/ martes 19 de febrero de 2019

Cambiar al país

La nación, si vemos con detenimiento, sigue siendo la misma, lo mismo que sus problemas y la gente...

Lo mismo que las instituciones, los partidos políticos, las empresas, los banqueros, los malos políticos, los malos funcionarios públicos y las llamadas organizaciones civiles. Seguramente, lo único que se modificó es una idea, de las varias que hay, acerca del país que tenemos. Esto, no hace nugatorio el observar con nitidez los rezagos sociales, la pobreza extrema y las consecuencias de la aberrante podredumbre que se produce al amparo del poder, sucesos que no desaparecerán como por arte de cábala, excepto para aquellos que, cegados por su misma voluntad, así lo han querido ver.

Los mexicanos hemos hecho de la queja política un arte. Sin embargo, cuando se tiene la oportunidad de llevar a cabo acciones cívicas para modificar lo malo que existe, rara vez se comparte la responsabilidad, pese a sufrir en carne propia los altos niveles de corrupción reflejados en un descenso en el poder de compra de los habitantes y, por ende, en su nivel de vida. A mi juicio, es desalentadora la manera en que nos autovaloramos, sobre todo cuando para modificar realmente el escenario se requiere, en primer sitio, que cada quien asuma la cuota de responsabilidad que le corresponde, ante las dificultades y temas que afectan sensiblemente a la república.

Coincido, la educación es lo que nos puede sacar a los mexicanos de los problemas que hoy notamos. Pero una sociedad educada y consciente no se logrará al ritmo necesario ni con la justicia indispensable, si a la educación pública se le descuida y se convierte en un sueño o ideal inalcanzable y lejano para amplios sectores de la población; núcleos que en una carrera universitaria vislumbran el camino correcto para elevar su nivel socioeconómico.

La Secretaría de Hacienda y Crédito Público -que para cualquier individuo u organización que haya tenido necesidad de tratar directamente con entidades de gobierno, queda claro que se trata de una Supersecretaría-, ahora habla a los medios de proponer un incremento significativo a la educación desde los niveles básicos hasta los universitarios. Esto se antoja indispensable ante fenómenos como los denominados “ninis”, que son “satanizados” por aquellos mismos que propiciaron las condiciones para su aumento.

En esta coyuntura, histórica para el país, los reflectores apuntan hacia quienes desde los altos puestos burocráticos, tras de los finos escritorios de madera, refugiados en torres de hormigón y acero, con ventanales de cristal escarchado, se mostraron extrañamente ajenos a las necesidades y al auténtico sentir de extensos sectores de la población.

La nación, si vemos con detenimiento, sigue siendo la misma, lo mismo que sus problemas y la gente...

Lo mismo que las instituciones, los partidos políticos, las empresas, los banqueros, los malos políticos, los malos funcionarios públicos y las llamadas organizaciones civiles. Seguramente, lo único que se modificó es una idea, de las varias que hay, acerca del país que tenemos. Esto, no hace nugatorio el observar con nitidez los rezagos sociales, la pobreza extrema y las consecuencias de la aberrante podredumbre que se produce al amparo del poder, sucesos que no desaparecerán como por arte de cábala, excepto para aquellos que, cegados por su misma voluntad, así lo han querido ver.

Los mexicanos hemos hecho de la queja política un arte. Sin embargo, cuando se tiene la oportunidad de llevar a cabo acciones cívicas para modificar lo malo que existe, rara vez se comparte la responsabilidad, pese a sufrir en carne propia los altos niveles de corrupción reflejados en un descenso en el poder de compra de los habitantes y, por ende, en su nivel de vida. A mi juicio, es desalentadora la manera en que nos autovaloramos, sobre todo cuando para modificar realmente el escenario se requiere, en primer sitio, que cada quien asuma la cuota de responsabilidad que le corresponde, ante las dificultades y temas que afectan sensiblemente a la república.

Coincido, la educación es lo que nos puede sacar a los mexicanos de los problemas que hoy notamos. Pero una sociedad educada y consciente no se logrará al ritmo necesario ni con la justicia indispensable, si a la educación pública se le descuida y se convierte en un sueño o ideal inalcanzable y lejano para amplios sectores de la población; núcleos que en una carrera universitaria vislumbran el camino correcto para elevar su nivel socioeconómico.

La Secretaría de Hacienda y Crédito Público -que para cualquier individuo u organización que haya tenido necesidad de tratar directamente con entidades de gobierno, queda claro que se trata de una Supersecretaría-, ahora habla a los medios de proponer un incremento significativo a la educación desde los niveles básicos hasta los universitarios. Esto se antoja indispensable ante fenómenos como los denominados “ninis”, que son “satanizados” por aquellos mismos que propiciaron las condiciones para su aumento.

En esta coyuntura, histórica para el país, los reflectores apuntan hacia quienes desde los altos puestos burocráticos, tras de los finos escritorios de madera, refugiados en torres de hormigón y acero, con ventanales de cristal escarchado, se mostraron extrañamente ajenos a las necesidades y al auténtico sentir de extensos sectores de la población.