/ martes 24 de agosto de 2021

Cambiavía | Una aproximación a la poesía de Antonio Machado

Segunda de cuatro partes

Antonio Machado se encuentra entre los más grandes poetas del siglo XX. En 1912 escribió Campos de Castilla, una obra en la que el autor reflexiona acerca del destino de España, en la que mira “hacia afuera”, hacia la historia y el paisaje, hacia los amigos literarios y, por supuesto, hacia su difunta esposa, quien había enfermado de tuberculosis, murió en 1911.

En Campos de Castilla recupera el tiempo victorioso e idealizado, especialmente gracias a la evocación de una figura clásica de las letras españolas: Rodrigo de Vivar, rememora lo que fuera la valentía del español quien, en vísperas de una guerra civil, se doblega por el régimen y la desesperanza, esto logrado a base de comparaciones y metáforas:

XCVIII

A orillas del Duero

(Fragmento)

La madre en otro tiempo fecunda en capitanes,

madrastra es hoy apenas de humildes ganapanes

Castilla no es aquella tan generosa un día,

cuando Myo Cid Rodrigo de Vivar volvía,

ufano de su nueva fortuna, y su opulencia,

a regalar a Alfonso los huertos de Valencia;

o que, tras la ventura que acreditó sus bríos,

pedía la conquista de los inmensos ríos

indianos a la corte, la madre de soldados,

guerreros y adalides que han de tornar, cargados

de plata y oro, a España, en regios galeones,

para la presa cuervos, para la lid leones.

[ … ]

Castilla miserable, ayer dominadora,

envuelta en sus harapos desprecia cuanto ignora.

Dentro del mismo poema, los objetos propios de los actos bélicos, son símbolos de las batallas, del esplendor glorioso que llegó a ser España. Pero del esplendor a la ruina “media una distancia” muy pequeña. Por eso la evoca “dominadora” y en su presente real, una Castilla que “desprecia” lo que “ignora”.

Un buitre de anchas alas con majestuoso vuelo

cruzaba solitario el puro azul del cielo

Yo divisaba, lejos, un monte alto y agudo

y una redonda loma del recamado escudo,

y cárdenos alcores sobre la parda tierra

—harapos esparcidos de un viejo arnés de guerra—,

las serrezuelas calvas por donde tuerce el Duero

para formar la corva ballesta de un arquero

en torno a Soria —Soria es una barbacana,

hacia Aragón, que tiene la torre castellana—.

En este fragmento los instrumentos de guerra son metáforas, símbolo del pasado y la fuerza perdidos: escudo, arnés de guerra, ballesta. El Duero, el río que se curva, en meandros, como las corvas de la ballesta; su mismo nombre añude a la fuerza que dobla. Esos elementos recrean las hazañas, los instrumentos de guerra evitan nombrar el acto bélico directamente para regresar y recordar la recuperación de la España de manos de los moros. Es una añoranza en la que se mira el campo a través de las armas.

Algo semejante ocurre en el poema “Por tierras de España”:

XCIX

Por tierras de España

…El numen de estos campos es sanguinario y fiero:

al declinar la tarde, sobre el remoto alcor,

veréis agigantarse la forma de un arquero,

la forma de un centauro flechador.

Veréis llanuras bélicas y páramos de asceta

-no fue por estos campos el bíblico jardín-:

son tierras para el águila, un trozo de planeta

por donde cruza errante la sombra de Caín.

La imagen del campo de Castilla en este poema, ya no es la de las tiernas y dulces tardes de la infancia, ahora es uno “sanguinario y fiero” donde la figura del guerrero se sobrepone a la del campo fértil y suave. Además, el poeta ofrece al lector la imagen de un campo no idealizado, ni siquiera “bíblico”, sino la de un lugar agresivo, simbolizado por el “águila” y marcado por la violencia fraternal española para combatir a su igual en condición humana que no en nacionalidad, un terreno “por donde cruza errante la sombra de Caín”.

Me parece que una de las claves para identificar la relación del paisaje con la intimidad del poeta, se aprecia en su admiración hacia los árboles, a quienes considera el pasado noble y guerrero de Castilla (roble), el misterio, lo sobre natural, el miedo (haya), la infancia (palmera), el trabajo, la riqueza del campo andaluz (olivo), y, especialmente, el olmo, como representante del crecimiento pleno tanto del país, como del hombre. Es precisamente el olmo el que se relaciona con su alma, con la intimidad, con la meditación de la madurez:

CXV

A un olmo seco

Al olmo viejo, hendido por el rayo

y en su mitad podrido,

con las lluvias de abril y el sol de mayo,

algunas hojas verdes le han salido.

¡El olmo centenario en la colina

que lame el Duero! Un musgo amarillento

le mancha la corteza blanquecina

al tronco carcomido y polvoriento.

[ … ]

Ejército de hormigas en hilera

va trepando por él, y en sus entrañas

urden sus telas grises las arañas.

[ … ]

Antes que el río hasta la mar te empuje

por valles y barrancas

olmo, quiero anotar en mi cartera

la gracia de tu rama verdecida.

Mi corazón espera

también, hacia la luz y hacia la vida,

otro milagro de la primavera.

En este poema identifica, a base de adjetivos contundentes, la decadencia, el declinar de la vida (viejo, podrido, corteza blanquecina, tronco carcomido y polvoriento). Más adelante, todo indica la inminencia de su propia muerte: “Ejército de hormigas en hilera / va trepando por él, y en sus entrañas / urden sus telas grises arañas”.

Pero si todo ello es preludio del fatal ocaso, al mismo tiempo hay un espacio para la esperanza. Es ahí en donde se entrelazan, en donde se unen el olmo y el alma del poeta: “Quiero anotar en mi cartera / la gracia de tu rama verdecida. / Mi corazón espera / también hacia la luz y hacia la vida, / otro milagro de primavera”.

ernesto.jimher@gmail.com

@OsirisJimenez

Segunda de cuatro partes

Antonio Machado se encuentra entre los más grandes poetas del siglo XX. En 1912 escribió Campos de Castilla, una obra en la que el autor reflexiona acerca del destino de España, en la que mira “hacia afuera”, hacia la historia y el paisaje, hacia los amigos literarios y, por supuesto, hacia su difunta esposa, quien había enfermado de tuberculosis, murió en 1911.

En Campos de Castilla recupera el tiempo victorioso e idealizado, especialmente gracias a la evocación de una figura clásica de las letras españolas: Rodrigo de Vivar, rememora lo que fuera la valentía del español quien, en vísperas de una guerra civil, se doblega por el régimen y la desesperanza, esto logrado a base de comparaciones y metáforas:

XCVIII

A orillas del Duero

(Fragmento)

La madre en otro tiempo fecunda en capitanes,

madrastra es hoy apenas de humildes ganapanes

Castilla no es aquella tan generosa un día,

cuando Myo Cid Rodrigo de Vivar volvía,

ufano de su nueva fortuna, y su opulencia,

a regalar a Alfonso los huertos de Valencia;

o que, tras la ventura que acreditó sus bríos,

pedía la conquista de los inmensos ríos

indianos a la corte, la madre de soldados,

guerreros y adalides que han de tornar, cargados

de plata y oro, a España, en regios galeones,

para la presa cuervos, para la lid leones.

[ … ]

Castilla miserable, ayer dominadora,

envuelta en sus harapos desprecia cuanto ignora.

Dentro del mismo poema, los objetos propios de los actos bélicos, son símbolos de las batallas, del esplendor glorioso que llegó a ser España. Pero del esplendor a la ruina “media una distancia” muy pequeña. Por eso la evoca “dominadora” y en su presente real, una Castilla que “desprecia” lo que “ignora”.

Un buitre de anchas alas con majestuoso vuelo

cruzaba solitario el puro azul del cielo

Yo divisaba, lejos, un monte alto y agudo

y una redonda loma del recamado escudo,

y cárdenos alcores sobre la parda tierra

—harapos esparcidos de un viejo arnés de guerra—,

las serrezuelas calvas por donde tuerce el Duero

para formar la corva ballesta de un arquero

en torno a Soria —Soria es una barbacana,

hacia Aragón, que tiene la torre castellana—.

En este fragmento los instrumentos de guerra son metáforas, símbolo del pasado y la fuerza perdidos: escudo, arnés de guerra, ballesta. El Duero, el río que se curva, en meandros, como las corvas de la ballesta; su mismo nombre añude a la fuerza que dobla. Esos elementos recrean las hazañas, los instrumentos de guerra evitan nombrar el acto bélico directamente para regresar y recordar la recuperación de la España de manos de los moros. Es una añoranza en la que se mira el campo a través de las armas.

Algo semejante ocurre en el poema “Por tierras de España”:

XCIX

Por tierras de España

…El numen de estos campos es sanguinario y fiero:

al declinar la tarde, sobre el remoto alcor,

veréis agigantarse la forma de un arquero,

la forma de un centauro flechador.

Veréis llanuras bélicas y páramos de asceta

-no fue por estos campos el bíblico jardín-:

son tierras para el águila, un trozo de planeta

por donde cruza errante la sombra de Caín.

La imagen del campo de Castilla en este poema, ya no es la de las tiernas y dulces tardes de la infancia, ahora es uno “sanguinario y fiero” donde la figura del guerrero se sobrepone a la del campo fértil y suave. Además, el poeta ofrece al lector la imagen de un campo no idealizado, ni siquiera “bíblico”, sino la de un lugar agresivo, simbolizado por el “águila” y marcado por la violencia fraternal española para combatir a su igual en condición humana que no en nacionalidad, un terreno “por donde cruza errante la sombra de Caín”.

Me parece que una de las claves para identificar la relación del paisaje con la intimidad del poeta, se aprecia en su admiración hacia los árboles, a quienes considera el pasado noble y guerrero de Castilla (roble), el misterio, lo sobre natural, el miedo (haya), la infancia (palmera), el trabajo, la riqueza del campo andaluz (olivo), y, especialmente, el olmo, como representante del crecimiento pleno tanto del país, como del hombre. Es precisamente el olmo el que se relaciona con su alma, con la intimidad, con la meditación de la madurez:

CXV

A un olmo seco

Al olmo viejo, hendido por el rayo

y en su mitad podrido,

con las lluvias de abril y el sol de mayo,

algunas hojas verdes le han salido.

¡El olmo centenario en la colina

que lame el Duero! Un musgo amarillento

le mancha la corteza blanquecina

al tronco carcomido y polvoriento.

[ … ]

Ejército de hormigas en hilera

va trepando por él, y en sus entrañas

urden sus telas grises las arañas.

[ … ]

Antes que el río hasta la mar te empuje

por valles y barrancas

olmo, quiero anotar en mi cartera

la gracia de tu rama verdecida.

Mi corazón espera

también, hacia la luz y hacia la vida,

otro milagro de la primavera.

En este poema identifica, a base de adjetivos contundentes, la decadencia, el declinar de la vida (viejo, podrido, corteza blanquecina, tronco carcomido y polvoriento). Más adelante, todo indica la inminencia de su propia muerte: “Ejército de hormigas en hilera / va trepando por él, y en sus entrañas / urden sus telas grises arañas”.

Pero si todo ello es preludio del fatal ocaso, al mismo tiempo hay un espacio para la esperanza. Es ahí en donde se entrelazan, en donde se unen el olmo y el alma del poeta: “Quiero anotar en mi cartera / la gracia de tu rama verdecida. / Mi corazón espera / también hacia la luz y hacia la vida, / otro milagro de primavera”.

ernesto.jimher@gmail.com

@OsirisJimenez