/ martes 9 de febrero de 2021

Cambiavía | Solo para fumadores

Julio Ramón Ribeyro junto con Juan Carlos Onetti son los dos grandes escritores que se mantuvieron alejados del boom latinoamericano. Onetti siempre manifestó una enorme desconfianza y, sobre todo, distancia: “Los yanquis se acabaron, los europeos se autosatisfacen con juego intelectuales. Entonces, nosotros los grasientos o metecos -según donde se mire y opine-, estamos condenados a ocupar el territorio de la literatura mundial.”

En el caso de Ribeyro, se trata de un escritor que logró situarse a la altura de Horacio Quiroga, Poe o Kafka. Alejado de las pretendidas innovaciones europeas, básicamente de la influencia del Ulises de James Joyce, este autor prefirió la expresión sencilla, la construcción simple para contar sus historias; no tuvo la necesidad de experimentar con la narración, pero a cambio supo retratar al hombre común, recrear sus conflictos, hacernos sentir sus pesares y alegrías, al mismo tiempo que dejaba un poco de él mismo en cada relato.

Sus textos más celebrados pertenecen a “Los gallinazos sin plumas” de 1954, “Cuentos de Circunstancias” (1958) y “Solo para fumadores” escrito en 1987. En el libro “La palabra del mudo” se encuentran todos sus cuentos. En una carta escrita en 1973, explica el porqué del título: “En la mayoría de mis cuentos se expresan aquellos que en la vida están privados de las palabras, los marginados, los olvidados, los condenados a una existencia sin sintonía y sin voz. Yo les he restituido ese hálito negado y les he permitido modular sus anhelos, sus arrebatos, sus angustias”.

Ribeyro supo mostrar la vida cotidiana y los cambios sociales que se gestaban en el Perú: “…creo que la violencia y la soledad son temas fundamentales en mis libros. Asimismo la dificultad para comunicarse con el prójimo. La marginalidad es otro tema. Muchos de los personajes de mis cuentos están desubicados en su medio social. Son desocupados o delincuentes, o pequeños empleados descontentos de su destino”.

Abraham Prudencio, gran conocedor de la vida de y obra de Ribeyro cuenta cómo la vida del autor estuvo ligada a circunstancias extrañas y paradójicas, las que bien lo harían pasar por todo un personaje de novela. Prudencio cuenta un par de anécdotas: Una vez le pidió a Alfredo Bryce Echenique, su amigo íntimo, un poco de dinero, este le prestó presuroso pensando que era por un asunto de suma urgencia, pero al rato siguiente su asombro creció al ver a Ribeyro partir presuroso en un taxi por alguna avenida de París mientras que el esperaba como todo mortal el metro para llegar a su destino. O la vez que un profesor de Huanta lo agasajó con comidas y cervezas saludándolo a todo instante, no podía creer que estuviera departiendo con el gran Julio Ramón Ribeyro el escritor que publicó esa gran novela de todos los tiempos “La ciudad y los perros”. Una vez agasajado y bien comido Ribeyro estratégicamente prefirió que el profesor se quedara con esa verdad, ser confundido por otro es algo doloroso, pero Ribeyro prefirió que esa sea la verdadera historia.

Ribeyro fue un fumador empedernido, tanto que era imposible que hiciera alguna actividad sin estar acompañado de un buen cigarro. Producto de esa relación, Ribeyro escribió el cuento “Solo para fumadores”, cuyo título no podría ser más preciso. En este texto nos comparte el proceso de esclavitud y placer, su primer acercamiento con el vicio de fumar, las acciones desesperadas por conseguir tabaco, las marcas de cigarrillos como los derby, Chesterfield, gauloises, gitanes, dunhill, camel.

En el texto, Ribeyro se refiere a los escritores y les recrimina: “Los escritores, por lo general, han sido y son grandes fumadores. Pero es curioso que no hayan escrito libros sobre el vicio del cigarrillo, como sí han escrito sobre el juego, la droga o el alcohol. (…) Los grandes novelistas del siglo XIX –Balzac, Dickens, Tolstoi– ignoraron por completo el problema del tabaquismo y ninguno de sus cientos de personajes, por lo que recuerdo, tuvieron algo que ver con el cigarrillo. Para encontrar referencias literarias a este vicio hay que llegar al siglo XX. En ‘La montaña mágica’, Thomas Mann pone en labios de su héroe, Hans Castorp, estas palabras: ‘No comprendo cómo se puede vivir sin fumar… Cuando me despierto me alegra saber que podré fumar durante el día y cuando como tengo el mismo presentimiento. Sí, puedo decir que como para fumar… Un día sin tabaco sería el colmo del aburrimiento, sería para mí un día absolutamente vacío e insípido y si por la mañana tuviese que decirme hoy no puedo fumar creo que no tendría el valor para levantarme’. La observación me parece muy penetrante y revela que Thomas Mann debió ser un fumador encarnizado, lo que no le impidió vivir hasta los ochenta años”.

En otro apartado se refiere a los actos desesperados por conseguir tabaco, llegar al extremo de vender sus propios libros: “Un día me dije: ‘Este Valéry vale quizás un cartón de rubios americanos’, en lo que me equivoqué pues el bouquiniste que lo aceptó me pagó apenas con qué comprar un par de cajetillas. Luego me deshice de mis Balzac, que se convertían automáticamente en sendos paquetes de Lucky. Mis poetas surrealistas me decepcionaron, pues no daban más que para un Players británico. Un Ciro Alegría dedicado, en el que puse muchas esperanzas, fue sólo recibido porque le añadí de paso el teatro de Chéjov. (…) Pero mi peor humillación fue cuando me animé a vender lo último que me quedaba: diez ejemplares de mi libro ‘Los gallinazos sin plumas’, que un buen amigo había tenido el coraje de editar en Lima. Cuando el librero vio la tosca edición en español, y de autor desconocido, estuvo a punto de tirármelo a la cabeza. ‘Aquí no recibimos esto. Vaya a Gilbert, donde compran libros al peso’. Fue lo que hice. Volví al hotel con un paquete de Gitanes. Sentado en mi cama encendí un pitillo y quedé mirando mi estante vacío. Mis libros se habían hecho literalmente humo”.

Como se puede apreciar este cuento te mueve, tengas o no el vicio de fumar, fumar es, a fin de cuentas, un placer suicida. Ribeyro nos comparte sus inicios, los cambios de marcas según la edad y la economía, sus angustias y placeres y los problemas de salud a causa de la nicotina.

Estimado lector, hágase un favor y acérquese a los cuentos de este imprescindible de la literatura, le aseguro que no se arrepentirá.

Julio Ramón Ribeyro junto con Juan Carlos Onetti son los dos grandes escritores que se mantuvieron alejados del boom latinoamericano. Onetti siempre manifestó una enorme desconfianza y, sobre todo, distancia: “Los yanquis se acabaron, los europeos se autosatisfacen con juego intelectuales. Entonces, nosotros los grasientos o metecos -según donde se mire y opine-, estamos condenados a ocupar el territorio de la literatura mundial.”

En el caso de Ribeyro, se trata de un escritor que logró situarse a la altura de Horacio Quiroga, Poe o Kafka. Alejado de las pretendidas innovaciones europeas, básicamente de la influencia del Ulises de James Joyce, este autor prefirió la expresión sencilla, la construcción simple para contar sus historias; no tuvo la necesidad de experimentar con la narración, pero a cambio supo retratar al hombre común, recrear sus conflictos, hacernos sentir sus pesares y alegrías, al mismo tiempo que dejaba un poco de él mismo en cada relato.

Sus textos más celebrados pertenecen a “Los gallinazos sin plumas” de 1954, “Cuentos de Circunstancias” (1958) y “Solo para fumadores” escrito en 1987. En el libro “La palabra del mudo” se encuentran todos sus cuentos. En una carta escrita en 1973, explica el porqué del título: “En la mayoría de mis cuentos se expresan aquellos que en la vida están privados de las palabras, los marginados, los olvidados, los condenados a una existencia sin sintonía y sin voz. Yo les he restituido ese hálito negado y les he permitido modular sus anhelos, sus arrebatos, sus angustias”.

Ribeyro supo mostrar la vida cotidiana y los cambios sociales que se gestaban en el Perú: “…creo que la violencia y la soledad son temas fundamentales en mis libros. Asimismo la dificultad para comunicarse con el prójimo. La marginalidad es otro tema. Muchos de los personajes de mis cuentos están desubicados en su medio social. Son desocupados o delincuentes, o pequeños empleados descontentos de su destino”.

Abraham Prudencio, gran conocedor de la vida de y obra de Ribeyro cuenta cómo la vida del autor estuvo ligada a circunstancias extrañas y paradójicas, las que bien lo harían pasar por todo un personaje de novela. Prudencio cuenta un par de anécdotas: Una vez le pidió a Alfredo Bryce Echenique, su amigo íntimo, un poco de dinero, este le prestó presuroso pensando que era por un asunto de suma urgencia, pero al rato siguiente su asombro creció al ver a Ribeyro partir presuroso en un taxi por alguna avenida de París mientras que el esperaba como todo mortal el metro para llegar a su destino. O la vez que un profesor de Huanta lo agasajó con comidas y cervezas saludándolo a todo instante, no podía creer que estuviera departiendo con el gran Julio Ramón Ribeyro el escritor que publicó esa gran novela de todos los tiempos “La ciudad y los perros”. Una vez agasajado y bien comido Ribeyro estratégicamente prefirió que el profesor se quedara con esa verdad, ser confundido por otro es algo doloroso, pero Ribeyro prefirió que esa sea la verdadera historia.

Ribeyro fue un fumador empedernido, tanto que era imposible que hiciera alguna actividad sin estar acompañado de un buen cigarro. Producto de esa relación, Ribeyro escribió el cuento “Solo para fumadores”, cuyo título no podría ser más preciso. En este texto nos comparte el proceso de esclavitud y placer, su primer acercamiento con el vicio de fumar, las acciones desesperadas por conseguir tabaco, las marcas de cigarrillos como los derby, Chesterfield, gauloises, gitanes, dunhill, camel.

En el texto, Ribeyro se refiere a los escritores y les recrimina: “Los escritores, por lo general, han sido y son grandes fumadores. Pero es curioso que no hayan escrito libros sobre el vicio del cigarrillo, como sí han escrito sobre el juego, la droga o el alcohol. (…) Los grandes novelistas del siglo XIX –Balzac, Dickens, Tolstoi– ignoraron por completo el problema del tabaquismo y ninguno de sus cientos de personajes, por lo que recuerdo, tuvieron algo que ver con el cigarrillo. Para encontrar referencias literarias a este vicio hay que llegar al siglo XX. En ‘La montaña mágica’, Thomas Mann pone en labios de su héroe, Hans Castorp, estas palabras: ‘No comprendo cómo se puede vivir sin fumar… Cuando me despierto me alegra saber que podré fumar durante el día y cuando como tengo el mismo presentimiento. Sí, puedo decir que como para fumar… Un día sin tabaco sería el colmo del aburrimiento, sería para mí un día absolutamente vacío e insípido y si por la mañana tuviese que decirme hoy no puedo fumar creo que no tendría el valor para levantarme’. La observación me parece muy penetrante y revela que Thomas Mann debió ser un fumador encarnizado, lo que no le impidió vivir hasta los ochenta años”.

En otro apartado se refiere a los actos desesperados por conseguir tabaco, llegar al extremo de vender sus propios libros: “Un día me dije: ‘Este Valéry vale quizás un cartón de rubios americanos’, en lo que me equivoqué pues el bouquiniste que lo aceptó me pagó apenas con qué comprar un par de cajetillas. Luego me deshice de mis Balzac, que se convertían automáticamente en sendos paquetes de Lucky. Mis poetas surrealistas me decepcionaron, pues no daban más que para un Players británico. Un Ciro Alegría dedicado, en el que puse muchas esperanzas, fue sólo recibido porque le añadí de paso el teatro de Chéjov. (…) Pero mi peor humillación fue cuando me animé a vender lo último que me quedaba: diez ejemplares de mi libro ‘Los gallinazos sin plumas’, que un buen amigo había tenido el coraje de editar en Lima. Cuando el librero vio la tosca edición en español, y de autor desconocido, estuvo a punto de tirármelo a la cabeza. ‘Aquí no recibimos esto. Vaya a Gilbert, donde compran libros al peso’. Fue lo que hice. Volví al hotel con un paquete de Gitanes. Sentado en mi cama encendí un pitillo y quedé mirando mi estante vacío. Mis libros se habían hecho literalmente humo”.

Como se puede apreciar este cuento te mueve, tengas o no el vicio de fumar, fumar es, a fin de cuentas, un placer suicida. Ribeyro nos comparte sus inicios, los cambios de marcas según la edad y la economía, sus angustias y placeres y los problemas de salud a causa de la nicotina.

Estimado lector, hágase un favor y acérquese a los cuentos de este imprescindible de la literatura, le aseguro que no se arrepentirá.