/ martes 27 de julio de 2021

Cambiavía | Literatura en la América prehispánica

Sin duda, un asunto aún no resuelto por la teoría consiste en intentar definir qué es literatura. Para ello se han realizado innumerables estudios con la finalidad de establecer leyes generales a través de las cuales se pueda estudiar la obra literaria. En este sentido, una de las cuestiones más discutidas es intentar una caracterización de las obras que, sin tener un sustento escrito, sean consideradas como literatura.

Al respecto, Georges Baudot plantea que: “La existencia de escritura no implica necesariamente la existencia de una literatura, ni la ausencia supone la negación de la creación verbal imaginativa”; es decir, que si bien la literatura prehispánica no fue “escrita”, resulta que la oralidad es uno de los acervos más importantes del cuadro literario. Ahora bien, para garantizar que dicha tradición literaria oral no se perdiera o se distorsionara era necesario recurrir a la mnemotécnica. Eso obligaba a que la obra literaria fuera producida de tal manera que favoreciera la memorización.

Por otra parte, se sabe que existían en las naciones precolombinas ciertos tipos de escritura. Ésta aparece a través de los jeroglíficos o de los pictogramas, verdaderos sistemas de significación gráfica. También debemos decir que la concepción de una escritura para los pueblos del sur del continente es más complicada. La discusión fundamentalmente se centra en dilucidar si el “quipu” era solamente un instrumento para llevar las “cuentas” o si, por el contrario, se trataba de un sistema mnemotécnico que habría servido “para recoger información histórica, geográfica o jurídica”, de tal suerte que hasta la fecha es imposible saber a ciencia cierta si las culturas andinas poseían una escritura, pues no existen registros que así lo demuestren.

Por su parte, Rudolf Grossman, en su Historia y problemas de la literatura latinoamericana opina que: “la literatura precolombina carecía de cohesión integral”, lo que la diferencia de la que sí se dio, en los tiempos posteriores a la conquista. Pero no podemos dejar de lado el hecho de que dichas literaturas “ostentan un pronunciado sentido del simbolismo (de los colores, números y puntos cardinales), y en su relación con la vivencia espacial-temporal del culto al sol, los primeros principios del pensar metafísico”.

Las culturas, principalmente las mesoamericanas, tenían procesos encaminados hacia la constitución de una escritura que podría haber sido aglutinante, ideográfica, pictográfica y fonética. Sin embargo, para garantizar la permanencia de la literatura oral, era necesario recurrir a la memoria, pues dicha escritura no tenía los sistemas suficientes para registrar íntegramente el lenguaje hablado. Los nobles, los estudiantes del Calmécac, tenían encomendada esa labor, como parte de su formación. Si los tlacuilos eran los encargados de preservar en los códices la cultura y la historia de los pueblos, los nobles debían memorizar con toda exactitud la rica obra literaria. Una forma de apropiarse de la información era, desde luego, utilizando recursos que les facilitaran su memorización. Uno de los más frecuentes era el de incorporar en la oralidad el “paralelismo”, es decir, la repetición de ciertas partes del texto. “Lo esencial de la literatura, poemas, narraciones históricas, ejercicios retóricos se aprendían de memoria, y la escritura servía de memento (la cursiva es de este pisateclas)”. Este es, a grandes rasgos, el sistema que usaron las culturas prehispánicas para preservar su literatura.

Esa era la técnica, pero no era fácil, no se permitían los errores, las tergiversaciones. Quizá por eso, las representaciones en las que se “cantaba” la palabra, incluía un director, un director de escena, uno de escenografía, y a los propios “oradores”.

Sobre los posibles “géneros literarios” que se desarrollaron durante la época prehispánica es importante aclarar que dicha clasificación se corresponde con los referentes europeos y su desarrollo literario. Así que existen obras a las que se las considera “didácticas” por su contenido, más que por su estructura. Lo mismo ocurre con la poesía: se supone que la obra poética incluía una distribución estrófica, una rima; se trata de una adaptación de la obra literaria a los conceptos europeos de género. Otra cuestión radica en la imposibilidad de ubicar temporalmente las fechas de creación. Pues al no existir un registro escrito, es imposible aventurar fechas, salvo los casos bien documentados, como el de Nezahualcóyotl.

Hasta dónde se sabe la “lírica” no era algo personal, quiero decir que no se trataba de destacar al individuo, al ser creador, sino que lo importante era el texto mismo. Los temas son el trabajo y la canción de amor. Los cantos al trabajo eran matizados rítmicamente. Una de las expresiones amorosas es el “Yarawí” (quechua: harahuí), un canto más bien dulce, cuya temática se centraba en los celos o en el amante no correspondido.

Con respecto de la “épica”, sobresalen los himnos, recitados en las grandes fiestas públicas o ante huéspedes ilustres, que incluían danzas solemnes y procesiones. Dichos cantos eran dedicados a las deidades del maíz, de la tierra y del amor. Según Grossman: “La auténtica poesía épica de América antigua habrá de buscarse en los mitos heroicos, muy divulgados, como también en las leyendas de la creación, del origen y de la estirpe”. Los temas recurrentes refieren el mito de la creación del mundo, las pruebas a las que deben someterse los héroes, los mitos sobre la creación del ser humano. Las obras representativas son, por ejemplo, el Popol Vuh, Quetzalcóatl, Huiracocha.

La poesía didáctica (cuentos, fábulas, adivinanzas y parábolas) contiene características muy particulares. Por ejemplo, la finalidad de los relatos consiste en establecer un juego de contrarios: inteligencia-necedad, destreza-torpeza. En esas obras se aprecia cómo la obra literaria permitía despojar a los reyes-sacerdotes de su naturaleza, así como una incipiente crítica contra la conducta de la clase dominante.

Finalmente podemos hablar del “drama”. Se trata de la celebración de rituales en los que la historia solía ser acompañada con música y danza; verdaderos espectáculos que incorporaban varias disciplinas. Para esas representaciones era indispensable el uso de la máscara, varias personas representaban a un mismo personaje, un poco al estilo del teatro griego.

Afortunadamente se ha rescatado la obra representativa del género: El Rabinal Achí, de los maya-quiché, recuperado por Brasseur de Bourbourog. Se la ha dividido en cuatro escenas, con danzas y cantos entre los que se incorporan los diálogos de los personajes. Es en suma, una obra en la que se incorpora una “intención estilística”, derivada del paralelismo solemne utilizado en la construcción de las frases.

En la siguiente entrega, seguiremos hablando del importante legado literario prehispánico. Mientras tanto enviamos besitos a las niñas azules, a las mariposas amarillas y mi gaviota que suele contemplar atardeceres de fuego en Miramar.

Sin duda, un asunto aún no resuelto por la teoría consiste en intentar definir qué es literatura. Para ello se han realizado innumerables estudios con la finalidad de establecer leyes generales a través de las cuales se pueda estudiar la obra literaria. En este sentido, una de las cuestiones más discutidas es intentar una caracterización de las obras que, sin tener un sustento escrito, sean consideradas como literatura.

Al respecto, Georges Baudot plantea que: “La existencia de escritura no implica necesariamente la existencia de una literatura, ni la ausencia supone la negación de la creación verbal imaginativa”; es decir, que si bien la literatura prehispánica no fue “escrita”, resulta que la oralidad es uno de los acervos más importantes del cuadro literario. Ahora bien, para garantizar que dicha tradición literaria oral no se perdiera o se distorsionara era necesario recurrir a la mnemotécnica. Eso obligaba a que la obra literaria fuera producida de tal manera que favoreciera la memorización.

Por otra parte, se sabe que existían en las naciones precolombinas ciertos tipos de escritura. Ésta aparece a través de los jeroglíficos o de los pictogramas, verdaderos sistemas de significación gráfica. También debemos decir que la concepción de una escritura para los pueblos del sur del continente es más complicada. La discusión fundamentalmente se centra en dilucidar si el “quipu” era solamente un instrumento para llevar las “cuentas” o si, por el contrario, se trataba de un sistema mnemotécnico que habría servido “para recoger información histórica, geográfica o jurídica”, de tal suerte que hasta la fecha es imposible saber a ciencia cierta si las culturas andinas poseían una escritura, pues no existen registros que así lo demuestren.

Por su parte, Rudolf Grossman, en su Historia y problemas de la literatura latinoamericana opina que: “la literatura precolombina carecía de cohesión integral”, lo que la diferencia de la que sí se dio, en los tiempos posteriores a la conquista. Pero no podemos dejar de lado el hecho de que dichas literaturas “ostentan un pronunciado sentido del simbolismo (de los colores, números y puntos cardinales), y en su relación con la vivencia espacial-temporal del culto al sol, los primeros principios del pensar metafísico”.

Las culturas, principalmente las mesoamericanas, tenían procesos encaminados hacia la constitución de una escritura que podría haber sido aglutinante, ideográfica, pictográfica y fonética. Sin embargo, para garantizar la permanencia de la literatura oral, era necesario recurrir a la memoria, pues dicha escritura no tenía los sistemas suficientes para registrar íntegramente el lenguaje hablado. Los nobles, los estudiantes del Calmécac, tenían encomendada esa labor, como parte de su formación. Si los tlacuilos eran los encargados de preservar en los códices la cultura y la historia de los pueblos, los nobles debían memorizar con toda exactitud la rica obra literaria. Una forma de apropiarse de la información era, desde luego, utilizando recursos que les facilitaran su memorización. Uno de los más frecuentes era el de incorporar en la oralidad el “paralelismo”, es decir, la repetición de ciertas partes del texto. “Lo esencial de la literatura, poemas, narraciones históricas, ejercicios retóricos se aprendían de memoria, y la escritura servía de memento (la cursiva es de este pisateclas)”. Este es, a grandes rasgos, el sistema que usaron las culturas prehispánicas para preservar su literatura.

Esa era la técnica, pero no era fácil, no se permitían los errores, las tergiversaciones. Quizá por eso, las representaciones en las que se “cantaba” la palabra, incluía un director, un director de escena, uno de escenografía, y a los propios “oradores”.

Sobre los posibles “géneros literarios” que se desarrollaron durante la época prehispánica es importante aclarar que dicha clasificación se corresponde con los referentes europeos y su desarrollo literario. Así que existen obras a las que se las considera “didácticas” por su contenido, más que por su estructura. Lo mismo ocurre con la poesía: se supone que la obra poética incluía una distribución estrófica, una rima; se trata de una adaptación de la obra literaria a los conceptos europeos de género. Otra cuestión radica en la imposibilidad de ubicar temporalmente las fechas de creación. Pues al no existir un registro escrito, es imposible aventurar fechas, salvo los casos bien documentados, como el de Nezahualcóyotl.

Hasta dónde se sabe la “lírica” no era algo personal, quiero decir que no se trataba de destacar al individuo, al ser creador, sino que lo importante era el texto mismo. Los temas son el trabajo y la canción de amor. Los cantos al trabajo eran matizados rítmicamente. Una de las expresiones amorosas es el “Yarawí” (quechua: harahuí), un canto más bien dulce, cuya temática se centraba en los celos o en el amante no correspondido.

Con respecto de la “épica”, sobresalen los himnos, recitados en las grandes fiestas públicas o ante huéspedes ilustres, que incluían danzas solemnes y procesiones. Dichos cantos eran dedicados a las deidades del maíz, de la tierra y del amor. Según Grossman: “La auténtica poesía épica de América antigua habrá de buscarse en los mitos heroicos, muy divulgados, como también en las leyendas de la creación, del origen y de la estirpe”. Los temas recurrentes refieren el mito de la creación del mundo, las pruebas a las que deben someterse los héroes, los mitos sobre la creación del ser humano. Las obras representativas son, por ejemplo, el Popol Vuh, Quetzalcóatl, Huiracocha.

La poesía didáctica (cuentos, fábulas, adivinanzas y parábolas) contiene características muy particulares. Por ejemplo, la finalidad de los relatos consiste en establecer un juego de contrarios: inteligencia-necedad, destreza-torpeza. En esas obras se aprecia cómo la obra literaria permitía despojar a los reyes-sacerdotes de su naturaleza, así como una incipiente crítica contra la conducta de la clase dominante.

Finalmente podemos hablar del “drama”. Se trata de la celebración de rituales en los que la historia solía ser acompañada con música y danza; verdaderos espectáculos que incorporaban varias disciplinas. Para esas representaciones era indispensable el uso de la máscara, varias personas representaban a un mismo personaje, un poco al estilo del teatro griego.

Afortunadamente se ha rescatado la obra representativa del género: El Rabinal Achí, de los maya-quiché, recuperado por Brasseur de Bourbourog. Se la ha dividido en cuatro escenas, con danzas y cantos entre los que se incorporan los diálogos de los personajes. Es en suma, una obra en la que se incorpora una “intención estilística”, derivada del paralelismo solemne utilizado en la construcción de las frases.

En la siguiente entrega, seguiremos hablando del importante legado literario prehispánico. Mientras tanto enviamos besitos a las niñas azules, a las mariposas amarillas y mi gaviota que suele contemplar atardeceres de fuego en Miramar.