/ martes 3 de agosto de 2021

Cambiavía | La alfabetización en la recuperación de la tradición oral prehispánica

Controvertida resultó la actividad alfabetizadora de los conquistadores y los misioneros. Se sabe que muchos de ellos destruyeron toda evidencia escrita de la vida y obra de las culturas mesoamericanas. Hubo otros españoles que manifestaron una verdadera preocupación por recuperar esa rica veta histórica y literaria.

Del lado de los indígenas también existió la preocupación por preservar su acervo, sus tradiciones y su cultura. Eso posibilitó que se pudiera recuperar una cantidad muy importante de tradición oral que, entre otros, reúne tratados de conocimiento nahua sobre los más variados temas, fuente preciosa para la historia de esa civilización. Lo mismo ocurrió con las culturas maya y quechua. Lo que se puede valorar, es el papel de los alfabetizadores que hicieron posible la recuperación de una muy importante cantidad de oralidad que, de otro modo, se hubiera perdido. Por eso se planteó como prioritario el papel de la alfabetización. Era indispensable transcribir para evangelizar. Por eso, y luego de múltiples intentos, surgió la necesidad de establecer un sistema de representación escrita y para ello se recurrió al alfabeto fonético latino, a veces con mucho éxito y a veces menos, todo dependiendo de la lengua de la que se trataba.

Como se puede inferir, dicha labor no fue una tarea sencilla. Por el contrario, la trascripción generó una serie de situaciones como la de establecer las categorías gramaticales, el papel de los afijos y los mecanismos de aglutinación. Sorprende pues, que apenas unos cuantos años después de la conquista ya se contara con las memorias de la conquista: Anales de Tlatelolco, así como Gramáticas y Artes. La alfabetización se llevó a cabo con mucho éxito y para finales del siglo XVII, prácticamente todas las lenguas de América habían sido dotadas con un alfabeto latino.

Vale recordar que la obra alfabetizadora se llevó a cabo durante los primeros meses posteriores a la conquista. Ello generó que surgieran serias dudas acerca de la autenticidad de la literatura prehispánica rescatada por los españoles. Es imposible saber el grado de “contaminación” que pudieron haber tenido las obras literarias, pues al transcribirlas, al rescatarlas de la oralidad era imposible que el resultado final no incluyera el sentido, la idea, de quien transcribía. Sabemos que, de hecho, cualquier traducción, es una reconstrucción, una nueva obra, que se asemeja al original, pero que ya no es la misma.

A pesar de esa condición, se considera como muy valiosa la recuperación de obras tan importantes como el Popol Vuh, los Huehuetlatolli, el Chilam Balam, así como los textos históricos que dan cuenta de la historia de las naciones prehispánicas.

Vale recordar que poco tiempo después de la caída de Tenochtitlán en 1521, los frailes españoles adiestraron a los tlacuilos (escribas) en el uso del alfabeto latino. Ellos fueron los que escribieron las primeras versiones de la conquista en náhuatl, sin dejar de lado su antiguo sistema de representación pictórico. Décadas después, los autores nativos se dieron a la tarea de contar la historia, escribiendo directamente en español. Tal es el caso de Hernando de Alvarado Tezozomoc, autor de la Crónica Mexicana, en el que da cuenta de la historia prehispánica nahua hasta finales del siglo XVI. De acuerdo con Mario Mariscal, la obra fue escrita originalmente en náhuatl y posteriormente traducida por el propio Alvarado Tezozomoc o por algún traductor anónimo. Lo cierto es que la crónica contiene numerosas repeticiones de palabras que posiblemente aludieran a denominaciones homónimas en la versión del náhuatl, además están presentes estructuras sintácticas que no concuerdan con el estilo narrativo utilizado a finales del siglo XVI. Como quiera que haya sido, lo cierto es que se trata de una obra muy importante pues, de alguna manera, refleja el estilo narrativo náhuatl. El otro gran historiador es Fernando de Alva Ixtlixóchitl, autor de la Relación histórica de la nación tulteca y de la Historia chichimeca, cuyo título original es desconocido, este nombre fue impuesto por Carlos de Sigüenza y Góngora; luego, Lorenzo Boturini la rebautizó como Historia general de la Nueva España. Alva Ixtlixóchitl cuenta en esta obra la historia indígena antes de la llegada de los españoles, y en la que explicó que sus fuentes eran las auténticas, tomadas de las pinturas y caracteres con que están escritas y memorizadas.

En lo que respecta a los pueblos andinos, los antiguos kipucamayo (maestros en el uso de las cuerdas anudadas) pudieron transmitir su legado inca en alfabetización alfabética, prácticamente desde los primeros años de la conquista. Hacia 1542, el gobernador Vaca de Castro ordenó que se hiciera una investigación de la historia inca con el apoyo de informantes indios. Fue así que se escribió la Relación del origen y descendencia de los incas, redactada por cuatro kipucamayo, de los cuales solo se conoce la identidad de dos: Collapiña y Supno. Con toda la salvedad que una traducción representa, se pueden apreciar reminiscencias de la versión oral quechua original del kipucamayo en la versión en prosa española en la que se transformó. Existe la hipótesis de que la información contenida en cada “quipu” se organizaba en secuencias de acciones y caracteres; así, la “lectura” de nudos y cuerdas se llevaba a cabo mediante el uso de fórmulas y estructuras repetitivas en quechua tradicional, el estilo oral, pues. Una característica sobresaliente consiste en observar que cada una de las biografías de los incas inicia y concluye de manera muy semejante; las estructuras sintácticas de la versión española coinciden con el de la sintaxis quechua, por ejemplo, colocar primero los modificadores y luego el verbo, en el predicado.

La convivencia de las dos culturas propició que ambas se enriquecieran, aunque finalmente haya predominado la herencia española. Sin embargo, la rica tradición oral de las civilizaciones prehispánicas dejó su huella en las obras literarias que se escribieron en los siglos posteriores. El mestizaje propicio que las literaturas americanas se desarrollaran y produjeran grandes obras, como las del Inca Garcilaso de la Vega, las de los cronistas indígenas y españoles. Hasta llegar a personajes como Sor Juana Inés de la Cruz, quien, se sabe, habría escrito algunas obras, en donde recupera la antigua sabiduría de nuestros antepasados. Somos producto de esa herencia literaria a la que en los siglos posteriores habrá de sumarse la obra de grandes escritoras y escritores que han engrandecido las letras mexicanas.

Besitos a las mariposas amarillas, a las niñas azules y mi gaviota que se alista a volar por llanuras y bosques.

Poco tiempo después de la caída de Tenochtitlan en 1521, los frailes españoles adiestraron a los tlacuilos (escribas) en el uso del alfabeto latino.

Controvertida resultó la actividad alfabetizadora de los conquistadores y los misioneros. Se sabe que muchos de ellos destruyeron toda evidencia escrita de la vida y obra de las culturas mesoamericanas. Hubo otros españoles que manifestaron una verdadera preocupación por recuperar esa rica veta histórica y literaria.

Del lado de los indígenas también existió la preocupación por preservar su acervo, sus tradiciones y su cultura. Eso posibilitó que se pudiera recuperar una cantidad muy importante de tradición oral que, entre otros, reúne tratados de conocimiento nahua sobre los más variados temas, fuente preciosa para la historia de esa civilización. Lo mismo ocurrió con las culturas maya y quechua. Lo que se puede valorar, es el papel de los alfabetizadores que hicieron posible la recuperación de una muy importante cantidad de oralidad que, de otro modo, se hubiera perdido. Por eso se planteó como prioritario el papel de la alfabetización. Era indispensable transcribir para evangelizar. Por eso, y luego de múltiples intentos, surgió la necesidad de establecer un sistema de representación escrita y para ello se recurrió al alfabeto fonético latino, a veces con mucho éxito y a veces menos, todo dependiendo de la lengua de la que se trataba.

Como se puede inferir, dicha labor no fue una tarea sencilla. Por el contrario, la trascripción generó una serie de situaciones como la de establecer las categorías gramaticales, el papel de los afijos y los mecanismos de aglutinación. Sorprende pues, que apenas unos cuantos años después de la conquista ya se contara con las memorias de la conquista: Anales de Tlatelolco, así como Gramáticas y Artes. La alfabetización se llevó a cabo con mucho éxito y para finales del siglo XVII, prácticamente todas las lenguas de América habían sido dotadas con un alfabeto latino.

Vale recordar que la obra alfabetizadora se llevó a cabo durante los primeros meses posteriores a la conquista. Ello generó que surgieran serias dudas acerca de la autenticidad de la literatura prehispánica rescatada por los españoles. Es imposible saber el grado de “contaminación” que pudieron haber tenido las obras literarias, pues al transcribirlas, al rescatarlas de la oralidad era imposible que el resultado final no incluyera el sentido, la idea, de quien transcribía. Sabemos que, de hecho, cualquier traducción, es una reconstrucción, una nueva obra, que se asemeja al original, pero que ya no es la misma.

A pesar de esa condición, se considera como muy valiosa la recuperación de obras tan importantes como el Popol Vuh, los Huehuetlatolli, el Chilam Balam, así como los textos históricos que dan cuenta de la historia de las naciones prehispánicas.

Vale recordar que poco tiempo después de la caída de Tenochtitlán en 1521, los frailes españoles adiestraron a los tlacuilos (escribas) en el uso del alfabeto latino. Ellos fueron los que escribieron las primeras versiones de la conquista en náhuatl, sin dejar de lado su antiguo sistema de representación pictórico. Décadas después, los autores nativos se dieron a la tarea de contar la historia, escribiendo directamente en español. Tal es el caso de Hernando de Alvarado Tezozomoc, autor de la Crónica Mexicana, en el que da cuenta de la historia prehispánica nahua hasta finales del siglo XVI. De acuerdo con Mario Mariscal, la obra fue escrita originalmente en náhuatl y posteriormente traducida por el propio Alvarado Tezozomoc o por algún traductor anónimo. Lo cierto es que la crónica contiene numerosas repeticiones de palabras que posiblemente aludieran a denominaciones homónimas en la versión del náhuatl, además están presentes estructuras sintácticas que no concuerdan con el estilo narrativo utilizado a finales del siglo XVI. Como quiera que haya sido, lo cierto es que se trata de una obra muy importante pues, de alguna manera, refleja el estilo narrativo náhuatl. El otro gran historiador es Fernando de Alva Ixtlixóchitl, autor de la Relación histórica de la nación tulteca y de la Historia chichimeca, cuyo título original es desconocido, este nombre fue impuesto por Carlos de Sigüenza y Góngora; luego, Lorenzo Boturini la rebautizó como Historia general de la Nueva España. Alva Ixtlixóchitl cuenta en esta obra la historia indígena antes de la llegada de los españoles, y en la que explicó que sus fuentes eran las auténticas, tomadas de las pinturas y caracteres con que están escritas y memorizadas.

En lo que respecta a los pueblos andinos, los antiguos kipucamayo (maestros en el uso de las cuerdas anudadas) pudieron transmitir su legado inca en alfabetización alfabética, prácticamente desde los primeros años de la conquista. Hacia 1542, el gobernador Vaca de Castro ordenó que se hiciera una investigación de la historia inca con el apoyo de informantes indios. Fue así que se escribió la Relación del origen y descendencia de los incas, redactada por cuatro kipucamayo, de los cuales solo se conoce la identidad de dos: Collapiña y Supno. Con toda la salvedad que una traducción representa, se pueden apreciar reminiscencias de la versión oral quechua original del kipucamayo en la versión en prosa española en la que se transformó. Existe la hipótesis de que la información contenida en cada “quipu” se organizaba en secuencias de acciones y caracteres; así, la “lectura” de nudos y cuerdas se llevaba a cabo mediante el uso de fórmulas y estructuras repetitivas en quechua tradicional, el estilo oral, pues. Una característica sobresaliente consiste en observar que cada una de las biografías de los incas inicia y concluye de manera muy semejante; las estructuras sintácticas de la versión española coinciden con el de la sintaxis quechua, por ejemplo, colocar primero los modificadores y luego el verbo, en el predicado.

La convivencia de las dos culturas propició que ambas se enriquecieran, aunque finalmente haya predominado la herencia española. Sin embargo, la rica tradición oral de las civilizaciones prehispánicas dejó su huella en las obras literarias que se escribieron en los siglos posteriores. El mestizaje propicio que las literaturas americanas se desarrollaran y produjeran grandes obras, como las del Inca Garcilaso de la Vega, las de los cronistas indígenas y españoles. Hasta llegar a personajes como Sor Juana Inés de la Cruz, quien, se sabe, habría escrito algunas obras, en donde recupera la antigua sabiduría de nuestros antepasados. Somos producto de esa herencia literaria a la que en los siglos posteriores habrá de sumarse la obra de grandes escritoras y escritores que han engrandecido las letras mexicanas.

Besitos a las mariposas amarillas, a las niñas azules y mi gaviota que se alista a volar por llanuras y bosques.

Poco tiempo después de la caída de Tenochtitlan en 1521, los frailes españoles adiestraron a los tlacuilos (escribas) en el uso del alfabeto latino.