/ martes 18 de mayo de 2021

Cambiavía | Erasmismo revisitado

Primera de dos partes

Según la definición de los estoicos, si la sabiduría

no es sino guiarse por la razón y, por el contrario,

la estulticia dejarse llevar por el arbitrio de las pasiones,

Júpiter, para que la vida humana no fuese irremediablemente

triste y severa, nos dio más inclinación a las pasiones que a la razón.

Erasmo de Róterdam

El Elogio de la locura es un ensayo escrito por Erasmo de Róterdam, escrito en 1511. Este libro está dedicado a Tomás Moro. Se trata de una sátira a las costumbres retrógradas, las que, sin embargo, mantienen su vigencia. Es, al mismo tiempo, una propuesta de cambio, un canto a la libertad, al ingenio y a la rebeldía.

El libro fue titulado Morias Enkomiom, en griego; Stultitiae Laus, en latín, y traducido como Elogio de la locura, entendida ésta como estulticia o necedad. Se trata de un ensayo escrito hacia 1509 e impreso en 1511. Libro dedicado a su amigo Tomás Moro, con el que la palabra moria guarda una similitud de origen. Una de las cuestiones formales del ensayo que me llamó la atención es que está narrado en primera persona, por la propia Locura quien, poco a poco se va fundiendo, transfigurando, en el Erasmo satírico que desarrolla un ingenioso sarcasmo para mostrar la estupidez humana, marcada por la rigidez del pensamiento y la severidad de sus costumbres.

Locura repasa esos singulares personajes y muestra cuáles son sus principales debilidades. Así, los gramáticos viven de “mutuas alabanzas”, pero en cuanto alguno comete un error al usar un vocablo, ¡horror!, es una verdadera tragedia y entonces comienzan a brotar los denuestos, los insultos, etc. Dice Locura: “Y que me falta el favor de todos los gramáticos si exagero en lo más mínimo”. Pero no hay nada en el “ideal” de los gramáticos como alcanzar su máxima aspiración: “Vivir lo suficiente para determinar la manera de distinguir las ocho partes de la oración”. Según la Locura es casi motivo de guerra que se confunda una conjunción con un adverbio. Viven temerosos de que alguien descubra algo que les pueda quitar la gloria y la fama eternas.

Eso apenas es el comienzo, los poetas son otra especie muy parecida a la de los gramáticos. Los poetas son, según la obra, nuestros bardos contemporáneos, esas casi místicas santidades que sienten que son la mano que escribe lo que les dicta Dios. Al respecto, Locura expresa: “Es tan admirable su confianza en sí mismos, que con esa clase de composiciones se prometen alcanzar la inmortalidad y una vida igual a la de los dioses, e incluso lo prometen a los demás”. No hay pues, personajes “más devotos al Amor Propio y a la Devoción”. Locura también habla de los retóricos y acusa sus debilidades, sus torturas, sus envidias, etc. Habla del escritor, el que se siente más feliz cuanto más extravagante se muestra y acaba por referirse a los plagiarios, esos que “gozan” de la fama ajena pero, por lo mismo, perecedera. Locura comenta que: “Graciosísimo es ver que con mutuas epístolas, poesías y elogios se alaban recíprocamente los locos a los locos, y los ignorantes a los ignorantes”.

Con respecto de los jurisconsultos, dice la voz narrativa: “Se figuran, en efecto que todo lo que cuesta trabajo es excelente y meritorio” y agrega en esta misma lista a los dialécticos y a los sofistas, de los cuales “uno sólo podría superar en charlatanería a veinte mujeres escogidas y que sin embargo serían más felices si, en la misma medida que son charlatanes, no fueran también tan camorristas, que por cuestiones como la lana de cabra arman terribles peloteras”.

En seguida hacen presencia los religiosos o monjes (apartado que me causó risa loca) pues, me parece, que se centra en ellos las críticas más ácidas y los comentarios más burlescos, verdaderas bufonadas: “Estiman como signo de la más alta piedad estar en ayunos de toda clase de estudios que ni siquiera sepan leer”; viven fascinados pensando que vivir en la pobreza y andar pidiendo limosnas son actos piadosos; en cambio, a otros no les importa tomar vino y tener mujeres. Se solazan tratando de explicar, por ejemplo, el misterio del nombre de Jesús. En el que, a partir del análisis de las letras que lo componen, sueltan sesiones “sesudas” con las que intentan convencernos de cómo en el nombre de Jesús está implícita nuestra salvación al alejarnos del pecado.

Pasa luego a revisar las actitudes de los reyes y de los príncipes de la corte. De tal crítica extraigo dos ideas que, según mi punto de vista, están dedicadas a su amigo el Rey Carlos V: “Digo que es tan grande su responsabilidad, que, si los príncipes consultaran con su conciencia –los que tengan conciencia–, a mi juicio no podrían comer ni dormir en paz”. Pero la verdadera crítica es cuando expresa: “Creen los príncipes realizar plenamente su misión calzando de continuo, sosteniendo hermosos caballos, vendiendo a su gusto los cargos y las magistraturas, inventando cada día nuevos pretextos para absorber la fortuna de sus ciudadanos y hacerla revertir a su fisco, y encontrando oportunidad para crear títulos que, aunque sean sumamente inocuos, aporten, no obstante, cierta apariencia de justicia y de equidad. A ellos añaden, para atraérselas, algunos halagos a las masas populares”.

Al referirse a los cortesanos, Locura no tiene ningún empacho en señalar que: “Yo misma siento a veces verdaderas náuseas cuando veo entre esos pavos reales a una dama que se cree tanto más próxima a los dioses cuanto más larga es la cola que arrastra, o a un prócer que se abre paso a codazos para que se le vea más cerca de Júpiter, o cuando observo que cada cual está de sí mismo tanto más satisfecho cuanto más pesada es la cadena que se cuelga al cuello, cual si quisiera mostrar no tanto la riqueza como la robustez de espaldas”.

Ya imagina este juntapalabras que al leer los párrafos anteriores, usted pensó en muchos políticos, expresidentes, empresarios, poetas, lingüistas, mirreyes y mireinas, oportunistas, jueces y magistrados, gobernantes, candidatos que entregan bienes a cambio de votos.

Leer a Erasmo de Róterdam es viajar al pasado para reconocer nuestro presente.

Primera de dos partes

Según la definición de los estoicos, si la sabiduría

no es sino guiarse por la razón y, por el contrario,

la estulticia dejarse llevar por el arbitrio de las pasiones,

Júpiter, para que la vida humana no fuese irremediablemente

triste y severa, nos dio más inclinación a las pasiones que a la razón.

Erasmo de Róterdam

El Elogio de la locura es un ensayo escrito por Erasmo de Róterdam, escrito en 1511. Este libro está dedicado a Tomás Moro. Se trata de una sátira a las costumbres retrógradas, las que, sin embargo, mantienen su vigencia. Es, al mismo tiempo, una propuesta de cambio, un canto a la libertad, al ingenio y a la rebeldía.

El libro fue titulado Morias Enkomiom, en griego; Stultitiae Laus, en latín, y traducido como Elogio de la locura, entendida ésta como estulticia o necedad. Se trata de un ensayo escrito hacia 1509 e impreso en 1511. Libro dedicado a su amigo Tomás Moro, con el que la palabra moria guarda una similitud de origen. Una de las cuestiones formales del ensayo que me llamó la atención es que está narrado en primera persona, por la propia Locura quien, poco a poco se va fundiendo, transfigurando, en el Erasmo satírico que desarrolla un ingenioso sarcasmo para mostrar la estupidez humana, marcada por la rigidez del pensamiento y la severidad de sus costumbres.

Locura repasa esos singulares personajes y muestra cuáles son sus principales debilidades. Así, los gramáticos viven de “mutuas alabanzas”, pero en cuanto alguno comete un error al usar un vocablo, ¡horror!, es una verdadera tragedia y entonces comienzan a brotar los denuestos, los insultos, etc. Dice Locura: “Y que me falta el favor de todos los gramáticos si exagero en lo más mínimo”. Pero no hay nada en el “ideal” de los gramáticos como alcanzar su máxima aspiración: “Vivir lo suficiente para determinar la manera de distinguir las ocho partes de la oración”. Según la Locura es casi motivo de guerra que se confunda una conjunción con un adverbio. Viven temerosos de que alguien descubra algo que les pueda quitar la gloria y la fama eternas.

Eso apenas es el comienzo, los poetas son otra especie muy parecida a la de los gramáticos. Los poetas son, según la obra, nuestros bardos contemporáneos, esas casi místicas santidades que sienten que son la mano que escribe lo que les dicta Dios. Al respecto, Locura expresa: “Es tan admirable su confianza en sí mismos, que con esa clase de composiciones se prometen alcanzar la inmortalidad y una vida igual a la de los dioses, e incluso lo prometen a los demás”. No hay pues, personajes “más devotos al Amor Propio y a la Devoción”. Locura también habla de los retóricos y acusa sus debilidades, sus torturas, sus envidias, etc. Habla del escritor, el que se siente más feliz cuanto más extravagante se muestra y acaba por referirse a los plagiarios, esos que “gozan” de la fama ajena pero, por lo mismo, perecedera. Locura comenta que: “Graciosísimo es ver que con mutuas epístolas, poesías y elogios se alaban recíprocamente los locos a los locos, y los ignorantes a los ignorantes”.

Con respecto de los jurisconsultos, dice la voz narrativa: “Se figuran, en efecto que todo lo que cuesta trabajo es excelente y meritorio” y agrega en esta misma lista a los dialécticos y a los sofistas, de los cuales “uno sólo podría superar en charlatanería a veinte mujeres escogidas y que sin embargo serían más felices si, en la misma medida que son charlatanes, no fueran también tan camorristas, que por cuestiones como la lana de cabra arman terribles peloteras”.

En seguida hacen presencia los religiosos o monjes (apartado que me causó risa loca) pues, me parece, que se centra en ellos las críticas más ácidas y los comentarios más burlescos, verdaderas bufonadas: “Estiman como signo de la más alta piedad estar en ayunos de toda clase de estudios que ni siquiera sepan leer”; viven fascinados pensando que vivir en la pobreza y andar pidiendo limosnas son actos piadosos; en cambio, a otros no les importa tomar vino y tener mujeres. Se solazan tratando de explicar, por ejemplo, el misterio del nombre de Jesús. En el que, a partir del análisis de las letras que lo componen, sueltan sesiones “sesudas” con las que intentan convencernos de cómo en el nombre de Jesús está implícita nuestra salvación al alejarnos del pecado.

Pasa luego a revisar las actitudes de los reyes y de los príncipes de la corte. De tal crítica extraigo dos ideas que, según mi punto de vista, están dedicadas a su amigo el Rey Carlos V: “Digo que es tan grande su responsabilidad, que, si los príncipes consultaran con su conciencia –los que tengan conciencia–, a mi juicio no podrían comer ni dormir en paz”. Pero la verdadera crítica es cuando expresa: “Creen los príncipes realizar plenamente su misión calzando de continuo, sosteniendo hermosos caballos, vendiendo a su gusto los cargos y las magistraturas, inventando cada día nuevos pretextos para absorber la fortuna de sus ciudadanos y hacerla revertir a su fisco, y encontrando oportunidad para crear títulos que, aunque sean sumamente inocuos, aporten, no obstante, cierta apariencia de justicia y de equidad. A ellos añaden, para atraérselas, algunos halagos a las masas populares”.

Al referirse a los cortesanos, Locura no tiene ningún empacho en señalar que: “Yo misma siento a veces verdaderas náuseas cuando veo entre esos pavos reales a una dama que se cree tanto más próxima a los dioses cuanto más larga es la cola que arrastra, o a un prócer que se abre paso a codazos para que se le vea más cerca de Júpiter, o cuando observo que cada cual está de sí mismo tanto más satisfecho cuanto más pesada es la cadena que se cuelga al cuello, cual si quisiera mostrar no tanto la riqueza como la robustez de espaldas”.

Ya imagina este juntapalabras que al leer los párrafos anteriores, usted pensó en muchos políticos, expresidentes, empresarios, poetas, lingüistas, mirreyes y mireinas, oportunistas, jueces y magistrados, gobernantes, candidatos que entregan bienes a cambio de votos.

Leer a Erasmo de Róterdam es viajar al pasado para reconocer nuestro presente.