/ martes 14 de julio de 2020

Cambiavía | Soldados de Salamina (segunda parte)

Segunda y última

Cuando siente que las cosas internas empiezan a ser mejores (acepta el amor de Conchi), cuando profesionalmente le va mejor (escribe un artículo periodístico sobre el sesenta aniversario de la guerra civil, que es bien recibido), decide escribir un libro: “…decidí que, después de casi diez años sin escribir un libro, había llegado el momento de intentarlo de nuevo, y decidí también que el libro que iba a escribir no sería una novela, sino sólo un relato real, un relato cosido a la realidad, amasado con hechos y personajes reales, un relato que estaría centrado en el fusilamiento de Sánchez”.

Siguiendo con este esquema de la literatura dentro de la literatura nos revela cómo es que se gesta el título de la novela: “Antes de marcharse, Sánchez Mazas nos dijo que iba a escribir un libro sobre todo aquello, un libro en el que apareceríamos nosotros. Iba a llamarse Soldados de Salamina; un título raro, ¿no?”.

Se da cuenta que se encuentra ante la posibilidad de no desengañar al anciano sobreviviente de la guerra civil, entonces decide, en un rasgo sentimental, escribir el libro: “Al día siguiente, apenas llegué al periódico, fui al despacho del director y negocié un permiso. —¿Qué? —preguntó irónico—. ¿Otra novela? —No —contesté, satisfecho—. Un relato real. Le expliqué de qué iba mi relato real. —Me gusta —dijo—. ¿Ya tienes título? —Creo que sí —contesté—. Soldados de Salamina.”

Así es como asume el reto de hacer suyo el proyecto inacabado del luchador falangista Sánchez Mazas. Escribe Soldados de Salamina, que en la novela ocupa la segunda parte del libro. Pero Javier Cercas (el personaje) siente que está inacabada, incompleta, “le falta una pieza”, “está cojo”. Aquí viene de nuevo una caída. Decide abandonar y se siente de nuevo con el ánimo destrozado, peor que al inicio de la narración: “Pasé las dos semanas siguientes sentado en un sillón, frente al televisor apagado. Que yo recuerde, no pensaba en nada, ni siquiera en mi padre; tampoco en mi primera mujer”.

La presencia de Roberto Bolaño (es entrevistado por Cercas), le dará un nuevo impulso a su trabajo, pues Bolaño lo trata como a uno de sus pares, lo llama “escritor”; él es quien le empuja a continuar su proyecto narrativo; además le proporciona una pista muy importante: le comenta sobre la existencia de un soldado republicano curtido en varias guerras, que cantaba emocionado un pasodoble; Cercas supone que ese soldado no es otro que aquél que le perdonara la vida a Sánchez Mazas.

“Y en aquel momento, con al engañosa pero aplastante lucidez del insomnio, como quien encuentra por un azar inverosímil y cuando ya había abandonado la búsqueda (porque uno nunca encuentra lo que busca, sino lo que la realidad le entrega) la pieza que faltaba para que un mecanismo completo pero incapaz desempeñe la función para la que ha sido ideado, me oí murmurar en el silencio sin luz del dormitorio: ‘Es él’”. Cuando por fin encuentra al viejo Miralles, cuenta con todo lo necesario para terminar el libro. La charla con Miralles le permite saber, por fin, que él no es aquél famoso soldado republicano. No obstante dicha conversación le proporciona la clave temática con la que circula todo el relato. Miralles, antes que nada, se lamenta del olvido, el país no agradece el sacrificio de sus combatientes, cosa que se traduce, de muchos modos, en un olvido, en una muerte social. Miralles evoca a sus compañeros caídos en la guerra, compañeros de los que nadie, salvo él, recuerda. Cercas encuentra en esa circunstancia la posibilidad de convertirse en un hilo por el que se puedan rescatar los héroes anónimos, el batallón de soldados que salvan las civilizaciones. Esos hombres que deben ser recordados para no morir del todo, y para eso, nada mejor que su libro:

“…Allí vi de golpe mi libro, el libro que desde hacía años venía persiguiendo, lo vi entero, acabado, desde el principio hasta el final, desde la primera hasta la última línea, allí supe que aunque en ningún lugar de ninguna ciudad, de ninguna mierda de país, fuera a haber nunca una calle que llevara el nombre de Miralles, mientras yo contase su historia Miralles seguiría de algún modo viviendo y seguirían viviendo también, siempre que yo hablase de ellos…”. Este casi es el final de la historia. Las últimas líneas se resuelven en una especie de epifanía, de simbolismo, en el que se dibuja una esperanza, la del soldado, quien quiera que sea este, “joven, desarrapado, polvoriento y anónimo”, salvador de la humanidad, siempre que sea hacia delante, siempre hacía delante”.

Novela deslumbrante, innovadora. Soldados de Salamina catapultó la carrera de uno de los escritores más prestigiados de la narrativa actual española. Hay en esta novela, no muy extensa, reflexiones, sensibilidad, metaliteratura, historia y un merecido homenaje a los soldados desconocidos, un trabajo valioso que Usted no debe perderse.

Segunda y última

Cuando siente que las cosas internas empiezan a ser mejores (acepta el amor de Conchi), cuando profesionalmente le va mejor (escribe un artículo periodístico sobre el sesenta aniversario de la guerra civil, que es bien recibido), decide escribir un libro: “…decidí que, después de casi diez años sin escribir un libro, había llegado el momento de intentarlo de nuevo, y decidí también que el libro que iba a escribir no sería una novela, sino sólo un relato real, un relato cosido a la realidad, amasado con hechos y personajes reales, un relato que estaría centrado en el fusilamiento de Sánchez”.

Siguiendo con este esquema de la literatura dentro de la literatura nos revela cómo es que se gesta el título de la novela: “Antes de marcharse, Sánchez Mazas nos dijo que iba a escribir un libro sobre todo aquello, un libro en el que apareceríamos nosotros. Iba a llamarse Soldados de Salamina; un título raro, ¿no?”.

Se da cuenta que se encuentra ante la posibilidad de no desengañar al anciano sobreviviente de la guerra civil, entonces decide, en un rasgo sentimental, escribir el libro: “Al día siguiente, apenas llegué al periódico, fui al despacho del director y negocié un permiso. —¿Qué? —preguntó irónico—. ¿Otra novela? —No —contesté, satisfecho—. Un relato real. Le expliqué de qué iba mi relato real. —Me gusta —dijo—. ¿Ya tienes título? —Creo que sí —contesté—. Soldados de Salamina.”

Así es como asume el reto de hacer suyo el proyecto inacabado del luchador falangista Sánchez Mazas. Escribe Soldados de Salamina, que en la novela ocupa la segunda parte del libro. Pero Javier Cercas (el personaje) siente que está inacabada, incompleta, “le falta una pieza”, “está cojo”. Aquí viene de nuevo una caída. Decide abandonar y se siente de nuevo con el ánimo destrozado, peor que al inicio de la narración: “Pasé las dos semanas siguientes sentado en un sillón, frente al televisor apagado. Que yo recuerde, no pensaba en nada, ni siquiera en mi padre; tampoco en mi primera mujer”.

La presencia de Roberto Bolaño (es entrevistado por Cercas), le dará un nuevo impulso a su trabajo, pues Bolaño lo trata como a uno de sus pares, lo llama “escritor”; él es quien le empuja a continuar su proyecto narrativo; además le proporciona una pista muy importante: le comenta sobre la existencia de un soldado republicano curtido en varias guerras, que cantaba emocionado un pasodoble; Cercas supone que ese soldado no es otro que aquél que le perdonara la vida a Sánchez Mazas.

“Y en aquel momento, con al engañosa pero aplastante lucidez del insomnio, como quien encuentra por un azar inverosímil y cuando ya había abandonado la búsqueda (porque uno nunca encuentra lo que busca, sino lo que la realidad le entrega) la pieza que faltaba para que un mecanismo completo pero incapaz desempeñe la función para la que ha sido ideado, me oí murmurar en el silencio sin luz del dormitorio: ‘Es él’”. Cuando por fin encuentra al viejo Miralles, cuenta con todo lo necesario para terminar el libro. La charla con Miralles le permite saber, por fin, que él no es aquél famoso soldado republicano. No obstante dicha conversación le proporciona la clave temática con la que circula todo el relato. Miralles, antes que nada, se lamenta del olvido, el país no agradece el sacrificio de sus combatientes, cosa que se traduce, de muchos modos, en un olvido, en una muerte social. Miralles evoca a sus compañeros caídos en la guerra, compañeros de los que nadie, salvo él, recuerda. Cercas encuentra en esa circunstancia la posibilidad de convertirse en un hilo por el que se puedan rescatar los héroes anónimos, el batallón de soldados que salvan las civilizaciones. Esos hombres que deben ser recordados para no morir del todo, y para eso, nada mejor que su libro:

“…Allí vi de golpe mi libro, el libro que desde hacía años venía persiguiendo, lo vi entero, acabado, desde el principio hasta el final, desde la primera hasta la última línea, allí supe que aunque en ningún lugar de ninguna ciudad, de ninguna mierda de país, fuera a haber nunca una calle que llevara el nombre de Miralles, mientras yo contase su historia Miralles seguiría de algún modo viviendo y seguirían viviendo también, siempre que yo hablase de ellos…”. Este casi es el final de la historia. Las últimas líneas se resuelven en una especie de epifanía, de simbolismo, en el que se dibuja una esperanza, la del soldado, quien quiera que sea este, “joven, desarrapado, polvoriento y anónimo”, salvador de la humanidad, siempre que sea hacia delante, siempre hacía delante”.

Novela deslumbrante, innovadora. Soldados de Salamina catapultó la carrera de uno de los escritores más prestigiados de la narrativa actual española. Hay en esta novela, no muy extensa, reflexiones, sensibilidad, metaliteratura, historia y un merecido homenaje a los soldados desconocidos, un trabajo valioso que Usted no debe perderse.