/ martes 31 de agosto de 2021

Cambiavía | Una aproximación a la poesía de Antonio Machado

Tercera de cuatro partes

El tiempo es otra de las constantes en la obra machadiana. Son innumerables las ocasiones en que se alude a él, de muy diversas maneras. El tiempo, concatenado con la vida y la muerte. El tiempo que pasa. El tiempo es algo vivo, es una personificación de la vida y del acercamiento también, a su final. El tiempo en el poema se hace perdurable. Se eterniza. Juan de Mairena (heterónimo de Antonio Machado) menciona respecto de la importancia del tópico: “Es el tiempo (el tiempo vital del poeta con su propia vibración) lo que el poeta pretende intemporalizar. Digámoslo con toda pompa: eternizar. Todos los medios de que se vale el poeta: cantidad, medida, acentuación, pausas, rima, las imágenes mismas, por su enunciación en serie, son elementos temporales”.

El tiempo es una preocupación de vida y también estética. Todo es uno, pensamiento y verdad. Quizá en Campos de Castilla, en uno de sus poemas más conocidos, el autor expresa la permanencia en el tiempo, a través del recuerdo: “Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla”. El poeta ante lo inexorable, lo eterno, para intemporizarlo a través del poema, recurre al símbolo del agua, el elemento que mejor transmite el paso del tiempo. Por eso abundan en sus versos las fuentes, los ríos y el mar. Machado escribió en Proverbios y cantares: “¿Para qué llamar caminos / a los surcos del azar?... / Todo el que camina anda, / como Jesús, sobre la mar”. En este otro, la referencia directa al mar es palpable, como paso del tiempo: “…Saber, nada sabemos, de arcano mar vinimos, a ignota mar iremos…”. Y, para hilar el tema de la muerte con Dios, en el siguiente fragmento la presencia divina es el mar, es el tiempo, es lo eterno. ¿Pero no es acaso ese mar, el interior de uno mismo? ¿No es el poeta un dios que crea y que al mismo tiempo es creado, como sentenciara en su momento Juan Ramón Jiménez, aquí continuado por Machado?:

Profesión de fe

Dios es el mar, está en el mar, riela

como la luna en el agua, o aparece

como una blanca vela;

en el mar se despierta o se adormece.

Creó la mar, y nace

de la mar cual la nube y la tormenta

es el Criador y la criatura lo hace;

su aliento es alma, y por el alma alienta.

Yo he de hacerte, mi Dios, cual tú me hiciste,

Y para darte el alma que me diste

en mi te he de crear. Que el puro río

de caridad que fluye eternamente,

fluya en mi corazón. ¡Seca, Dios mío,

de una fe sin amor la turbia fuente!

He aquí que en el poema se encuentran los elementos simbólicos del río, del mar y de la fuente. La muerte, la irremediable que hará a todo secarse. Así, una fuente seca es la muerte, la espiritual y la física. Pero además se advierte en el poema, una duda, la voz poética adolece de la fe. No sabe creer, necesita creer, como en otro poema lo escribió también “creer, creer y creer”.

Y si la duda existe, por sobre de ella, la nostalgia la incrementa. El poeta le añora:

LIX

Anoche cuando dormía

soñé, ¡bendita ilusión!,

que un ardiente sol lucía

dentro de mi corazón.

Era ardiente porque daba

calores de rojo hogar,

y era sol porque alumbraba

y porque hacía llorar.

Anoche cuando dormía

soñé, ¡bendita ilusión!,

que era Dios lo que tenía

dentro de mi corazón.

La muerte está presente en su poesía, los rasgos distintivos por los que se la reconoce son a través del carácter simbólico que le confiere a elementos naturales como el ocaso, el otoño, las sombras. Aunque en ocasiones el signo fatal se asocia con el mar, con la luna y con los caminos, así ocurre en el poema “Noche de verano”, en el que aparecen las sombras, la luna y, claro, los fantasmas. Es un diálogo con la muerte y a la vez un reclamo por terminar con el amor entre dos:

CXXIII

Una noche de verano

—estaba abierto el balcón

y la puerta de mi casa—

la muerte en mi casa entró.

Se fue acercando a su lecho

—ni siquiera me miró—,

con unos dedos muy finos,

algo muy tenue rompió.

Silenciosa y sin mirarme,

la muerte otra vez pasó

delante de mí. ¿Qué has hecho?

La muerte no respondió.

Mi niña quedó tranquila,

dolido mi corazón.

¡Ay, lo que la muerte ha roto

era un hilo entre los dos!

En el poema “Caminos”, el poeta se lamenta porque ha llegado a un final, quizá no solo el de su vida, también por el pesar que la ausencia definitiva de Leonor le ha causado, al saber que ya no hay modo de seguir caminando con ella, aun a pesar de los bellos campos de Castilla: “¡Ay, ya no puedo caminar con ella!” Se trata de la manifestación directa de la imposibilidad de la vida, asociada aquí con el camino que también debe tener un fin. El camino es una constante, es un símbolo de vida y de muerte, pues en sus Proverbios y cantares, ya expresa que “al andar se hace camino y al volver la vista atrás se mira la senda que nunca se ha de volver a pisar”, es decir, el camino es la vida, presente, pasado y futuro. El hecho de parar, de ya “no hacer caminos” es estar frente a la muerte inevitable, y la “senda que no se ha de pisar”, el pasado al que no se ha de volver.

Tercera de cuatro partes

El tiempo es otra de las constantes en la obra machadiana. Son innumerables las ocasiones en que se alude a él, de muy diversas maneras. El tiempo, concatenado con la vida y la muerte. El tiempo que pasa. El tiempo es algo vivo, es una personificación de la vida y del acercamiento también, a su final. El tiempo en el poema se hace perdurable. Se eterniza. Juan de Mairena (heterónimo de Antonio Machado) menciona respecto de la importancia del tópico: “Es el tiempo (el tiempo vital del poeta con su propia vibración) lo que el poeta pretende intemporalizar. Digámoslo con toda pompa: eternizar. Todos los medios de que se vale el poeta: cantidad, medida, acentuación, pausas, rima, las imágenes mismas, por su enunciación en serie, son elementos temporales”.

El tiempo es una preocupación de vida y también estética. Todo es uno, pensamiento y verdad. Quizá en Campos de Castilla, en uno de sus poemas más conocidos, el autor expresa la permanencia en el tiempo, a través del recuerdo: “Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla”. El poeta ante lo inexorable, lo eterno, para intemporizarlo a través del poema, recurre al símbolo del agua, el elemento que mejor transmite el paso del tiempo. Por eso abundan en sus versos las fuentes, los ríos y el mar. Machado escribió en Proverbios y cantares: “¿Para qué llamar caminos / a los surcos del azar?... / Todo el que camina anda, / como Jesús, sobre la mar”. En este otro, la referencia directa al mar es palpable, como paso del tiempo: “…Saber, nada sabemos, de arcano mar vinimos, a ignota mar iremos…”. Y, para hilar el tema de la muerte con Dios, en el siguiente fragmento la presencia divina es el mar, es el tiempo, es lo eterno. ¿Pero no es acaso ese mar, el interior de uno mismo? ¿No es el poeta un dios que crea y que al mismo tiempo es creado, como sentenciara en su momento Juan Ramón Jiménez, aquí continuado por Machado?:

Profesión de fe

Dios es el mar, está en el mar, riela

como la luna en el agua, o aparece

como una blanca vela;

en el mar se despierta o se adormece.

Creó la mar, y nace

de la mar cual la nube y la tormenta

es el Criador y la criatura lo hace;

su aliento es alma, y por el alma alienta.

Yo he de hacerte, mi Dios, cual tú me hiciste,

Y para darte el alma que me diste

en mi te he de crear. Que el puro río

de caridad que fluye eternamente,

fluya en mi corazón. ¡Seca, Dios mío,

de una fe sin amor la turbia fuente!

He aquí que en el poema se encuentran los elementos simbólicos del río, del mar y de la fuente. La muerte, la irremediable que hará a todo secarse. Así, una fuente seca es la muerte, la espiritual y la física. Pero además se advierte en el poema, una duda, la voz poética adolece de la fe. No sabe creer, necesita creer, como en otro poema lo escribió también “creer, creer y creer”.

Y si la duda existe, por sobre de ella, la nostalgia la incrementa. El poeta le añora:

LIX

Anoche cuando dormía

soñé, ¡bendita ilusión!,

que un ardiente sol lucía

dentro de mi corazón.

Era ardiente porque daba

calores de rojo hogar,

y era sol porque alumbraba

y porque hacía llorar.

Anoche cuando dormía

soñé, ¡bendita ilusión!,

que era Dios lo que tenía

dentro de mi corazón.

La muerte está presente en su poesía, los rasgos distintivos por los que se la reconoce son a través del carácter simbólico que le confiere a elementos naturales como el ocaso, el otoño, las sombras. Aunque en ocasiones el signo fatal se asocia con el mar, con la luna y con los caminos, así ocurre en el poema “Noche de verano”, en el que aparecen las sombras, la luna y, claro, los fantasmas. Es un diálogo con la muerte y a la vez un reclamo por terminar con el amor entre dos:

CXXIII

Una noche de verano

—estaba abierto el balcón

y la puerta de mi casa—

la muerte en mi casa entró.

Se fue acercando a su lecho

—ni siquiera me miró—,

con unos dedos muy finos,

algo muy tenue rompió.

Silenciosa y sin mirarme,

la muerte otra vez pasó

delante de mí. ¿Qué has hecho?

La muerte no respondió.

Mi niña quedó tranquila,

dolido mi corazón.

¡Ay, lo que la muerte ha roto

era un hilo entre los dos!

En el poema “Caminos”, el poeta se lamenta porque ha llegado a un final, quizá no solo el de su vida, también por el pesar que la ausencia definitiva de Leonor le ha causado, al saber que ya no hay modo de seguir caminando con ella, aun a pesar de los bellos campos de Castilla: “¡Ay, ya no puedo caminar con ella!” Se trata de la manifestación directa de la imposibilidad de la vida, asociada aquí con el camino que también debe tener un fin. El camino es una constante, es un símbolo de vida y de muerte, pues en sus Proverbios y cantares, ya expresa que “al andar se hace camino y al volver la vista atrás se mira la senda que nunca se ha de volver a pisar”, es decir, el camino es la vida, presente, pasado y futuro. El hecho de parar, de ya “no hacer caminos” es estar frente a la muerte inevitable, y la “senda que no se ha de pisar”, el pasado al que no se ha de volver.