/ martes 22 de septiembre de 2020

Cambiavía | Eros medieval

Primera de dos partes

Es bien sabido que los factores que más influyeron en la Edad Media con respecto de la sexualidad fueron la iglesia y la medicina. Fe y ciencia, intentaron cada una mostrar diversos aspectos acerca de la sexualidad. Entre ambos, no obstante, se hacía presente la corrupción de las costumbres.

Así las cosas, la iglesia se empeñó en desarrollar modelos de ascetismo, austeridad y equilibrio. Luchó por restablecer en la sociedad esas condiciones que permitían un control y una vigilancia rigurosos e individualizados.

Para provocar esas modificaciones dentro del cristianismo se tuvieron que llevar a cabo modificaciones internas muy importantes y eso iba en contra de los principios bíblicos que guiaban la iglesia primitiva.

La iglesia de la alta edad media acentúo los deseos de humillación y derrota de cualquier cosa que tuviera que ver con el cuerpo. Eso contrastaba significativamente con el cristianismo temprano en el que, por el contrario, se lo dignificaba. Este cristianismo de la alta edad media se empeñaba en mirar al cuerpo humano como “un sucio costal de excrementos y orina”, el hombre se hallaba en su cuerpo como en “un baño de agua cenagosa”; ya entre los antiguos romanos, las personas se avergonzaban de haber nacido en un cuerpo humano e incluso les daba pena cuando debían comer, por eso, no es de extrañarse que “las necesidades de la carne” fueran vistas como una falta. Así que la sexualidad no podría ser la excepción.

La iglesia, en el pensamiento y en la acción de San Agustín, es con quien se consolida esa idea de identificar el pecado original: se peca cuando se cometen faltas a la carne; se peca cuando con el acto sexual, el tener sexo es el agente transmisor de la primera falta. Y de ahí para adelante, los que cometan acto sexual ya no serán candidatos ni al purgatorio, porque haber usado la carne de esa manera es haber iniciado un camino hacia el infierno: el pecado de la carne es la mismísima encarnación del mal.

Esa idea contrasta con otras civilizaciones y con otros tiempos, pues para esas culturas, el sexo por sí mismo no era visto como un mal, sino los excesos, lo que indicaba una derrota de uno mismo al no saber controlarse; es decir, el paganismo no condena el acto sexual per se, sino el fracaso en la vigilancia que sobre uno mismo debe ejercerse. En ese sentido, la sexualidad estaba gobernada por profundas restricciones del honor y del equilibrio, lo cual contrasta ampliamente con el cristianismo medieval en el rechazo al placer y a la asociación entre la carne y el pecado.

Así era visto también el matrimonio: un medio para la fornicación, duramente tratada, pues primaba la continencia, entonces más o menos se justificaba la sexualidad, pues se trataba de procrear, no de sentir placer. Por eso un “adúltero” era un esposo enamorado que se comportaba “demasiado ardiente” con su esposa. Aquí es necesario aclarar que por “enamorado” quería significar que se trataba de una persona disoluta, libertina, lujuriosa y apasionada. ¡Uf!

Otra idea que predominaba en la época era que el matrimonio era una vía fácil para el amor desmesurado, es decir, que se prefería a la mujer y no a Dios. Quiere decir también que se prefiere una unión temporal y no una unión eterna. Por eso, y aunque no lo crea, la iglesia medieval le solicita a los esposos que alcancen una unión “sin placer”, aunque bien se sabe que la procreación no se origina sin la relación carnal, de todos modos a los esposos se les pedía que su unión se realizara sin el “fuego del deseo”.

Besitos a los niños, a las niñas azules, a las mariposas amarillas y mi gaviota que por estos días se desliza feliz entre mar y cielo.

La iglesia de la alta edad media acentúo los deseos de humillación y derrota de cualquier cosa que tuviera que ver con el cuerpo. Eso contrastaba significativamente con el cristianismo temprano en el que, por el contrario, se lo dignificaba

Primera de dos partes

Es bien sabido que los factores que más influyeron en la Edad Media con respecto de la sexualidad fueron la iglesia y la medicina. Fe y ciencia, intentaron cada una mostrar diversos aspectos acerca de la sexualidad. Entre ambos, no obstante, se hacía presente la corrupción de las costumbres.

Así las cosas, la iglesia se empeñó en desarrollar modelos de ascetismo, austeridad y equilibrio. Luchó por restablecer en la sociedad esas condiciones que permitían un control y una vigilancia rigurosos e individualizados.

Para provocar esas modificaciones dentro del cristianismo se tuvieron que llevar a cabo modificaciones internas muy importantes y eso iba en contra de los principios bíblicos que guiaban la iglesia primitiva.

La iglesia de la alta edad media acentúo los deseos de humillación y derrota de cualquier cosa que tuviera que ver con el cuerpo. Eso contrastaba significativamente con el cristianismo temprano en el que, por el contrario, se lo dignificaba. Este cristianismo de la alta edad media se empeñaba en mirar al cuerpo humano como “un sucio costal de excrementos y orina”, el hombre se hallaba en su cuerpo como en “un baño de agua cenagosa”; ya entre los antiguos romanos, las personas se avergonzaban de haber nacido en un cuerpo humano e incluso les daba pena cuando debían comer, por eso, no es de extrañarse que “las necesidades de la carne” fueran vistas como una falta. Así que la sexualidad no podría ser la excepción.

La iglesia, en el pensamiento y en la acción de San Agustín, es con quien se consolida esa idea de identificar el pecado original: se peca cuando se cometen faltas a la carne; se peca cuando con el acto sexual, el tener sexo es el agente transmisor de la primera falta. Y de ahí para adelante, los que cometan acto sexual ya no serán candidatos ni al purgatorio, porque haber usado la carne de esa manera es haber iniciado un camino hacia el infierno: el pecado de la carne es la mismísima encarnación del mal.

Esa idea contrasta con otras civilizaciones y con otros tiempos, pues para esas culturas, el sexo por sí mismo no era visto como un mal, sino los excesos, lo que indicaba una derrota de uno mismo al no saber controlarse; es decir, el paganismo no condena el acto sexual per se, sino el fracaso en la vigilancia que sobre uno mismo debe ejercerse. En ese sentido, la sexualidad estaba gobernada por profundas restricciones del honor y del equilibrio, lo cual contrasta ampliamente con el cristianismo medieval en el rechazo al placer y a la asociación entre la carne y el pecado.

Así era visto también el matrimonio: un medio para la fornicación, duramente tratada, pues primaba la continencia, entonces más o menos se justificaba la sexualidad, pues se trataba de procrear, no de sentir placer. Por eso un “adúltero” era un esposo enamorado que se comportaba “demasiado ardiente” con su esposa. Aquí es necesario aclarar que por “enamorado” quería significar que se trataba de una persona disoluta, libertina, lujuriosa y apasionada. ¡Uf!

Otra idea que predominaba en la época era que el matrimonio era una vía fácil para el amor desmesurado, es decir, que se prefería a la mujer y no a Dios. Quiere decir también que se prefiere una unión temporal y no una unión eterna. Por eso, y aunque no lo crea, la iglesia medieval le solicita a los esposos que alcancen una unión “sin placer”, aunque bien se sabe que la procreación no se origina sin la relación carnal, de todos modos a los esposos se les pedía que su unión se realizara sin el “fuego del deseo”.

Besitos a los niños, a las niñas azules, a las mariposas amarillas y mi gaviota que por estos días se desliza feliz entre mar y cielo.

La iglesia de la alta edad media acentúo los deseos de humillación y derrota de cualquier cosa que tuviera que ver con el cuerpo. Eso contrastaba significativamente con el cristianismo temprano en el que, por el contrario, se lo dignificaba