, comentarios, publicaba las fotos, realizaba una labor de promoción y educación de un público que, según su punto de vista, debía estar a la altura de los vuelos de la danza. Exploró el campo del análisis de la danza con una perspectiva social, y tocó algunos temas que en ese tiempo eran muy vanguardistas, como su significación cultural y su importancia a manera de lenguaje no–verbal, quizá influido parcialmente por James Frazer, y desde luego por Covarrubias”.

Y decía yo en las primeras líneas que el arte de la fotografía ha tenido en nuestro puerto, sin ninguna duda, un avance notable. He podido comprobarlo a lo largo de estos 12 años con nuestro Concurso de Fotografía Luz y Café, pareciendo increíble que me haya traído este concurso tantas vivencias entrañables. Y también por otro lado, tantos ruidos insólitos. Estas estridencias solo demuestran que cabalgamos –sentenció Goethe.

amparo.gberumen@gmail.com